Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 19

"Cuando cae la noche y el mundo duerme, ellas despiertan, hambrientas de miedo y silencio."

―Gerard Evander

El aire alrededor del hospital era denso y frío, cargado de una humedad que calaba hasta los huesos. Una niebla pálida comenzaba a deslizarse como un manto espectral sobre el pavimento, cubriendo la calle con una bruma inquietante. No se oía nada más que el eco lejano de un gotero oxidado, golpeando su ritmo contra alguna superficie olvidada. El silencio era inquietante. Como si el tiempo se hubiese detenido, o como si todos hubieran huido antes de que algo terrible ocurriera.

Diana, Chase y Jasper se detuvieron frente a la entrada principal del hospital. Los tres miraron a su alrededor con creciente tensión. No había luces en las ventanas, ni movimiento en los pasillos. Solo el golpeteo intermitente de una puerta mal cerrada. Diana frunció el ceño.

—¿Lo sienten? —murmuró, apenas un susurro.

Chase asintió. Jasper tragó saliva y giró sobre sus talones, como si esperara que algo o alguien emergiera de la niebla.

Sin decir una palabra, los tres empujaron la puerta al mismo tiempo. Crujió al abrirse, quejándose como si se resistiera a dejarlos entrar.

Dentro, el hospital era aún más sombrío. Las luces parpadeaban débilmente, lanzando destellos intermitentes que revelaban fragmentos de pasillos desiertos, camillas abandonadas y papeles esparcidos como hojas secas. El aire estaba viciado, cargado de una sensación de abandono… o de espera.

—Esto no tiene sentido —murmuró Jasper, con los ojos muy abiertos mientras recorría el lugar con la mirada—. Aquí no hay nadie…

Chase apretó los puños.

—Algo está pasando aquí… —dijo con tono tenso—. O más bien, alguien estuvo aquí.

Diana avanzó unos pasos, el eco de sus botas resonando en el mármol agrietado. Su mirada se clavó en la penumbra de uno de los corredores, donde la oscuridad parecía demasiado densa… como si no fuera solo ausencia de luz.

—Sea lo que sea —dijo, en voz baja pero firme—, aún está aquí.

Los tres compartieron una mirada.

_ Vamos, tenemos que encontrar a Conrad y los otros.

Los tres hermanos corrieron por el pasillo, sus pasos resonando como ecos apresurados en las paredes vacías del hospital. No se detuvieron hasta alcanzar la habitación al final del pasillo. Chase fue el primero en empujar la puerta. Esta se abrió con un chirrido lento y áspero.

Se detuvieron en seco.

Conrad estaba allí, sentado en la cama, inmóvil, con la espalda recta y los ojos clavados en la ventana abierta. Más allá del cristal, el bosque se extendía como una mancha negra e impenetrable, y la niebla que lo envolvía parecía susurrarles secretos.

—¿Conrad...? —llamó Diana, dando un paso al frente con cautela.

El chico giró la cabeza lentamente hacia ella. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos… sus ojos hablaban de algo más. No había miedo en ellos, sino una profunda tristeza, y una tensión sutil, como si cargara con un peso que no podía poner en palabras.

—Está sufriendo —dijo, con un tono bajo, como si compartiera una confesión sagrada.

Chase avanzó con precaución, intercambiando una mirada con Jasper.

—¿Quién, Conrad? —preguntó con voz firme—. ¿Quién está sufriendo?

Conrad volvió a dirigir la vista hacia la ventana. El viento agitaba las ramas del bosque, y un lejano crujido de árboles llenaba el silencio.

—Ella… —susurró—. Ella está sufriendo. Puedo sentirlo. Como si su alma estuviera siendo desgarrada.

Jasper entrecerró los ojos. Algo se removía en su interior. El ambiente estaba cargado.

—¿La bruja? —preguntó, con un hilo de voz.

Entonces Conrad se giró de golpe. Su mirada se volvió dura, intensa. Una chispa extraña brilló en el fondo de sus pupilas, y por un instante, no pareció el mismo.

—Ella no es una bruja —espetó, helando el ambiente con sus palabras—. Es una guardiana. Su deber es proteger el bosque… mantener sellado lo que duerme en el fondo del lago. Eso que no debe despertar jamás.

Los tres hermanos se quedaron en silencio.

La bruma más allá de la ventana pareció crecer, envolviendo los árboles como un velo funerario. El viento aulló con fuerza, y la sensación de algo antiguo y oscuro, atrapado en la profundidad del mundo, pareció alzarse desde las raíces del bosque.

Conrad se levantó de la cama de golpe, con una determinación que contrastaba con la palidez de su rostro. Caminó con pasos decididos hacia el armario, abriéndolo bruscamente y sacando su ropa con movimientos apurados.

—¿Qué estás haciendo? —exclamó Diana, acercándose rápidamente para detenerlo.

—¡Déjame! —replicó Conrad, alzando las manos con firmeza, su voz cargada de urgencia—. Ustedes no lo entienden… Ella nos necesita. ¡Tiene que terminar el ritual!

Chase se adelantó, interponiéndose entre Conrad y la puerta.

—No —dijo, con firmeza en la mirada—. El que tiene que detenerse eres tú.




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