Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 14

“Nunca dejes que el deber te robe el alma.”

― Código de los Cazadores de Leyendas

—¿Eres un ratón de biblioteca, verdad? —murmuró Rigel con sorna, acercándose a paso lento hacia Jasper.

Jasper no se inmutó. Ni un gesto, ni una palabra. Sus dedos recorrían con calma los lomos polvorientos de los libros en el estante, como si midiera el peso de siglos entre cada uno. Estaba buscando algo. Algo importante. Algo que los comentarios vacíos de Rigel no lograrían distraer.

—Eso no es de tu incumbencia —intervino de pronto la voz de Chase, cortante como una hoja afilada.

Rigel se giró con brusquedad, sorprendido. No lo había notado al entrar. Chase estaba ahí, semienterrado en la penumbra, sentado en un viejo sofá al fondo de la sala. La poca luz que se colaba por las rendijas de las cortinas apenas tocaba su silueta. Parecía parte de la sombra misma, como si el lugar le perteneciera por derecho.

—Ah, Chase… —dijo Rigel, ladeando la cabeza con una sonrisa ladeada—. Siempre tan encantador. Me fascina tu carismático sentido del humor.

—No lo confundas con paciencia —replicó Chase con frialdad, sin moverse—. Ya gastaste la poca que tengo contigo.

Rigel dejó escapar una risita breve, pero había tensión en sus hombros. No estaba seguro de cuánto podía provocar sin que el filo real saliera a relucir.

Mientras tanto, Jasper sacó con cuidado un libro particularmente antiguo y lo hojeó en silencio, como si el mundo a su alrededor no existiera.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Rigel con curiosidad forzada, intentando mirar por encima del hombro de Jasper.

Jasper se giró lentamente, el libro entre las manos, y clavó los ojos en Rigel. No fue una mirada superficial. Era una evaluación silenciosa, aguda, como si intentara atravesar esa fachada de bromista insolente que el otro se esforzaba tanto en sostener. Había algo en Rigel que no cuadraba. Algo más allá de sus gestos arrogantes y sus frases sarcásticas. Jasper tenía la sensación de que, bajo la superficie, ese chico ocultaba pensamientos más complejos, más oscuros… quizás incluso dolorosos.

—Rigel —dijo sin rodeos, su voz tan calmada como firme—. ¿Cuánto sabes realmente de la Orden?

La pregunta cayó como una piedra en el centro del salón, rompiendo el aire en silencio. Chase se inclinó ligeramente hacia adelante desde su asiento en la sombra, su mirada fija en Rigel. El tono de su cuerpo cambió: alerta, expectante.

Rigel se quedó quieto un momento, como si las palabras lo hubieran tomado por sorpresa. Luego se pasó una mano por la nuca, miró hacia el techo y dejó que su respiración se acomodara antes de hablar.

—Lo justo… —respondió finalmente, su voz un poco más baja de lo usual—. Nací y crecí dentro de la Orden. Nunca conocí otra cosa.

Se detuvo unos segundos, como si recordara algo que le oprimía el pecho.

—Me entrenaron para obedecer —continuó, más despacio ahora—. Para ser útil. Para ser temido.

Jasper entrecerró los ojos. La respuesta no era evasiva… pero tampoco completa. Había vacíos. Silencios estratégicos.

—¿Y estás bien con eso? —preguntó Jasper, sin perderle la mirada.

Rigel soltó una risa seca, sin humor. Se dirigió al sillón grande en el centro del salón y se dejó caer con cierta pesadez, como si de pronto le pesara el cuerpo entero.

—Supongo que sí. —Se encogió de hombros—. Aquí, la tradición lo es todo. Lo que sientes… no importa tanto.

El silencio se alargó unos segundos. Luego, con una expresión más seria de lo habitual, Rigel añadió:

—Hice el juramento de sangre a los diez años. —Sus dedos jugaron con un hilo suelto del forro del sofá—. Ya saben… ese maravilloso ritual donde juras morir por los ideales de la Orden y su código. Morir sin preguntar. Sin protestar. Sin pensar.

Hubo un instante en que pareció que iba a seguir hablando, pero se contuvo. Chase entrecerró los ojos desde la sombra, y Jasper bajó lentamente el libro, sin soltarlo.

La pose despreocupada de Rigel no podía ocultar la verdad: no estaba bien con eso. No del todo. Había fisuras en su lealtad, pequeñas pero reales. Y eso, para Jasper, era más revelador que cualquier discurso ensayado.

—¿Eres leal al Código, entonces? —preguntó Chase con voz baja, sin brusquedad, pero con una atención afilada como una hoja. No era una provocación. Era una prueba.

Rigel lo miró de reojo. Su sonrisa habitual no apareció esta vez. Tardó un segundo en responder, como si lo meditara cuidadosamente.

—La lealtad es buena... —dijo al fin, con un tono más áspero— hasta que se convierte en una cadena que ya no puedes quitarte.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue revelador. Chase y Jasper intercambiaron una mirada cargada de entendimiento. No necesitaban palabras: compartían la misma sospecha, el mismo peso. Ambos sabían lo que era vivir bajo un legado que no eligieron.

Rigel los observó. En su mirada ya no había burla ni arrogancia. Solo un atisbo de algo más crudo y vulnerable, apenas visible bajo la superficie de su actitud despreocupada.

—¿Saben? A veces me gustaría tener hermanos —dijo de pronto, su voz más suave, casi un susurro improvisado—. Me atrae esa... dinámica que tienen ustedes tres. Esa forma en que se entienden sin hablar. En que se cuidan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.