Centinelas Andantes

Capítulo 21 - Cacería

Los días posteriores se compusieron de preparativos. Fabián transportó los proyectiles destinados a la misión desde el arsenal del Ejército hasta el vehículo artillado, en carretilla y de a dos unidades por viaje. A medida que los acarreaba, se los iba pasando a Ivo, y este los iba apilando en la bodega (antigua celda). Las veinte granadas quedaron al lado del baúl de las medicinas y demás equipamiento de la tripulación.

Por pedido de Roberto, la pólvora fue acomodada en el rincón más alejado del hogar.

—¡Boinas con piojos! —exclamó el coronel—. Me dan escalofríos de sólo pensar en las consecuencias de una chispa mal ubicada.

El Ejército cedió un remolcador para la misión. En él fueron cargados los alimentos y el agua, tanto para el consumo como para la caldera. Además, lógicamente, en el enorme acoplado se incluyó el carbón del hogar. Todo esto era necesario porque, a diferencia del viaje desde Malas Tierras a La Ciudadela, ahora no se contaría con ningún poblado donde reabastecerse.

En una gran sala dentro del cuartel general, se llevó a cabo una reunión entre el alto mando y los involucrados en la futura misión. Lo primero que Timoteo hizo fue presentar a la sargento Bárbara, la cabeza del equipo que escoltaría al Destructor. Luego, el general desenrolló sobre la mesa central un majestuoso pergamino, cuyo diseño reproducía el mapa del desierto con un nivel de detalle excepcional.

—Aquí es dónde los Centinelas Andantes capturan a sus prisioneros. —El mandamás deslizó un dedo sobre un trazo agregado con tinta y pluma en el mapa, trazo que iba desde la Meseta Magnetita hasta la Sierra Picos Arcaicos, en el noreste.

—Disculpe, ¿qué significa «Hilera Nebulosa»? —preguntó Ivo, en relación a una escritura ubicada debajo del trazo, también agregada con tinta y pluma.

—El nombre hace alusión al fenómeno visual conformado por el vapor, el humo, el Oniros y la luz que las bestias metálicas emiten mientras marchan en fila y en perfecta sincronización —explicó Timoteo.

—¿Perfecta sincronización? —El granjero intentaba imaginar el fenómeno.

—Sí. Las siete unidades que componen la Hilera Nebulosa inician el patrullaje al mismo tiempo, a la misma velocidad y en la misma dirección. Cada vehículo acorazado tiene asignado un segmento de cinco kilómetros, que recorre de ida y vuelta durante veinticuatro horas continuas. Al concluir las veinticuatro horas, ocurre un cambio de turno con siete nuevas unidades provenientes desde la base. Los cambios de turno se realizan a las dieciséis en punto.

—La idea es que la aniquilación de las primeras siete unidades cause un efecto psicológico tan devastador que los sustitutos desistan en retomar el patrullaje —señaló Roberto—. Así, el paso de los carros cisterna quedaría liberado.

—Tengo una duda —irrumpió Filomena—. ¿Cómo sabremos si las unidades a eliminar cargan o no rehenes en su interior?

—Ese asunto ya está resuelto —repuso Timoteo—. Al día siguiente de que hicimos el trato, envié al emisario más veloz hacia Gema Corindón para que solicitara que no se despachen más carros cisterna hasta el comienzo del otoño. Para cuando ustedes lleguen a la Hilera Nebulosa, no deberían existir posibilidades de que el enemigo transporte prisioneros, ya sea capturados a la ida desde Gema Corindón o a la vuelta desde Lago Abasto.

Con los civiles empapados del contexto, el alto mando reveló la táctica para acabar con las bestias metálicas. Entre indicaciones varias, el coronel Gustavo, uno de los jerarcas más importantes, comentó:

—Como la visibilidad dentro de la maraña gaseosa es casi nula, hay un poste con ojos de gato entre segmento y segmento, que brillan y le indican a cada conductor cuándo debe cambiar de dirección. Esos postes les serán útiles a ustedes como referencia para tomar posición de disparo.

—¿Ojos de gato? —preguntó preocupado Bruno, con una macabra representación mental originada por la creencia de que el término era literal.

—Es una manera de llamar a los retroreflectores —aclaró Gustavo con una sonrisa.

Lógicamente, el plan hacía hincapié en que tanto los cazadores como el material fueran expuestos al mínimo riesgo posible. Los miembros del alto mando no disimulaban la preocupación que el destino del cañón les generaba.

—Recuerda, Roberto, si la pérdida del cañón es inevitable, llena el ánima de pólvora y destrúyelo —dijo Feliciano, uno de los coroneles a cargo de la artillería enclavada en los baluartes.

Antes de dar por finalizada la reunión, Timoteo volvió a enrollar el pergamino y se lo entregó al coronel Roberto, comandante asignado para la misión. La importancia de contar con un mapa de precisión militar era inconmensurable, ya que no existían caminos hacia el nuevo destino. Los aventureros avanzarían consultando la brújula, y corroborarían su orientación mediante puntos de referencia dispersados por el terreno, muy bien señalados en el pergamino.

Esa noche partieron. El Destructor y el nuevo remolcador cruzaron el foso por un pasadizo que comunicaba hacia el medio de la nada.

—La idea es que, cuando cada tramo del foso esté completado, este pasadizo sea el único punto por el cual se pueda cruzar —comentó Roberto.

—Tiene sentido —acotó Ivo—. Es un punto rigurosamente custodiado. Cuando el foso esté completado, ninguna fuerza hostil podrá filtrarse nunca más.




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