Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 15

"La línea entre cazador y monstruo es delgada. El deber es lo único que nos mantiene de este lado."

El Código de los Cazadores de Leyendas

Una sensación extraña recorrió la piel de Diana, como una corriente suave que no venía del viento ni del frío. Parpadeó, aún medio dormida, y se frotó los ojos con desgano. Empezó a abrirlos con lentitud, solo para encontrarse, de golpe, con el rostro de Rigel a escasos centímetros del suyo.

Sus ojos grises, cargados de esa habitual mezcla de curiosidad e irreverencia, la observaban fijamente, como si estudiaran un secreto que aún no se decidía a revelar.

—¡Por Dios! —exclamó Diana al saltar instintivamente hacia atrás.

El golpe fue inevitable: su cabeza chocó con la parte inferior de la cama superior con un sonoro ¡toc!

—¡Rayos, Diana! —se quejó Chase desde arriba, removiéndose entre las sábanas—. Quédate quieta, por favor.

Rigel soltó una carcajada baja y apenas contenida, pero no le duró mucho. Diana reaccionó al instante, tapándole la boca con una mano.

—¿Qué diablos te pasa? —le murmuró, molesta, sin quitarle la mano de encima—. ¿Eres un idiota profesional o solo estás practicando para el título?

Rigel alzó las cejas, divertido, pero esperó a que ella bajara la mano antes de hablar.

—Me pidieron que los despertara —dijo con tono inocente, casi convincente—, pero… te veías tan tranquila durmiendo que no pude resistirme. Tan dulce y hermosa.

Diana rodó los ojos, pero el rubor subiéndole por el cuello la delató.

—Vaya que me asustaste, idiota.

El rostro de Rigel cambió de pronto. Su expresión se volvió más seria, más pensativa, como si algo se hubiera activado en su interior.

—¿Sabes lo que más me asusta de ti, Evander? —dijo en voz baja, sin perder el contacto visual—. Que pareces más decidida a cargar el mundo que a entenderlo.

Diana frunció el ceño, incómoda. No por sus palabras, sino por lo mucho que le calaban.

—Eres tan molesto… y dices cosas tan extrañas —murmuró, bajando la mirada un segundo.

Rigel extendió la mano con suavidad y le apartó un mechón de cabello que le caía sobre el rostro. Sus dedos rozaron apenas su mejilla, lo justo para que Diana sintiera un escalofrío recorrerle la piel. Era calor disfrazado de frío.

Ella tragó saliva. Su cuerpo había reaccionado antes que su mente.

—Extrañas… pero ciertas —añadió él con una sonrisa apenas curvada, como si supiera que había ganado algo en aquel intercambio.

Por un instante, el mundo pareció suspenderse entre sus respiraciones. Entonces, la voz adormilada de Chase cortó el momento como un cuchillo:

—Juro que te advertí, Amell... aléjate de mi hermana, maldito romántico inconsciente.

Diana se apartó de Rigel con una sacudida leve y se puso en pie, disimulando el temblor en sus piernas.

—Será mejor que alejes antes de que te lancen una bota desde arriba —le espetó con falsa frialdad, aunque sus mejillas aún ardían.

—Lo haría… pero esta conversación me estaba gustando —respondió Rigel, siguiéndola con la mirada mientras ella se alejaba hacia el lavamanos improvisado en el rincón del cuarto.

Y por primera vez en mucho tiempo, Diana no supo si reír, enfadarse… o simplemente dejarse llevar. Una parte de ella quería girarse, devolverle una sonrisa sarcástica a Rigel y seguir con la absurda tensión que él siempre conseguía crear. Pero justo en ese instante, un golpe seco interrumpió el momento: una bota voló desde la litera superior y aterrizó con precisión en la parte trasera de la cabeza de Rigel.

—¡Auch! —se quejó Rigel, llevándose una mano al cráneo mientras fruncía el ceño con teatralidad—. ¿En serio?

Giró sobre sí mismo y alzó la vista. En la penumbra, los ojos entrecerrados de Chase lo observaban desde lo alto con una mezcla de fastidio y satisfacción apenas disimulada.

—Te lo advertí —murmuró Chase, sin molestarse en disimular el tono sombrío de amenaza fraternal.

Rigel alzó ambas manos como si se rindiera ante un juicio inevitable.

—Solo estaba despertándola con cariño…

—Sigue así y te voy a despertar con una silla —gruñó Chase, dándose la vuelta en la litera para volver a intentar dormir.

Diana, entre la risa que pugnaba por salir y el rubor que le encendía las mejillas, se quedó quieta por un momento. No dijo nada. Pero mientras se tocaba el lugar donde Rigel le había rozado el rostro, supo que algo había cambiado. Aunque no entendía del todo qué.

Cuando finalmente bajaron, Chase y Diana encontraron a Jasper ya sentado a la mesa, con una taza de café humeante en una mano y un libro grueso en la otra. No dijeron una sola palabra. Se miraron entre ellos y luego a su hermano, intercambiando una sonrisa silenciosa. Sin necesidad de hablar, se sentaron a su lado, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Rigel ocupó la silla justo al frente, acomodándose con descaro frente a Jasper, mientras Barret tomaba asiento a su derecha con la calma habitual. Rigel observó a ambos un momento, especialmente a Jasper, como si midiera cuánto podía empujar antes de cruzar una línea invisible.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.