"Hombre lobo" o "licantropo" es un humano que posee una condición que le permite cambiar de forma, generalmente adoptando un aspecto intermedio entre lobo y hombre. En casos más avanzados, la transformación puede ser completa. Suele ocurrir de forma voluntaria o cuando la persona se enfada, aunque se intensifica con la luna llena, aumentando su fuerza, habilidades y sed de sangre. Algunos llegan incluso a atacar a sus seres queridos. Viven bajo un orden jerárquico: el alfa lidera, le siguen los betas, y los omegas —generalmente los marginados— ocupan el último lugar.
Una chica pelirroja se levanta de su escritorio, toma el libro que leía y se deja caer sobre su cama, mirando al techo.
—Ya tengo 15 años. Debería estar con mis amigas, disfrutando esta etapa... No leyendo estos disparates que me dio papá por mi cumpleaños —suspira—. Vaya regalo más inútil.
Observa el libro. Se ve viejo y sin valor. Su padre le había dicho que era una herencia familiar.
—Bestiario... —lee en la portada—. Qué nombre tan absurdo… —Comienza a hojearlo—. Demonios, ángeles, otros mundos… —suspira—. Qué gran imaginación tenía quien escribió esto.
Lizz era una chica obediente, hija ejemplar, excelente alumna. Nunca había contrariado a su familia, aunque en su interior ansiaba más. Deja el libro a un lado y se dispone a dormir. No nota que, al final del libro, hay una leyenda: "Defendemos a los que no pueden, de las criaturas de la noche".
Suena su móvil. Lo toma y lee un mensaje:
Lizz, feliz cumpleaños. Pensé que te veríamos hoy. ¡Nos debes una celebración!
Claro, Sam. Mañana hablamos y salimos al mall a comer algo, ¿te parece?
Sin saberlo, ese sería el último mensaje que enviaría. Esa noche su vida cambiaría por completo. Su familia pertenecía a un linaje encargado de contener a las criaturas del mundo oscuro. Al cumplir 15 años, iniciaría un entrenamiento intensivo, sin contacto con el exterior.
Tres años después, en su cumpleaños número 18, Lizz vestía jeans, una chaqueta negra larga y un gorro rojo —los colores de los cazadores. Era de noche. A su lado, su padre Sven, de cabello rojo corto y barba tipo candado, vestía igual. Ambos cargaban rifles francotiradores con mira nocturna. Días atrás, las noticias hablaban de un extraño animal causando estragos en la ciudad. Pero ellos sabían exactamente qué era.
—Sigue el rastro de calor... —indicó Sven—. Cuando lo tengas a la vista, inhala, mantén la respiración, exhala... y cuando te quedes sin aire: dispara.
—Lo sé, padre —respondió Lizz, concentrada—. No fallaré.
Esa noche era su prueba final. Si todo salía bien, podría participar en misiones reales. Aunque la vida de cazadora tenía reglas estrictas, le fascinaba. Sven era el líder de la facción en esa ciudad.
Lizz siguió las instrucciones. Al detectar al lobo en fuga, disparó con precisión. La bala contenía un sedante potente. El objetivo cayó.
—¡Bien! Y de un solo disparo —la felicitó Sven mientras corría hacia el lobo.
—No fue tan difícil. Solo corría en línea recta —comentó con satisfacción, siguiéndolo.
Cuando llegó, su padre estaba amarrando las manos del licántropo, que había perdido su transformación. Sacó el móvil y dijo:
—Lo tenemos. Trae la camioneta. Es un beta, pero nos llevará al alfa.
Lizz comprendió que esa cacería recién comenzaba. Y eso la emocionó.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
—Lo interrogaremos y luego, a descansar. Mañana vuelves a tu vida.
—¿Eso significa que...?
Sven sonrió.
—Felicidades, hija. Eres una cazadora.
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Editado: 29.07.2025