Centinelas Andantes

Capítulo 12 - Búfalos de Agua

Al otro día, la galera finalmente abandonó Albor. La estadía había durado más de lo esperado. Como se acostumbraba, el coche conducido por Filomena salteó ciertos poblados hasta que llegó a la aldea marcada en el itinerario. Durante el viaje, no sucedió ninguna peripecia que valga la pena remarcar.

Los aventureros ingresaron en Baya Grande. Preguntaron por la ubicación de la posada local a un transeúnte que paseaba a su perro por una vereda cercana a la entrada del pueblo. Una vez en la posada, los amigos continuaron con la rutina: metieron la galera al establo, liberaron a los caballos para que pudieran alimentarse cómodamente y bajaron el equipaje. Luego, Ivo, Bruno, Filomena, Penélope, Máximo y Níspero se adentraron en la taberna para mitigar su propia hambre.

Ordenaron una amplia variedad de embutidos y quesos, acompañados de aceitunas y pan. Para beber, pidieron la especialidad de la casa: batido de melón.

—¡Qué deliciosa es esta clase de chorizo! —comentó Bruno.

—Se llama morcilla —dijo Ivo.

—Bueno… es lo mismo.

—Pues no —replicó el granjero—. Si bien ambos embutidos se elaboran con cerdo, para el chorizo se utiliza la carne, mientras que para la morcilla se usa la sangre.

Apenas oyó tal dramática información, el niño volteó la mirada hacia Filomena, como si buscara que la mujer desmintiera al granjero. Pero, para sorpresa de Bruno, Filomena asintió con la cabeza en señal de corroboración hacia las palabras de Ivo. Al confirmar el origen sanguíneo del oscuro chacinado, la reacción del niño fue la de gesticular cierto asco. Después, observó el trozo de morcilla que tenía en la mano, antepuso el buen sabor a los prejuicios y continuó consumiéndola.

Cuando la dueña de la posada se disponía a limpiar la mesa, Ivo se dirigió hacia ella:

—¿Sería tan amable de recomendarnos alguna actividad para hacer en el pueblo? Estamos de paso y quisiéramos matar el tiempo mientras los caballos descansan.

—Para hoy no puedo recomendarles nada, pero para mañana sí —dijo la dueña—. A partir del mediodía, en el Parque Conmemorativo, se disputará la Copa Cantalupo.

—¿Qué es eso? —preguntó el granjero.

—Es un premio entregado al equipo que gane en el lanzamiento de melones —respondió la señora.

—Disculpe lo preguntón, pero… ¿lanzamiento de melones?

—Es una competición que enfrenta a varios equipos de seis integrantes cada uno, los cuales accionan una catapulta que arroja melones. Cada equipo efectúa tres lanzamientos, y gana aquel que alcance la mayor distancia.

—¿Toda esa fruta es desperdiciada? —cuestionó el granjero.

—¡Ivo! —Filomena regañó a su amigo por el atrevimiento.

—Bueno, en verdad… —la dueña se tornó incómoda— esa fruta no es consumida por los seres humanos, si a eso te refieres. Los melones estallan contra el suelo, pero representan una cantidad ínfima en comparación al rendimiento descontrolado de las plantaciones. De hecho, la Copa Cantalupo tiene su origen en ese rendimiento descontrolado.

—¿Podría usted explicarme? —Ivo se fregó la barbilla.

—Según cuenta la historia, hace muchísimo tiempo, existió en Baya Grande una larga racha de pésimas temporadas de cosecha. Por suerte, ciertos eventos desconocidos causaron que los melones volvieran a crecer, y que lo hicieran de manera abundante. En un acto de desahogo, las familias agricultoras festejaron arrojando algunos de los melones con sus propias manos, como si el despilfarro fuera una burla hacia la crisis previamente sufrida.

—Comprendo. —Ivo asintió con la cabeza.

—Resulta que esta particular forma de festejar se repitió durante una y otra temporada, hasta que los lanzamientos derivaron en una arcaica competición. Más adelante, se construyó la catapulta y se formalizó el certamen actual, con sus reglas y su premio. En fin, lo que había comenzado como un simple juego acabó convirtiéndose en una tradición.

—Perdone mi curiosidad. —Máximo entró en la conversación—. ¿Cómo es la catapulta?

—Según los planos, sacados de vaya uno a saber dónde, es técnicamente una pedrera. Se trata de un sistema de palanca constituido por una larga viga acoplada a un eje perpendicular, el cual está elevado del suelo por un armazón de madera. Dicho eje actúa de fulcro y divide la viga en dos brazos: uno corto, desde donde salen las cuerdas que los competidores jalan, y uno largo, desde donde sale la honda con la bolsa que carga el melón. —A la vez que explicaba verbalmente, la señora se asistía con sus manos y brazos para agregar precisión al relato.

—¡Caray!, sí que entiende de estas cosas —comentó Máximo, totalmente sorprendido.

—¿Saben qué? Podrían participar de la competición. Tienen tiempo hasta la noche para inscribirse. El Parque Conmemorativo se encuentra al final de la calle, en sentido hacia allá. —La señora señaló con su mano derecha.

Después de la conversación, la dueña de la posada se retiró hacia atrás del mostrador, y los amigos continuaron hablando, aunque de cualquier otro tema. Al cabo de unos minutos de sobremesa, Máximo se dirigió hacia el resto:

—¡Inscribámonos!

—¿En la competición? —preguntó Ivo.




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