Cazadores: Lizz

Capítulo Uno.

Eran las 7:30 de la mañana y sonó el despertador en la habitación de Lizz. La chica se levantó con algo de sueño, su cabello despeinado y una ropa ligera y traslúcida que dejaba entrever su figura. La noche anterior había estado hasta tarde en el bosque con su padre, cazando a un beta que llevaba semanas causando estragos en la ciudad por las noches. Mientras los noticiarios hablaban de un animal salvaje, ella y su familia sabían muy bien qué era en realidad. Lo mejor de todo: ya lo tenían.

Se dirigió a la ducha para prepararse. Ahora que había completado su largo entrenamiento —un aislamiento diseñado para fortalecer su mente— debía reincorporarse a la vida "normal". Hoy comenzaba sus estudios de actuación y modelaje en la prestigiosa Universidad de Aspen, en el condado de Colorado. Esa carrera era lo único que había podido elegir por sí misma: una excepción dentro del rígido código de los cazadores, al que ahora pertenecía.

—Ya me voy, mamá. ¡Adiós, papá! —gritó desde la puerta mientras tomaba una tostada de pan integral de la mesa.

—¿Solo eso vas a comer? —preguntó Helena—. Hoy será una noche complicada.

—Creo que deberías preocuparte más por mi primer día en la universidad, mamá —respondió Lizz con una sonrisa—. Papá, no te vayas sin mí, ¿sí?

Tomó las llaves de su auto y se marchó. Actuaba como si nada hubiera pasado la noche anterior. Gracias a eso, era buena actriz.

Al llegar a la universidad, no se sintió como una recién llegada. Solo asistirían los estudiantes de primer año, en un día dedicado a la inducción: conocer el campus, a los profesores y a los compañeros. Pero todo eso le resultaba aburrido.

—¡Lizz! —se oyó una voz desde el otro extremo del pasillo. Varias cabezas se giraron y pronto todas las miradas se posaron sobre ella. Se sonrojó levemente.

—¿Sam? ¿Eres tú? —preguntó con sorpresa. Agachó la cabeza al recordar el último mensaje que se enviaron. No había tenido la oportunidad de despedirse. Luego levantó la vista y caminó hacia la chica—. ¡No te veía desde hace años!

Sam vestía una falda escocesa corta, pantys negras y botas tipo militar, muy al estilo punk. Llevaba una polera sin mangas con el logo de "The Ramones" y una camisa roja amarrada a la cintura. Había sido su mejor amiga de la infancia, pero desde el inicio del entrenamiento de Lizz, no se habían vuelto a ver.

—¡No puedo creer que después de tres años estemos juntas otra vez! —exclamó Sam, abrazándola con fuerza—. ¡Te extrañé! Te fuiste de un día para otro.

—Estás muy cambiada —dijo Lizz, observándola con una sonrisa—. Si no me hablabas, no te reconocía. Antes eras tan introvertida…

—Muchas cosas pasaron —respondió Sam con una sonrisa—. Pero ahora prefiero vivir como nunca antes. —La abrazó de nuevo, esta vez dando un saltito—. ¡Y esta vez seremos las reinas de este lugar! ¡Lizz y Sam juntas otra vez!

Liss se sintió algo avergonzada por todas las miradas, pero la alegría del reencuentro la reconfortó. En ese momento, el altoparlante llamó a todos los estudiantes al auditorio para la ceremonia de bienvenida.

—Tengo que admitir que encontrarte aquí fue una grata sorpresa —dijo Lizz mientras abría la puerta del auditorio.

—Cuando te fuiste... —Sam hizo un puchero—. Pensé que no te volvería a ver. ¡Mala amiga! Ni siquiera llamaste.

—Créeme, si hubiera podido, lo habría hecho —respondió Lizz, sonriendo.

Tomaron asiento en la parte trasera del auditorio. La ceremonia fue larga y aburrida, con discursos del rector y algunos profesores que repasaban las normas básicas y el calendario académico.

—Al menos hay chicos guapos —dijo Sam, guiñándole un ojo a un joven que las miraba desde el otro extremo del salón.

—Realmente no me interesan los chicos —respondió Lizz, suspirando.

—¿Entonces te gustan las chicas? —preguntó Sam, con ojos bien abiertos.

—No… —rió Lizz, disimulando una tos—. Solo que no me interesa ningún tipo de relación por ahora.

Al salir del auditorio, cada estudiante se dirigió a su facultad. Sam estudiaría audiovisual y periodismo, así que sus clases eran en otro edificio. Lizz se quedó sola, esperando que las horas pasaran pronto. Mientras caminaba por el campus durante la hora de almuerzo, no logró encontrar a Sam, así que se sentó bajo un árbol.

Desde allí vio a un grupo de chicos —probablemente del equipo de rugby— entrenando. Muchos eran musculosos y ruidosos. A Lizz le parecían torpes… excepto uno: alto, piel morena, fuerte y ágil. Se movía con precisión, saltaba más alto que los demás y esquivaba con facilidad. Parecía tener habilidades superiores.

—Posiblemente yo lo haría mejor —pensó con una media sonrisa.

Sacó su Bestiario de la mochila y comenzó a leer, hasta que un balón cayó a su lado. Un chico se acercó mientras se quitaba el casco. Tenía el cabello negro corto, ojos oscuros y profundos, y facciones delicadas para alguien de su contextura.

—Hola… —dijo con una sonrisa—. Me llamo Joel. ¿Podrías pasarme el balón, por favor?

Lizz tomó el balón y se lo lanzó con fuerza. Él lo atrapó con una sola mano.

—Impresionante. Sabes lanzar —comentó, divertido.

—Claro. Sé hacer muchas cosas más que correr tras un balón —respondió ella con picardía.

—Entonces deberías enseñarme alguna de esas cosas —dijo Joel, guiñándole un ojo. Dio media vuelta, pero antes de irse, regresó unos pasos—. No me dijiste tu nombre.

—¿Y por qué tendría que hacerlo? —dijo ella, sin apartar la vista del libro.

—Yo te dije el mío —respondió él con una sonrisa.

—Yo no te lo pedí, cariño —replicó Liss, sin mirarlo.

—¡Perdiste este juego, capitán! —bromeó otro jugador, abrazando a Joel.

—Me lo dirás algún día, chica lectora —agregó Joel, antes de ponerse el casco y alejarse con su equipo.

Lizz sonrió, sin levantar la vista. Algo en ese chico le había resultado intrigante.

Las horas pasaron lentamente. Lizz apenas podía concentrarse; contaba los minutos para que terminara el día. Finalmente, al sonar la campana de salida, recogió sus cosas y se dirigió al estacionamiento.




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