-La causa de la creación de Umbra.
El crepúsculo caótico se cernía sobre una ciudad futurista, un laberinto de luces de neón, hologramas y televisores transparentes táctiles embellece la metrópolis. En medio de este paisaje, Ethan, un científico clandestino y de mente inquieta, caminaba apresuradamente bajo la lluvia. Vestido con su inseparable bata de laboratorio, llevaba en una bolsa de papel –adornada con animaciones GIF nanotecnologicas que parecían cobrar vida– los materiales para su nuevo experimento. Cada paso resonaba en las calles mojadas, testigo mudo del conflicto entre el orden y el caos.
De repente, el estruendo de motores rompió la calma: pandilleros con vestimentas de la cultura punk, montados en motos voladoras negras con hélices que surcaban el aire a apenas un metro del suelo, irrumpieron en la escena. Sus gritos y el vibrante zumbido de sus máquinas transformaron la noche en un torbellino de adrenalina. Con el corazón acelerado y el sudor frío recorriéndole la frente, Ethan se lanzó a toda velocidad sobre una bicicleta de carreras, zigzagueando entre callejones y esquivando sombras.
En una intersección, la situación se tornó aún más peligrosa. Ethan se encontró frente a un semáforo en rojo, y en un instante de reflejos sobrehumanos, él volteó a ver un camión que apareció de la nada. Con una maniobra casi milagrosa, evitó la colisión; el rugido del motor y el estruendo del frenado le hicieron latir el corazón a mil por hora. Mientras los pandilleros, obligados a frenar para evitar chocar con el gigante de metal, perdían momentáneamente su pista. Ethan, aprovechando la situación, giró en un callejón oscuro.
En ese rincón olvidado por la modernidad, se sumió en un silencio tenso. Ocultó su bicicleta y se refugió en un contenedor de basura, dejando que la penumbra y el eco de sus propios temblores amortiguaran el caos. Allí, con la respiración entrecortada, esperó instantes interminables, observando a través de la reja el pasaje fugaz de la amenaza. Cuando el callejón pareció recuperar una frágil calma, se atrevió a salir, recuperando con cuidado la bolsa y la bicicleta.
Pero el peligro no tardó en reaparecer. A escasos metros, un nuevo grupo de pandilleros surgió de entre las sombras. Su líder, una figura intimidante con voz grave y mirada acerada, se plantó frente a Ethan y, tronando sus dedos, dijo:
—Espero que tengas una muy buena explicación para haber entrado en nuestro territorio.
Con voz temblorosa, Ethan replicó:
—Eh… bueno… estaba huyendo de la pandilla de los Punks. Este era el único lugar cercano donde podía esconderme.
El líder arqueó una ceja con desdén:
—¿Así que conoces a los Punks?
Antes de que Ethan pudiera explicarse, un puñetazo certero lo sacudió, enviándolo al suelo. La violencia estalló en ráfagas de golpes y patadas en su cuerpo, el eco de cada impacto retumbando en el estrecho callejón. En medio del forcejeo, el sonido distante pero inconfundible de una sirena de policía se mezcló con el caos. Con una mirada calculadora, el líder ordenó:
—¡Vámonos de aquí!
Los pandilleros se dispersaron como reos en fuga. Ethan, aún aturdido, se incorporó lentamente: su nariz sangraba, un ojo morado atestiguaba el dolor y cojeaba con dificultad. Con determinación, recuperó su bicicleta y la bolsa, y se adentró nuevamente en las calles, donde la iluminación de neón se reflejaba en charcos y paredes gastadas.
En medio del tránsito caótico, un policía robot emergió de una patrulla autónoma. Su voz mecánica resonó en el aire:
—¡Hey! Está prohibido meter bicicletas en los callejones. La multa será de mil Vals —que es la moneda de ése mundo.
A regañadientes, Ethan aceptó el papel de la multa, mientras el pulso de la ciudad latía a su alrededor.
Finalmente, llegó al laboratorio, ubicado en un pueblo abandonado a la orilla de la ciudad. Al cruzar la puerta, se encontró con sus compañeros, cuyos rostros reflejaban asombro y preocupación. La Dra. Helena, con su bata impecable y mirada sincera, fue la primera en romper el silencio:
—¡¿Qué le pasó, profesor Ethan?!
Aun con la voz entrecortada por el dolor y la adrenalina, Ethan respondió:
—Lo de siempre: unos pandilleros me persiguieron, logré esconderme, pero esta vez… fui golpeado, pero por otra pandilla. Estos delincuentes no se saldrán con la suya.
Con determinación, se giró hacia sus colaboradores y añadió:
—Dr. Adrián, Dr. Marcus, y Dra. Helena, tengo aquí los materiales que faltaban para terminar de crear a Umbra mediante ingeniería genética. No podemos permitir que el caos se expanda sin control debido a la mano suave del gobierno contra la delincuencia. ¡Manos a la obra!
El laboratorio se impregnó de tensión y propósito. La noche caótica de la ciudad se había filtrado en cada rincón de ese lugar, donde la determinación de Ethan marcaba el inicio de una batalla que definiría el futuro. En ese preciso instante, el destino se entrelazaba con la ciencia y el peligro, preparando el terreno para la confrontación final.
—La creación de Umbra y sus recuerdos falsos.
Pasa el tiempo y, un día, Ethan se adentra solo en el cuarto secreto del laboratorio. La estancia, casi ritual en su austeridad, se baña en una luz amarilla tenue que emana de un panel de LED situado en el fondo, proyectando sombras alargadas sobre las paredes frías de cemento. Con paso firme, el profesor baja por una escalera angosta hasta llegar a una estructura sorprendente: un enorme huevo de cáscara translúcida, cuyos contornos revelan sutilmente la clara y la yema en su interior.
Dentro de ese enigmático cascarón se está formando una figura. Una mujer adulta de cabello plateado, vestida con un ajustado atuendo negro y creado por nanobots tejedores, se va definiendo lentamente como si de la incubación de la vida se tratara. A su alrededor, brazos robóticos se mueven con precisión, realizando ejercicios rítmicos a su cuerpo que estimulan el desarrollo de sus músculos. La mujer permanece sumida en un sueño inducido por anestesia.
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Editado: 01.03.2025