Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 20

"Los secretos son como veneno en copa de cristal: hermosos a la vista, letales al primer sorbo."

―Anders Evander

—¡Tienes que escucharnos! —gritó Jasper, caminando a toda prisa detrás de Griffin—. ¡Vaya que eres bruto!

Griffin se detuvo tan bruscamente que las botas chirriaron contra el suelo. Giró sobre sus talones y clavó la mirada en Jasper y sus hermanos, con esa intensidad que podía hacer que cualquiera olvidara cómo respirar. Detrás de ellos, Conrad y sus amigos permanecían inmóviles, intercambiando miradas nerviosas, y un poco más atrás, Barret y Rigel se aseguraban de que nadie intentara escapar.

—¿Qué dijiste? —gruñó Griffin, su voz grave como un trueno.

Jasper, lejos de intimidarse, dejó que una sonrisa burlona se dibujara en sus labios.

—Al menos conseguí tu atención.

—Solo queremos que nos escuches —intervino Diana, dando un paso al frente—. ¿Podrías, por favor, escuchar lo que tenemos que decir?

Griffin resopló y puso los ojos en blanco, como si la sola idea le pareciera una pérdida de tiempo.

—No puedo. Lo que están diciendo son disparates —replicó con dureza, señalando a Conrad y a sus amigos con un gesto seco de la mano—. Es imposible que ellos estén diciendo la verdad. Las brujas no protegen bosques… las brujas manipulan a las personas. Siempre lo han hecho.

—¡Eso no es cierto! —estalló Conrad, dando un paso adelante, con el rostro encendido por la indignación—. Lyoren ha sido parte de Brumavale por muchos años. Ella nunca ha lastimado a nadie… jamás.

La tensión se volvió tan densa que casi podía tocarse. El eco de las palabras de Conrad pareció quedar suspendido en el aire, mientras los ojos de Griffin, fríos y calculadores, se fijaban en él como si quisiera diseccionarlo en busca de mentiras.

—Vuelvan a explicar —pidió Griffin, bajando por fin los hombros y soltando un suspiro cansado, como si el peso de la conversación empezara a calarle hasta los huesos.

Conrad dio un paso adelante, tragando saliva antes de hablar.

—Lyoren es una bruja del bosque… —comenzó con voz firme, aunque en sus ojos había una urgencia que no podía ocultar—. Lleva años protegiendo los bosques de Brumavale, manteniendo el equilibrio, asegurándose de que nada cruce los límites. Pero su tiempo se está acabando. Pronto morirá… y cuando eso pase, su cuerpo se desvanecerá con la brisa del viento.

Griffin ladeó la cabeza, escéptico. Conrad continuó.

—En el fondo del lago, oculto desde hace siglos, duerme una criatura. No debe despertar. El único motivo por el que sigue durmiendo es porque la magia de Lyoren mantiene un sello sobre él. Cuando ella muera, ese sello se romperá… a menos que ceda su magia antes de irse. Por eso nos eligió a nosotros.

—¿A cambio de qué? —preguntó Griffin, sus ojos entrecerrándose como cuchillas.

Conrad y sus amigos se miraron entre sí, desconcertados por la pregunta.

—A cambio de nada —respondió uno de ellos, con una mezcla de sinceridad y desconcierto.

—Ella morirá igual —añadió otro—. Pero su magia vivirá en nosotros, manteniendo el sello. Eso es todo.

Griffin cruzó los brazos y negó lentamente con la cabeza.

—¿Acaso no se escuchan? Es absurdo.

—¡No lo es! —gritaron todos al mismo tiempo, la indignación resonando en la habitación.

Chase se adelantó, su voz grave y cargada de firmeza.

—Griffin, podrías al menos darles el beneficio de la duda.

El cazador lo miró en silencio durante un instante que pareció eterno.

—¿Y qué propones? —preguntó al fin, con tono seco.

—Ayúdalos —dijo Diana, dando un paso para ponerse junto a Conrad—. Encuentra a Lyoren… y a su amigo.

Jasper añadió, su voz tan firme como la de sus hermanos:

—Averígualo por ti mismo. Pero no la juzgues antes de escucharla.

Griffin los observó a los tres, uno por uno, como si tratara de leer algo invisible en sus rostros. Afuera, el viento golpeaba las ventanas, y por un instante, el silencio entre ellos fue más pesado que cualquier amenaza.

—¡Maldición! —escupió Griffin, como si las palabras le supieran a hierro—. Los tres… son iguales a su madre.

Hubo un silencio incómodo, pesado. Diana, Chase y Jasper se miraron de reojo, pero ninguno dijo nada.

—Caminen —ordenó Griffin, dándose la vuelta—. Vamos a buscar a esa tal Lyoren. Pero se los advierto… al menor error…

—Sí, sí… la matarás —lo interrumpió Jasper con un gesto teatral de las manos—. No será necesario.

Griffin lo fulminó con la mirada, pero no respondió. Simplemente echó a andar, y el resto lo siguió.

Avanzaron en silencio, dejando atrás el sendero para internarse cada vez más en el corazón del bosque. La espesura parecía cerrarse a su paso; las ramas bajas rozaban sus rostros, y la humedad del aire era tan densa que cada respiración pesaba. El suelo estaba cubierto por hojas podridas que crujían bajo sus botas, y de vez en cuando, un eco lejano —quizá un búho, quizá algo más— rompía el silencio.




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