Kora.
El frio eriza los vellos de mi piel al empujar la gran puerta de metal. Todos mis músculos están tensos mientras recorro un largo pasillo que se encuentra iluminado solamente por varias lámparas de luz tenue en las paredes. Aun con la poca iluminación puedo distinguir los barrotes de las celdas que hay a mis costados. Pierdo la cuenta de cuántas celdas voy dejando atrás, porque a medida que avanzo aparecen muchas más.
La temperatura llega a tal descenso que ocasiona que todo mi cuerpo tiemble levemente. Cada vez que exhalo aire por la boca sale un vaho blanco. Me seguro de desplazarme sin hacer algún ruido o movimiento brusco.
Me obligo a detenerme cuando percibo su inminente cercanía antes de que aparezca completamente ante mis ojos. A varios metros de mi posición, sus ojos rojos como espinelas son los únicos que resaltan en medio de la penumbra. No logro ver sus facciones a plenitud, pero estoy segura de que lo que me devuelve la mirada no es una persona. No toca el suelo y solo parece una especie de sombra en medio del corredor.
— Corre...— profiere una voz casi imperceptible al mismo tiempo que la sombra empieza a acercarse a mí.
Giro mi cabeza con la respiración agitada hasta la fuente de la voz a mi derecha. Una pequeña niña, cuyos ojos no puedo ver con claridad, se aferra a los barrotes de una de las celdas más cercanas. Logro notar que posee una gran herida abierta cruzándole la mejilla.
Retrocedo varios pasos por el pavor.
La sombra sigue avanzando con peligrosidad hacia donde estoy.
— Vete... — insiste en un hilo de voz. Las palabras abandonando sus labios de forma agonizante — Da la vuelta y gira a la izquierda. Y hagas lo que hagas, nunca mires a...
En cuestión de segundos, su cuello hace un giro brusco, emitiendo un horrendo sonido. El cuerpo de la pequeña niña se desploma en el suelo con un ruido sordo. No lo pienso dos veces y giro sobre mis pasos, saliendo por donde hace segundos ingresé. Me cuesta ver con claridad, pero puedo sentir su presencia tras mi espalda, pisándome los talones, como un depredador persiguiendo a su presa.
Desconozco el camino por donde estoy corriendo, únicamente me concentro en no dejar de avanzar. Percibo mis pulmones quedarse sin aire, mis piernas doler y mi corazón bombear sangre con violencia. Respiro entrecortadamente, pero aun así no me detengo, porque si lo hago sé que puedo morir.
Entre la oscuridad que me envuelve, una leve luz se alza delante de mis ojos, dándole paso a lo que parece ser un espacio abierto. Sólo debo seguir corriendo, acercarme más, sólo un poco más...
El estruendo característico de un disparo llega hasta mis oídos y me hace detener de golpe. Paso saliva con pesadez mientras toco a tientas mi abdomen y piernas en busca de una herida. Sin embargo, no tengo herida alguna.
Aprieto mis manos sin dejar de observar al frente.
El disparo sonó demasiado cerca.
En ese momento logro percibirlo de nuevo. La extraña sombra se posiciona cerca de mí, pero esta vez trae algo espantoso consigo. Me quedo petrificada frente a ella cuando hace rodar la cabeza de Jenell justo a mis pies.
Sus ojos, que están completamente abiertos y rojos, me devuelven la mirada con terror. De un pequeño orificio entre sus cejas emana un hilillo de sangre que se pierde en el oscuro suelo.
No.
No, no, no.
Intento retroceder, pero no puedo moverme. Inesperadamente, mi garganta comienza a cerrarse. Dirijo mis manos con desesperación hacia allí, luchando por poder respirar a como dé lugar.
Al mismo tiempo, mis pies abandonan el suelo. Sin poder prevenirlo, una fuerza arrolladora me impulsa hacia un costado, logrando que impacte abruptamente con una pared de concreto. Un dolor agudo me invade la cabeza y la espalda baja. La sangre cae de mi nariz e inunda mi boca, haciendo que tosa repetidas veces.
Me duele respirar y estoy ahogándome con mi propia sangre.
Rebusco con desesperación entre mi cuello el collar que me obsequió mi madre. Cierro los ojos y me tumbo por completo en el piso...
Me levanto bruscamente, haciendo que una punzada atraviese mi cabeza en un dolor levemente agudo. Tengo el cabello pegado en la frente y estoy completamente bañada en sudor. Con el pulso acelerado y la respiración agitada, acomodo el cabello hasta despejar mi visión; sin embargo, algunas lágrimas empañan mi visión. Mis labios están completamente secos, pero cierro los ojos mientras intento tranquilizarme de nuevo.
No es la primera vez que tengo pesadillas de ese tipo. Tampoco es la primera vez que me despierto de golpe a mitad de la noche y temblando por ello. Pero esta vez me cuesta más volver a tener control de mis sentidos. Se sintió tan real y espeluznante que las horrorosas imágenes se siguen proyectando en mi mente a pesar de mis intentos por erradicarlas de mi cabeza. Luego de varios segundos, mis músculos se relajan un poco y consigo abrir los ojos. No obstante, al reparar a mi alrededor, caigo en cuenta de un detalle espantoso: esa no es mi habitación.
Los recuerdos vienen a mí como una avalancha y el poco autocontrol que logré recuperar hace un momento se esfuma ante el nuevo panorama frente a mis ojos. Mi mirada se pasea con desesperación en el cuarto donde estoy y, en cuestión de segundos, realizo un análisis rápido.
Estoy tendida sobre un colchón blanco y en un espacio no tan amplio. No hay ventanas en el lugar ni divisiones que conduzcan a otros espacios. Cerca de la puerta de madera hay un armario y, a pocos pasos de éste, un tocador con un pequeño taburete. A mi costado izquierdo hay una mesita de noche con dos divisiones y un vaso de agua a medio llenar sobre ella. Ninguna parte de mi cuerpo está atada a algo y sigo portando la misma ropa con la que me secuestraron, a excepción de mis zapatos. Pero lo que más me espanta es que no hay rastro de Jenell por ninguna parte.