Cazadores de Vampiros

Prólogo

Cuando el sol se pone en el oeste y las campanadas empiezan a sonar, será mejor que te escondas o ellos te devorarán.

Los niños de Brania se las arreglaban para crear las canciones más espeluznantes de la región y muchas veces personificaban estas melodías con feos atuendos hechos de ramas y telas desgastadas. Los extranjeros que llegaban al pequeño pueblo siempre eran advertidos por los habitantes aledaños. Nadie quería pasar una noche en aquellas tierras de penumbras. Pero muchas veces los comerciantes debían hacer una parada en Brania y pasar la noche en una de las pequeñas chozas que los locales rentaban. Eso era porque en Brania estaba estrictamente prohibido circular por las calles una vez que el sol se ponía.

De vez en cuando aparecía un forastero engreído que quería desafiar la mala fama de Brania. Usualmente, alardeaba por las calles de la ciudad bajo la mirada desaprobatoria de sus ciudadanos y luego violaba la regla de oro del pueblo. Si el alcalde lo consideraba oportuno, solía enviar a un grupo de hombres a buscar al infractor. Pero la mayoría de las veces, esos mismos hombres terminaban abortando la misión porque nadie quería estar allí fuera cuando esas cosas aparecieran.

De los 244 extranjeros que quebrantaron la norma principal de Brania, hubo 0 sobrevivientes. Lo triste era que todos sabían que el número real era mucho más alto, puesto que el pueblo había comenzado a cuantificar este tipo de casos hacía solo 50 años.

Sin embargo, para los ciudadanos de Brania, aquello era normal. De hecho, todos los seres humanos que vivían en lo más profundo de Transilvania sabían que debían tener mucho cuidado al andar de noche. Especialmente en pueblos o ciudades pequeñas, donde las casas eran más precarias y vulnerables. Los habitantes eran entrenados desde pequeños para que, al oír las tres campanadas de la iglesia que marcaban el final del día, buscaran refugio en sus hogares, en algún comercio o incluso en la iglesia comunal. Lo importante era cerrar sus puertas y tapiar las ventanas, tapar cada agujero con madera para que esas cosas no pudieran ingresar en la seguridad de sus casas. Cada vez que sus ciudadanos recurrían a misa, el padre de aquella pequeña comunidad les recordaba cuán afortunados eran de vivir en aquella época. Y es que, años atrás, Brania había sido testigo de eventos escalofriantes, que habían estado a punto de culminar con la civilización en los Montes Cárpatos. Los pueblos eran atacados cada noche por lo que muchos llamaban “el terror nocturno”. Hombres y mujeres habían intentado preservar a sus hijos a costa de sus vidas y esos niños quedaban a cargo de sus abuelos y abuelas, a los que apenas les alcanzaba para alimentarse a ellos mismos. En aquellas oscuras épocas, solamente el 30% de los niños alcanzaba los quince años de edad.

Brania había estado a punto de desaparecer. Los ciudadanos estaban aterrados; muchos querían escapar hacia las grandes ciudades como Bucarest o Timisoara. Pero había un problema: las carrozas no eran lo suficientemente veloces y nadie quería quedarse varado en los montes por la noche. Así que los ciudadanos de Brania tuvieron que resignarse a aquellas tierras, a esperar que la muerte tocara la puerta de sus casas.

Hasta que un grupo de hombres encontró una luz de esperanza para toda la civilización atrapada en aquellas tierras. Así como Dios había creado esas cosas para poner a todos a prueba, les había enviado una herramienta para superar el desafío. Había un árbol que crecía en las zonas más altas y hostiles de los Cárpatos, que repelía sus presencias. El padre solía decir que no había sido casualidad, había sido la voluntad de Dios. Estos hombres habían talado varios de esos árboles y habían usado la madera para construir las cabañas, que fueran como refugios impenetrables. Y luego, Dios decidió darles un arma, una piedra que se podía encontrar en las interminables minas de los montes y que podía herir de muerte a aquellas bestias. Por primera vez desde la creación de la humanidad, el hombre podía luchar contra los monstruos que acechaban la noche.

Pero, ¿quién en su sano juicio estaría dispuesto a luchar con esas horripilantes criaturas?

No fue hasta que un hombre sobrevivió a la mordedura que se decidió crear un grupo especializado en la caza de vampiros.

Y desde entonces, Brania fue conocida como la cuna de los cazadores.




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