Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 8

"Si el cazador olvida su causa, el mundo caerá en sombras… no por culpa de las bestias, sino por el silencio de aquellos que juraron luz."

―Gerard Evander

Diana no apartaba la mirada del cuervo posado en la rama más alta del árbol frente a su ventana. El ave llevaba ahí demasiado tiempo, inmóvil, con las plumas agitadas solo por el viento. Parecía parte del paisaje… y al mismo tiempo, fuera de él.

Sus ojos, negros y brillantes como piedras húmedas, estaban fijos en ella. Diana no podía explicar por qué, pero sentía que la observaba. No como lo haría un animal curioso, sino con una quietud inquietante, como si estuviera esperando algo.

En parte, le tranquilizaba. Mientras el cuervo estuviera allí, podía quedarse en su habitación. Alejada de los entrenamientos, de las lecciones inacabables, y sobre todo… lejos de la mirada inquisitiva de su abuela.

Ya había tenido suficiente por hoy. La escena en casa de Sybil aún le revolvía el estómago.

—Te encontré —dijo la voz de Chase desde la puerta entreabierta.

Diana giró apenas el rostro y le sonrió con suavidad, extendiendo la mano para invitarlo a entrar.

Chase no tardó. Cerró la puerta con cuidado, como si compartiera el deseo de que el mundo se quedara fuera. Se acercó a la ventana y se reclinó junto a ella, apoyando un codo sobre el marco.

—¿Qué pasa? —preguntó con tono tranquilo, observando su expresión.

Diana levantó la barbilla y señaló hacia el árbol.

—Míralo —susurró—. Ese cuervo… ¿no te da la impresión de que nos está observando?

Chase siguió la dirección de su dedo. El cuervo seguía allí, impasible, como una sombra viva entre las hojas.

—No parece tener intención de irse —murmuró él.

El viento golpeó suavemente el cristal de la ventana, haciendo vibrar el marco con un murmullo tenue. El cuervo, aún posado en la rama desnuda frente a la habitación, parpadeó. Solo una vez. Pero bastó para que un escalofrío le recorriera la espalda a Diana. Algo en ese gesto breve, casi humano, la inquietó más de lo que se atrevía a admitir.

La tensión en el aire fue abruptamente interrumpida cuando la puerta se abrió de golpe.

—¡Tienen que ver esto! —exclamó Jasper, irrumpiendo en la habitación como un vendaval, con un libro apretado entre las manos.

Diana y Chase se sobresaltaron, olvidando por un instante al cuervo que aún los observaba desde el exterior. Jasper avanzó con pasos decididos y dejó caer el volumen con fuerza sobre la cama de su hermana, levantando una pequeña nube de polvo que brilló brevemente en el contraluz.

—Miren esto —dijo con el aliento agitado, pasando páginas a toda prisa—. Aquí dice que las Brujas del Amor rara vez representan una amenaza seria. Su magia, aunque volátil, ha sido considerada durante siglos como emocional, simbólica, casi inofensiva…

—Jasper —interrumpió Chase, levantando las manos con calma—. Respira. Tranquilo. Estás hablando como si fueras a explotar.

Pero los ojos de Jasper brillaban con intensidad, con esa mezcla de urgencia y fascinación que lo caracterizaba cuando se topaba con algo que no comprendía del todo… y necesitaba comprenderlo ya.

—¿Por qué estás investigando esto? —preguntó Diana, sin apartar la vista de su hermano menor—. ¿Y de dónde sacaste ese libro?

Jasper chasqueó la lengua, como si la respuesta fuera evidente.

—Lo tomé de la biblioteca de la abuela. Estaba en una de las estanterías altas, detrás de unos tomos polvorientos. Casi nadie los mira —se encogió de hombros. Me pareció importante.

Chase arqueó una ceja con escepticismo.

—¿Importante cómo?

Jasper hojeó una página y la señaló con el dedo.

—Porque según esto, las Brujas del Amor pueden operar libremente mientras no provoquen la muerte directa de un humano. El propio Código de los Cazadores lo permite… aunque con vigilancia. No lo dicen en voz alta, pero básicamente se les tolera si no cruzan ciertas líneas.

Diana frunció el ceño, interesada. Se sentó al borde de la cama y se inclinó hacia el libro.

—¿Y crees que eso tiene algo que ver con lo que pasó en casa de Sybil?

Jasper no respondió de inmediato. Bajó la mirada, como si estuviera armando mentalmente un rompecabezas invisible.

—No me parece que esa mujer hubiese causado la muerte de nadie —susurró Jasper, con la mirada clavada en las páginas del libro que aún sostenía entre las manos—. Y si lo hubiese hecho… la Orden habría actuado de otra forma. Habrían tenido que eliminarla. No simplemente neutralizarla.

Chase entrecerró los ojos, ladeando ligeramente la cabeza mientras lo observaba.

—¿Qué estás pensando en realidad? —preguntó con voz baja pero firme—. Porque te conozco, Jasper. Esa cabecita tuya siempre va unos pasos más rápido que las nuestras. Y ahora mismo… estás viendo algo que nosotros no.

Jasper levantó la vista, y durante un instante pareció dudar si debía decirlo. Luego suspiró, dejando caer el cuerpo sobre la cama junto al libro.




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