Llegó el ansiado momento de probar el funcionamiento de la mole de hierro. Para dicha tarea, se esperó a que fuera de noche y la temperatura descendiera lo suficiente como para que el calor irradiado por la maquinaria pudiera tolerarse. El aire seco del desierto no era capaz de retener el calor del sol; en consecuencia, la diferencia de temperatura entre el día y la noche era muy pronunciada. Se podría decir que las noches eran plenamente frías, incluso en verano.
Máximo llenó de agua la nueva caldera, introdujo el carbón en el hogar y lo encendió con una cerilla manufacturada en Río Templado. Una vez que los medidores indicaron que el sistema contaba con la presión de trabajo, el ingeniero dio aviso a su hermana, quien ocupaba el rol de conductora. Penélope accionó la palanca de potencia, la cual abría la válvula de admisión que enviaba el vapor desde el domo hacia los cilindros. Los pistones empezaron a mover las bielas conectadas a las ruedas motrices, y el vehículo lentamente comenzó a avanzar.
El domo era un recipiente abovedado que acumulaba el vapor recogido desde la caldera. De esto se deduce que su ubicación radicaba en la parte superior, donde tienden a ir los gases calientes. Este recipiente era visible desde afuera, como una prominencia en el techo de la mole de hierro.
La válvula de admisión, instalada dentro del domo, funcionaba como el acelerador de la máquina, cuya apertura se regulaba con la palanca de potencia. Se sobreentiende que, a mayor apertura, mayor era la cantidad de vapor recibida por los cilindros y mayor era la velocidad de desplazamiento de las orugas.
Al acelerar, la presión ejercida por el vapor dentro del domo tendía a decaer (fenómeno reflejado en los medidores de la consola), y era menester compensarla aumentando el volumen de agua en ebullición. Para eso, el fogonero agrandaba el tiro de la chimenea, lo que, lógicamente, incrementaba la quema de carbón.
Por el contrario, cuando se desaceleraba, el vapor se acumulaba en exceso y ejercía mayor presión en el domo. Para que la caldera no estallara, una válvula de seguridad automática liberaba el excedente de vapor hacia la atmósfera. La válvula de seguridad cortaba cuando se volvía a acelerar y el vapor fluía hacia los cilindros, o cuando se achicaba el tiro de la chimenea y el volumen de agua en ebullición disminuía.
Bien, con los mellizos al mando, el vehículo avanzaba hacia el frente. Eso significaba que ambas palancas de marcha, izquierda y la derecha, estaban posicionadas hacia adelante. Tras recorrer todo el largo del pueblo, Penélope llevó las dos palancas de marcha hacia la posición trasera. Esto invertía el giro de ambas bielas y, por ende, el de ambas coronas, lo que activaba la reversa.
Con la reversa aprobada, era momento de testear la dirección. La misma consistía en hacer rotar todo el vehículo en el lugar hasta conseguir la orientación deseada. Si se pretendía que la unidad rotara en sentido horario, era cuestión de llevar la palanca izquierda hacia adelante y la derecha hacia atrás. Lógicamente, si se pretendía que rotara en sentido anti horario, se debía llevar la palanca derecha hacia adelante y la izquierda hacia atrás. De esto se deduce que las ruedas de una oruga giraban de manera independiente respecto a las ruedas de la otra, por más que compartieran los ejes. Dicha independencia se conseguía mediante el empleo de doce rodamientos de bolas (uno por cada rueda) encastrados en seis ejes fijos.
Todo el mecanismo era tosco y tardaba en responder. De hecho, cuando Penélope cerraba abruptamente la válvula de admisión, el vehículo tendía a continuar en movimiento por efecto de la inercia, y era necesario que activara la cuarta palanca: el freno, que bloqueaba las orugas.
Durante las jornadas que los mellizos emplearon en «agarrarle la mano» al monstruo metálico, Ivo fue dado de alta por Filomena. Al salir de la casa de Carlos para tomar aire, por primera vez en trece días de indescriptible suplicio, el granjero fue sorprendido por una espontánea aclamación popular. El muchacho no consiguió hacer otra cosa que romper en llanto frente a semejante demostración de afecto. Claramente, presentaba algún tipo de secuela psicológica que amplificaba su sensibilidad emocional.
Cada cuestión se encontraba resuelta; entre ellas, el portón frontal ya estaba restaurado y la aldea quedaba a salvo de piratas oportunistas. Por consiguiente, se organizó una asamblea cuyo propósito consistía en evaluar el futuro.
—El explorador me informó que el puesto avanzado fue totalmente incinerado, al punto de quedar irrecuperable —contó el sargento—. Mi idea es que el pelotón viaje hasta La Ciudadela para reponer los materiales con los cuales reconstruir las barracas. Deberíamos terminar, de una vez por todas, el tramo del foso que llega hasta las Colinas Rocosas.
—¿Y qué haremos con la mole capturada? —consultó Don Facundo.
—Habría que llevarla a La Ciudadela —sugirió Penélope—. Se le podría instalar uno de los cañones que defienden la fortaleza.
—Esos cañones son verdaderamente poderosos —vociferó Fernando—. La combinación con el vehículo acorazado daría origen a una máquina suprema.
—Con ella, podríamos eliminar a los Centinelas Andantes que impiden el abastecimiento de agua desde Lago Abasto hacia Gema Corindón —agregó la ingeniera.
—¡Estupendo! Una cacería —irrumpió Ivo, con un marcado tono vengativo.
—¿Qué opinan ustedes? —les preguntó el sargento a sus subordinados.