Centinelas Andantes

Capítulo 14 - Punto de no retorno

Tres días más tarde, a la madrugada, la galera salió hacia Paso de Granito, la última parada antes de cruzar la cordillera. Respecto a dicho accidente geográfico, el horizonte aserrado se dejó apreciar desde una distancia bastante anticipada.

—¡Guau! —dijo Bruno—. Yo jamás había visto las montañas.

—Creo que ninguno de los que estamos aquí las había visto nunca —acotó Ivo.

—Yo no —agregó Filomena.

—Nosotros tampoco —confirmó Penélope.

Llegaron a destino. Lo primero que hicieron fue instalarse en la posada, que en este caso no quedaba muy lejos de la entrada al poblado. Ese mismo día decidieron visitar el escobio, es decir, el paso hacia el desierto. Pretendían averiguar qué tan cierto era lo del bloqueo. Arrancaron a pie.

Quinientos metros antes del escobio, fueron detenidos en una garita. Uno de los muchachos que allí trabajaban se acercó y dijo:

—Hola, ¿qué necesitan?

—Queremos saber si podemos cruzar hacia el desierto —respondió Ivo—. Nuestra intención es llegar a Gema Corindón.

—¿Caminando? —El empleado sonrió sarcásticamente.

—No, tenemos una galera. Los caballos descansan en el establo de la posada —comentó el granjero.

—Ah, bueno. De todas maneras, les comunico que no podrán continuar con su viaje, ya que el cruce cordillerano está bloqueado.

—Por favor… recorrimos un largo camino para llegar hasta aquí.

—Lo siento, pero no depende de mí —se excusó el encargado de la garita—. El bloqueo está conformado por toneladas de rocas de granito. Además, llegar a Gema Corindón, ya sea en carreta, galera o carroza, es una travesía peligrosa; mejor dicho, imposible.

—¿A qué se debe tal imposibilidad? —preguntó Ivo, haciéndose el desentendido.

—No se me permite brindar esa información —repuso el empleado, quien comprendía que ya había hablado de más.

—Vimos la rueda dentada de Senda Floral —reveló Penélope—. Sabemos de los Centinelas Andantes. Incluso, tenemos un plan para derrotarlos.

—Es que… espérenme aquí un momentito. —El muchacho se vio sobrepasado por la situación. Se dirigió hacia la garita donde yacían sus compañeros y, al retornar, vociferó—: Suban a aquel carruaje. Los llevará al edificio del ayuntamiento.

—Muchas gracias —dijo Penélope—. Fue usted muy amable.

Una vez en el edificio del ayuntamiento, los amigos debieron esperar hasta que el chofer del carruaje hablara con el mandamás. Finalmente, Ivo, Bruno, Filomena, Penélope y Máximo ingresaron a su despacho, y se presentaron. Alfonso, el alcalde, les pidió que tomaran asiento. Luego, dijo:

—Se me informó que ustedes tienen un plan para derrotar a los Centinelas Andantes.

—Así es —confirmó Penélope—. Para derrotarlos y restaurar el abastecimiento de agua en Gema Corindón.

—Déjame decirte que no tienes idea de lo que estás hablando, muchacha —acotó Alfonso—. Esos monstruos son prácticamente invencibles, con mencionar que disponen de absoluta inmunidad a los disparos de mosquete. Te digo más: si consideramos cada enfrentamiento ocurrido, como mucho, se ha llegado a arrancarles la rueda motriz que ustedes vieron. Aun así, la unidad afectada logró escapar.

—¿Y cómo lo hizo?, ¿cómo escapó? —preguntó Penélope—. Según el diagrama de un amigo que supuestamente conoce a los Centinelas Andantes, si se quita una de las ruedas motrices, se pierde el control del vehículo; es decir, se hace imposible su direccionamiento.

—¡Vaya! Al fin y al cabo, sí tienes idea de lo que estás hablando —repuso Alfonso—. Será mejor que narre la secuencia completa.

—Me parece perfecto —concordó Penélope.

—La corona fue arrancada del sistema oruga por el Temerario Julio y su tropa, todos miembros del Ejército. Utilizaron una trampa conformada por cartuchos de pólvora y un cable de acero. Tras la extracción de la rueda motriz, la unidad de los Centinelas Andantes perdió maniobrabilidad, como tú lo indicaste, Penélope. La incapacidad del vehículo para apuntar con el lanzallamas incentivó a los militares a intentar abordarlo, pero fueron víctimas del Oniros.

—¿Y eso? —preguntó la ingeniera.

—El Oniros es otra de las temibles armas de los monstruos metálicos —respondió Alfonso—. Se trata de una sustancia volátil que adormece a todo aquel que la inhale. Es principalmente empleada en envenenar la ruta que las personas utilizan para conseguir agua dulce desde Lago Abasto. En fin, cuando el Temerario Julio y sus hombres sucumbieron desmayados por acción del Oniros, fueron apresados. Jamás se los ha vuelto a ver.

—¡Oh, qué espanto! —comentó horrorizada Penélope.

—Gregorio, el soldado encargado de la trampa, se salvó por haberse quedado atrás —contó Alfonso—. Sin nada que hacer por sus compañeros, ató el cable de acero a su carruaje y arrastró la corona hasta Tres Buitres. Se supone que, una vez dominada la situación, la tripulación del vehículo metálico reemplazó la rueda motriz por un repuesto.

—Tiene sentido.

—Ahora que se te han aclarado las dudas, cuéntame cómo sabes tanto de estos asuntos —solicitó el alcalde.




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