Centinelas Andantes

Capítulo 10 - Mal aire

El grupo aceptó el ofrecimiento de Vanesa y se quedó en su residencia. La mansión contaba con tres cuartos de huéspedes, cada cuarto con su baño privado, por lo que los forasteros pudieron acomodarse de maravilla. La propiedad era tan grande porque a Vanesa le gustaba recibir a sus colegas alcaldes en su propio domicilio. Lógicamente, dicho privilegio era posible gracias a que la mujer era adinerada. De hecho, todos los alcaldes poseían grandes riquezas, ya que era una de las condiciones necesarias para su postulación. Dicha condición se justificaba por la obligación que los mandatarios tenían de responder con su propio capital ante la malversación de fondos o negligencia económica.

Ivo, Bruno, Filomena, Penélope, Máximo y Níspero se acomodaron en los sillones del patio mientras la anfitriona iba por té. Al llegar con la tetera, la mujer preguntó:

—¿Tienen planeado volver a Nobles Nogales para retomar el trayecto original?

—No —respondió Ivo—. Sería el camino más largo hacia nuestro destino final. En cambio, elaboramos un nuevo itinerario mucho más conveniente.

El muchacho le alcanzó a Vanesa el mapa con las indicaciones trazadas en lápiz.

—Tiene buena pinta —opinó la dueña de casa, a la vez que ojeaba el enorme pedazo de papel.

Los forasteros permanecieron un par de días en la lujosa residencia de la funcionaria, hasta que una madrugada se dispusieron a dejar Senda Floral. Se bañaron, desayunaron y se despidieron de Vanesa, uno a uno, con un abrazo.

—Les deseo suerte en su travesía —dijo la mandataria—. Recuerden que aquí siempre tendrán las puertas abiertas.

Los amigos partieron, bien temprano. Avanzaban por el camino a paso tranquilo, en una mañana cuyas condiciones eran óptimas para viajar. Tras recorrer un tramo bastante adelantado, dieron con un poblado llamado «Los Girasoles». No entraron, puesto que no pretendían parar en cada aldea que cruzaran, sino que planeaban recorrer al menos cuarenta kilómetros de un tirón y luego darles un descanso prolongado a los caballos.

Continuaron hasta que llegaron a Albor, el asentamiento marcado en el itinerario. Al transitar por la calle del acceso, vieron una imponente carpa.

—¡Mira, Bruno! Un circo —le avisó Filomena.

—¡Guau! —exclamó el niño apenas sacó la cabeza por la abertura trasera de la capota. El tamaño de la carpa lo dejó alucinado a primera vista—. Pero… ¿qué es un circo?

—Es un lugar donde acróbatas, contorsionistas, escapistas, forzudos, malabaristas, payasos y demás personas muy talentosas brindan sus espectáculos —le explicó la médica.

—¡Sensacional! —acotó Bruno, aún sin comprender del todo.

El grupo llegó al centro del poblado e hizo lo más sensato: buscar un sitio dónde parar. Quince minutos más tarde, ya estaban quitándoles los arneses a los caballos en el establo de la posada local, de igual manera que en Nobles Nogales. Después de abonar el precio correspondiente a dos habitaciones, desempacaron. Finalmente, como era la tarde, se sentaron en la taberna para merendar.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Máximo mientras sumergía una galleta en una taza con leche caliente.

—¡Vayamos al circo! —Bruno juntó las palmas de las manos en señal de súplica.

—¡Excelente sugerencia! —opinó Ivo—. Deberíamos averiguar cuándo será la próxima función. Quizás tengamos suerte y podamos disfrutar de los espectáculos hoy mismo.

—Por mí, está bien —comentó Máximo.

—Lo mismo digo —agregó Penélope.

—Yo coincido —manifestó Filomena.

—Bien, hacia el circo, entonces —dictaminó Ivo.

Salieron a pie porque los percherones ya se encontraban descansando. En la calle se cruzaron a mucha gente, entre la cual, con total seguridad, más de uno había oído hablar de los famosos héroes del Bulevar de las Desgracias. Por suerte para el grupo, las únicas personas en el pueblo que conocían su aspecto físico eran el alcalde, los concejales y su séquito, representantes de Albor en el homenaje por la victoria sobre los piratas.

Los amigos caminaron hasta la boletería, donde dieron con un pizarrón que decía: «Última función suspendida».

—¡Qué extraño! —comentó Ivo—. ¿Qué habrá sucedido?

—Pues no sé —repuso Filomena.

—Averigüemos cuándo retomarán —sugirió Penélope al notar la cara de desilusión de Bruno—. Tal vez dentro nos informen.

Los amigos ingresaron al playón que funcionaba de nexo entre la boletería y la carpa. Golpearon las manos.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarlos? —Un muchacho salió de una de las carpas menores que estaban dispersas por el terreno.

—Hola, mi nombre es Ivo. Quisiéramos saber cuándo retomarán los espectáculos.

—No estoy muy seguro. Resulta que Cirilo, el hijo pequeño de los dueños, está enfermo. —El muchacho demostraba gran angustia.

—Debe de haber sido algo muy grave como para suspender la función de despedida —especuló Filomena.

—Sí, el niño cayó al suelo y empezó a temblar.

—¿Te refieres a convulsiones? —La médica buscaba una descripción más específica.




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