Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 16

"Ser Cazador es renunciar a una vida propia para custodiar la de todos."

El Código de los Cazadores de Leyendas

—Lo siento —dijo Barret de repente.

Diana se giró con cierta sorpresa. Él caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, la expresión serena, pero sincera. Su tono había sido suave, casi tímido, como si las palabras se le hubieran escapado sin permiso.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó Diana, frunciendo ligeramente el ceño. No recordaba que Barret hubiera hecho nada que mereciera una disculpa.

Barret bajó la mirada un instante, rascándose la nuca con una sonrisa nerviosa.

—No es por mí… es por Rigel. A veces se pasa un poco. Es buena persona, de verdad, pero... —hizo una pausa buscando las palabras correctas—. A veces olvida que los demás no están dentro de su cabeza.

Diana alzó una ceja con una mezcla de diversión y resignación.

—¿Un poco? Yo diría que es irritante a niveles casi artísticos.

Barret soltó una risa sincera, el sonido fue breve, pero genuino.

—Tienes razón. Aunque creo que esa es su manera de intentar acercarse. Solo que... su encanto viene con advertencias.

Diana sonrió de lado, pero no respondió. En lugar de eso, volvió la vista al frente. El pueblo de Brumavale se desplegaba ante ellos, lleno de vida en apariencia. A la luz del día, era difícil imaginar los horrores que se escondían bajo su superficie.

Las calles empedradas estaban llenas de gente: niños corriendo con cometas de tela, ancianos sentados frente a sus puertas compartiendo historias, comerciantes voceando sus productos entre risas y discusiones amistosas. El aroma a pan recién horneado, café tostado y flores de mercado se mezclaba con el sonido de campanas lejanas y pasos sobre piedra. Era un retrato perfecto de calma rural.

—Parece un lugar de cuento —dijo Diana en voz baja, más para sí misma que para él—. Es difícil creer que algo tan oscuro esté ocurriendo aquí.

Barret asintió, su tono más serio ahora.

—Así es como funciona, ¿no? Lo más peligroso siempre se esconde donde nadie mira. Cuanto más bonita es la superficie, más fácil es ignorar las grietas.

Diana lo miró de reojo, evaluando sus palabras con cuidado. Había verdad en ellas. Una verdad que no necesitaba gritarse para hacerse sentir.

—¿Quiénes son Braxton y Ryan? —preguntó de pronto, recordando los nombres que Barret había mencionado antes para llamar la atención de Rigel. Le habían quedado resonando. Nombres lanzados como cuchillos que sabían exactamente dónde cortar.

Barret suspiró, como si se preparara para explicar algo que había contado muchas veces.

—Son los hijos de Leonard Kenzo, el quinto Guardian del Acuerdo de Sangre —respondió finalmente—. Ambos entrenaron con nosotros en la Orden desde pequeños. Ryan es el menor, bastante reservado. Pero Braxton… Braxton es otra historia.

Hizo una pausa, mirando al frente mientras caminaban por la calle adoquinada, como si buscara las palabras exactas.

—Braxton es lo que la Orden considera un “Cazador ejemplar”. Inteligente, metódico, preciso. Todo en él está calculado, medido. Es disciplinado hasta la obsesión. El tipo de persona que siempre tiene un plan… y un plan de respaldo por si el primero falla.

—Y Rigel… no encaja con eso —murmuró Diana, más como afirmación que como pregunta.

Barret sonrió con un deje de resignación.

—Rigel es todo lo contrario. Es pura intuición y caos. Actúa antes de pensar y a veces ni siquiera piensa. Es valiente, sí, pero también imprudente. Tiene talento, eso nadie lo niega… pero no sigue reglas. Ni las suyas.

—Y eso los hace chocar —dijo Diana, empezando a entender.

—Como el fuego y el hielo —asintió Barret—. Siempre están en desacuerdo, siempre compitiendo, siempre al borde de arrancarse la cabeza. Y cuando la situación se vuelve crítica... bueno, ahí entro yo. A salvarles el trasero antes de que lo quemen todo.

Diana no pudo evitar una ligera risa.

—Parece que te ha tocado el papel de pacificador.

Barret alzó una ceja, divertido.

—Alguien tiene que evitar que la próxima gran tragedia de la Orden comience por un comentario sarcástico mal cronometrado entre esos dos.

Luego, su expresión se suavizó.

—Pero, en el fondo, se respetan. Aunque nunca lo admitan. Rigel tiene esa forma tan suya de ser un desastre funcional... y Braxton, aunque nunca lo diga, sabe que a veces el caos salva más que la estrategia.

Diana lo observó en silencio, sus pensamientos girando en espiral. Comprendía, poco a poco, que la Orden no era solo una red de cazadores entrenados para enfrentar lo imposible. Era también una telaraña de historias entrelazadas, de lealtades imperfectas y cicatrices que el tiempo no había logrado cerrar del todo.

Sus reflexiones se desvanecieron cuando alzaron la vista y vieron que, frente al hospital, dos hombres los esperaban con aire inquieto. Uno vestía un traje oscuro impecable, con el porte sobrio de alguien que sabía dar órdenes sin necesidad de levantar la voz. El otro llevaba una sotana negra que se agitaba suavemente con la brisa, y aunque su expresión parecía serena, sus ojos analizaban con precisión a cada uno de los recién llegados, como si intentara ver más allá de sus rostros.




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