En un pequeño pueblo de Cuba, dos jóvenes llamados Alejandro y Miguel eran conocidos por su amistad desde la infancia. Ambos trabajaban juntos en la plantación de tabaco de la zona y compartían todo, desde risas hasta penas.
Pero todo cambió cuando llegó a la localidad una mujer llamada Camila, que había regresado al país después de estudiar en el extranjero. Su belleza y encanto cautivaron a todos los hombres del pueblo, pero fue a Alejandro a quien conquistó desde el primer momento en que la vio. Los dos jóvenes, que siempre habían compartido todo, ahora se encontraban compitiendo por la atención de la misma mujer.
Los celos y la envidia comenzaron a envenenar la amistad de Alejandro y Miguel. La tensión entre ellos era palpable, y todo el pueblo comentaba sobre la rivalidad que había surgido entre los dos amigos. La situación llegó a un punto crítico una tarde, cuando Alejandro y Miguel se encontraron solos en el camino de regreso a casa después de un largo día de trabajo en la plantación.
Sin mediar palabra, Miguel sacó un machete que llevaba consigo y lo blandió amenazadoramente hacia Alejandro. Este, sorprendido por la violencia de su amigo, también desenfundó su machete en defensa propia. Los dos jóvenes se enfrentaron en una frenética lucha, donde el ruido de los machetazos resonaba en el silencioso camino.
La sangre comenzó a brotar de las heridas de ambos, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a detenerse. La adrenalina y los celos los habían cegado por completo, y estaban decididos a luchar hasta el final por el amor de Camila. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados que contrastaban con la violencia de la escena.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Alejandro logró derribar a Miguel y arrebatarle el machete de las manos. Con lágrimas en los ojos, miró a su amigo herido en el suelo y se dio cuenta de la locura en la que habían caído por los celos. Dejando caer el machete al suelo, se arrodilló al lado de Miguel y le rogó perdón por haber permitido que los celos los consumieran de esa manera.
Miguel, herido y exhausto, miró a su amigo con ojos llenos de dolor y arrepentimiento. Aunque el orgullo no lo dejaba admitirlo, sabía que la situación se les había ido de las manos. Con un suspiro, aceptó las disculpas de Alejandro y juntos se ayudaron a levantarse, apoyándose mutuamente en el camino de regreso al pueblo.
La noticia del enfrentamiento entre los dos amigos se propagó rápidamente por la localidad, causando conmoción y preocupación entre los vecinos. La historia de la lucha a machetazos por celos a una mujer en Cuba se convirtió en una leyenda que perduraría en la memoria de todos por mucho tiempo.
A pesar de haberse perdonado mutuamente, la amistad entre Alejandro y Miguel nunca volvió a ser la misma. La sombra de los celos y la violencia siempre estaría presente entre ellos, recordándoles el peligro de dejarse consumir por la envidia y los impulsos violentos.
Camila, la mujer por la que habían luchado con tanto fervor, se sintió horrorizada al enterarse de lo sucedido y decidió alejarse del pueblo para evitar causar más problemas entre los amigos. Su partida dejó un vacío en los corazones de Alejandro y Miguel, que comprendieron que el verdadero tesoro no estaba en una mujer, sino en la amistad y el respeto mutuo que habían compartido desde la infancia.
Con el paso del tiempo, la herida en el cuerpo sanó, pero la cicatriz en el alma de los dos amigos permaneció como un recordatorio constante de la noche en que los celos los llevaron al borde del abismo. Aprendieron la lección de forma amarga, pero sabían que nunca más permitirían que la envidia los separara nuevamente.
Así, la historia de los dos jóvenes que se fajaron a machetazos por celos a una mujer en Cuba se convirtió en una advertencia para todos aquellos que se dejaban llevar por la ira y la envidia. La amistad y el amor verdadero siempre serían más valiosos que cualquier disputa pasajera, esa era la lección que Alejandro y Miguel llevarían grabada en sus corazones para siempre.