Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 12

"El peso del silencio es nuestro legado. Lo que enfrentamos, nadie más debe saberlo."

El Código de los Cazadores de Leyendas

La mochila pesaba menos que el silencio que se había instalado entre ellos. Diana, Chase y Jasper se miraron en silencio, compartiendo una última mirada antes de cruzar el umbral del sendero que conectaba los bosques antiguos de Everwood con los sombríos y menos transitados parajes de Brumavale. No había marcha atrás; cada paso los alejaba de la seguridad de lo conocido y los acercaba a un territorio cargado de secretos y peligro.

Delante de ellos, Griffin caminaba en silencio, la mirada fija en el horizonte, como si ya supiera lo que les esperaba más adelante. A su derecha, Barret avanzaba con la calma de quien ha vivido demasiadas batallas. A la izquierda, Rigel observaba con atención los árboles, atento a cualquier señal.

—¿Evander? —repitió Rigel, frenando en seco frente a Diana. Sus ojos se entrecerraron con curiosidad mientras daba un paso hacia ella, inclinándose peligrosamente, lo suficiente como para invadir su espacio personal sin ningún pudor—. ¿Por qué demonios estamos escuchando de ustedes tres hasta ahora?

Diana no se movió, aunque una ceja se arqueó con desdén.

Antes de que Rigel pudiera responder, Chase le plantó una mano en la cara con calma irritada y lo empujó hacia atrás con una firmeza medida.

—No te le acerques así —dijo con voz baja pero contundente, como quien pone límites con una sola frase.

Rigel retrocedió un paso, más sorprendido que molesto, y parpadeó un par de veces antes de que una sonrisa pícara se le dibujara en los labios.

—Vaya, qué protector. ¿Siempre eres tan celoso?

—Rigel —intervino Barret desde unos metros adelante, sin girar siquiera el rostro—. Deja de molestar antes de que Chase te clave un cuchillo en la pierna. Y te juro que no pienso ayudarte si lo hace.

—Está bien, está bien —se rindió Rigel, alzando las manos en un gesto teatral—. Solo trato de conocerlos mejor, ¿es mucho pedir?

—Sí, si lo haces con la nariz a dos centímetros de la cara de mi hermana —espetó Chase, cruzándose de brazos.

Jasper, que hasta entonces había observado la escena con la tranquilidad de un espectador en la primera fila de una comedia improvisada, pasó junto a Rigel sin apurar el paso. Al quedar a su altura, lo miró de reojo, con una expresión indescifrable.

Por un instante fugaz —y sin saber por qué— Rigel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los ojos verde cristal de Jasper, que hasta entonces parecían tranquilos y distantes, se oscurecieron como un cielo antes de la tormenta.

—Cuida cómo te acercas a mi hermana —murmuró Jasper con voz baja, lo justo para que solo Rigel pudiera oírlo—. O el cuchillo que te sorprenda será el mío.

No hubo amenaza en su tono, solo una certeza serena y mortal que hizo que la sonrisa de Rigel se desvaneciera apenas un segundo, como una sombra barrida por el viento.

Luego Jasper siguió caminando como si nada hubiera pasado, ajustándose el borde de su abrigo y tarareando una melodía apenas perceptible.

Rigel lo observó alejarse con una ceja levantada y una chispa de respeto forzado brillando en su sonrisa torcida.

—Ese sí que me da miedo —murmuró Rigel para sí mismo, esbozando una media sonrisa nerviosa mientras se pasaba una mano por la nuca.

Justo en ese momento, Diana pasó junto a Rigel. Sus miradas se cruzaron, y por un instante fugaz, un hormigueo eléctrico le recorrió la piel, como si el aire entre ambos hubiese cambiado de densidad. Pero la chispa se desvaneció tan rápido como apareció, apagada por la mirada cortante de Chase, que atravesó a Rigel como una daga silenciosa.

—Dejen de perder el tiempo ahí atrás —se oyó la voz firme de Griffin desde más adelante en el sendero—. Quiero que vean esto.

El grupo aceleró el paso, apartando ramas y hojas mientras cruzaban un pequeño matorral. Al salir del otro lado, se encontraron sobre un risco cubierto de musgo. Desde allí, la vista se abría majestuosa hacia el valle. El pueblo de Brumavale reposaba en el fondo, como sacado de una postal antigua. Las luces de colores adornaban las calles con una inusual calidez, parpadeando entre los tejados como si celebraran algo… o trataran de distraer la atención de lo que realmente ocultaban.

Diana se detuvo al borde del risco, con el viento agitando su cabello, y sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Chase frunció el ceño, mientras Jasper tomaba nota mental de cada detalle. Barret cruzó los brazos, evaluando el terreno con mirada táctica, y Rigel, a su estilo, solo silbó bajo.

—Luce demasiado tranquilo —murmuró Diana.

—Lo está —respondió Griffin, sin apartar los ojos del pueblo—. Y eso es lo más preocupante.

Una extraña sensación se apoderó de Diana, como si una corriente helada le recorriera la espalda. Sus sentidos se agudizaron de inmediato y giró la cabeza con rapidez, escudriñando entre los arbustos que acababan de atravesar. Había algo... algo que no encajaba.

Chase también lo sintió. Su cuerpo se tensó instintivamente, como si una alarma silenciosa se hubiera activado en su interior. Sus ojos se entrecerraron, atentos a cualquier movimiento, cada músculo listo para reaccionar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.