Cazadores: Lizz

Capítulo Dos.

Lizz y su padre, Sven, caminaban bajo el manto de la noche por el bosque a los pies de la montaña de Aspen. La temperatura era helada, y el vapor que exhalaban al respirar se hacía visible en el aire quieto. El silencio era absoluto: no se escuchaban aves nocturnas ni otros animales del bosque. Demasiada calma.

—Esto no tiene buena pinta —comentó Sven en voz baja, avanzando con cautela. Según el beta que habían capturado la noche anterior, estaban cerca de la madriguera del alfa. Si lo atrapaban, podrían desorganizar a la manada y volverla más vulnerable.

—¿Recuerdas lo que decía el Bestiario sobre los betas cuando pierden a su alfa? —preguntó Sven.

—Sí, padre. Los betas se convierten en omegas, y los omegas son lobos que han perdido a su alfa o han sido expulsados. Su ferocidad disminuye, controlan peor la transformación, y son más fáciles de derrotar… incluso en luna llena —respondió Lizz con seguridad.

—Correcto. Pero hay algo más que ese viejo bestiario no menciona y debes saber. Si un alfa mata a uno de sus propios betas, puede absorber su poder y fortalecerse —dijo Sven, haciendo una pausa.

—¿Y por qué este alfa es tan peligroso? —preguntó la pelirroja.

—Según nuestra red, este alfa renueva su manada cada luna llena… —no alcanzó a terminar la frase.

—¿Estás diciendo que los está matando para hacerse más poderoso? —Lizz se llevó una mano a la boca, pensativa—. ¿Y crees que solo nosotros dos podremos contra él?

—Claro que no. Solo lo estamos rastreando —respondió con calma Sven—. Después de interrogar al beta, tu madre contactó a los otros cazadores. Están en camino —consultó su reloj—. Deberían estar llegando pronto.

—¿Vendrá Matt? —preguntó Lizz, entusiasmada—. ¡Hace años que no lo veo!

—Baja... la... voz —le advirtió Sven en un susurro—. Estamos cerca.

Matt era su primo, dos años mayor, con quien se crio.

Siguieron su camino hasta llegar a un claro donde corría un canal de agua cristalina. Tan sereno que reflejaba el cielo nocturno. A lo lejos, el canal desembocaba en una laguna. Luciérnagas flotaban entre los árboles, iluminando la escena con una belleza hipnótica.

—Estuvieron aquí... —dijo Sven, arrodillándose para tocar el suelo—. Ven. Dime lo que ves.

Lizz se agachó y observó con atención: cambios en los relieves, marcas en las rocas, pisadas diversas, y tierra demasiado suelta para estar tan cerca del agua.

—Creo que pasaron por aquí hace poco —dijo con algo de duda.

—Tienes razón en que estuvieron aquí, pero te equivocas en que se fueron. Mira las piedras arañadas y los árboles marcados allá —señaló con su linterna, usando luz tenue—. No solo estuvieron aquí: están entrenando a nuevos betas. El alfa está convirtiendo humanos. Está preparando algo a gran escala.

El tono de preocupación en la voz de Sven era claro. Todo cazador teme perder el control de la situación... o convertirse en presa.

—Lizz, instalaremos trampas. Ya no dispararás para inmovilizar. Esta vez, apuntas a matar —dijo mientras enterraba estacas de ondas alfa entre las rocas—. ¿Sabes para qué sirven?

—Para confundir a los lobos con ondas de sonido que los humanos no pueden oír —respondió Lizz sin dudar, recordando su entrenamiento en la cabaña de la montaña.

—Exacto —dijo, justo cuando un sonido los interrumpió—. Silencio...

Un crujido. Pasos veloces. Un aullido. Y una sombra saltando desde la oscuridad. Liss sintió un golpe en la cabeza. Todo se volvió negro.

Cuando abrió los ojos, mareada, sintió un hilo cálido correr por su frente: estaba sangrando. Oyó disparos. Aún aturdida, distinguió la voz de su padre:

—Lizz, si estás despierta, es momento de levantarte.

Sven peleaba cuerpo a cuerpo con un hombre lobo. A pesar de su habilidad, el lobo tenía la ventaja en fuerza. Lizz alzó su arma, le quitó el seguro, apuntó con dificultad debido al mareo y disparó. Dio en el brazo derecho del lobo, que retrocedió. Sven lo redujo en un instante, dejándolo boca abajo.

Con las manos del lobo atadas, Sven sacó una pequeña arma y se la apuntó a la cabeza.

—Si te mueves, disparo —dijo con frialdad—. No quiero matarte, solo a tu alfa. ¿Dónde se esconde?

El beta no respondió. Lizz observaba la escena con atención. Nunca había visto a su padre en modo interrogatorio.

—Una lección rápida, Lizz —dijo Sven, mostrando el rostro del lobo—. ¿De qué color ves sus ojos?

—Anaranjados —respondió.

—¿Sabes qué significa?

—No... En el Bestiario no decía nada sobre colores de ojos.

—Significa que este lobo nunca ha matado a nadie. Si lo hubiera hecho, serían verdes. En ese caso, según el código, no se les perdona la vida. Los ojos rojos son exclusivos de los alfas. Y si el rojo brilla como fuego... es porque ha tomado muchas vidas.

—Entonces los ojos delatan su nivel de amenaza —concluyó Lizz.

—Exacto. Aprende a leerlos. Es esencial.

El beta seguía sin hablar. Cerró los ojos, como si intentara bloquear todo. Sven le dio un golpe seco en la nuca. Cayó inconsciente.

—Es uno de los convertidos débiles. No habla por miedo al alfa —dijo, quitándose la mochila. Sacó una jeringa especial y se la inyectó al lobo.

—¿Es un chip de rastreo? —preguntó Lizz, recordando al veterinario.

—Exacto. Nos llevará al alfa. Solo debemos dejarlo ir… y seguirlo. —Sven la miró con preocupación—. ¿Estás bien? Ya no sangras.

—No es nada, mientras no me deje marca —bromeó.

—Si la deja, será una insignia de batalla —le dijo mientras desinfectaba la herida.

—Ese beta debería agradecer que no me pasó nada. De otro modo ya estaría muerto.

—Muerto no nos sirve —corrigió Sven con una sonrisa—. Vivo nos llevará a su líder.

El teléfono de Sven vibró. Consultó la pantalla.

—Vamos. Nos esperan los demás —dijo, cargando su arma al hombro. Activó una app de rastreo en su móvil—. Apenas despierte, lo seguiremos hasta la madriguera.




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