"El amor adolescente es como montar un caballo sin bridas: emocionante, peligroso y con muchas caídas." — Autor desconocido
La brisa fresca de la noche anterior aún parecía cargar la energía de la carrera de caballos. Entre risas y bromas, Dayron trató de restarle importancia a su derrota. Claro, porque perder con estilo es su especialidad.
—Te dejé ganar —dijo con esa sonrisa burlona que me daba ganas de lanzarle una herradura.
—¡No! Acepta que soy la campeona de las carreras —respondí con la misma seguridad que un gato tratando de cazar un rayo láser.
Por si fuera poco, mi caballo seguía dando vueltas en círculos, y yo luchaba por no caerme de su melena. Porque sí, evidentemente el animal tenía alma de coreógrafo.
Dayron alzó las manos en señal de rendición, riendo como si fuera un show de comedia en vivo.
—Vale, tú ganas. Por cierto, Samuel se quedó dormido otra vez.
Mis ojos se dirigieron automáticamente al banco, donde mi hermano roncaba con tanta potencia que seguramente estaba afinando algún instrumento imaginario.
—¿Estás seguro de que no murió? Porque ese nivel de ronquidos no es normal —comenté mientras le lanzaba una piedrita para asegurarme.
Dayron soltó una carcajada. —Tranquila, sigue vivo. Aunque tal vez deberíamos considerar llevarlo a un zoológico.
Mientras caminábamos hacia la puerta, Dayron miró su reloj.
—Me voy, mamá organizó otra cena en la finca. Ya sabes cómo es.
Hice una mueca exagerada. —Qué trágico. ¿Sobrevivirás a otra sobredosis de comida casera?
Dayron sonrió y, antes de salir, se inclinó y me desordenó el cabello como si aún tuviera 10 años.
—Cuánto has crecido, Danna.
—Tú también... ¡Ah, qué vergüenza! —Quería golpearme la frente. ¿Por qué siempre digo cosas raras?
Él simplemente rió y, con un tono más suave, agregó:
—Es bueno estar de vuelta.
Suspiré como en un mal drama romántico mientras lo veía irse. Y entonces, ¡pum! Mi momento de autocompasión fue interrumpido por Samuel.
—¡Danna! Despierta, te vas a quedar dormida otra vez.
—¿No puedes ser más amable? —gruñí, mientras me daba la vuelta en la cama.
La puerta se abrió de golpe, y antes de que pudiera reaccionar, un chorro de agua helada me golpeó en toda la cara.
—¡Samuel, voy a asesinarte en tus sueños!
Él simplemente se encogió de hombros. —Mamá dijo que te apures. Tienes 10 minutos.
Con el peor humor posible, corrí a la ducha. Pero mi día mejoró (¿o empeoró?) cuando bajé y me encontré con Dayron en la cocina, casualmente bebiendo café como si no hubiera destrozado mi paz mental anoche.
—Buenos días, dormilona —dijo con su típica sonrisa.
—Buenos días —respondí con una voz tan temblorosa que probablemente soné como un pato asustado.
Todo parecía tranquilo hasta que, porque claro, soy yo, choqué accidentalmente con él y derramé jugo de maracuyá por toda mi camisa blanca.
—¡Danna! Lo siento, no te vi —dijo apresuradamente mientras agarraba una servilleta.
Mientras él evitaba mi mirada, yo rogaba al universo que me tragara. Porque sí, mi camisa estaba pegada a mi piel y no era precisamente apropiado.
El resto del día fue un desastre menor en comparación. Pero al llegar la noche, cuando me estaba recuperando de mi torpeza, alguien golpeó suavemente mi puerta.
—¿Quién es?
—Dayron.
—Pasa.
Entró con esa sonrisa cansada pero cálida.
—¿Ocupada?
—No mucho. ¿Qué pasa?
—Nada importante. Solo quería verte antes de que el día terminara.
Hablamos de cosas triviales, reímos, y por un segundo, sentí que todo estaba bien en el mundo. Pero, como siempre, mi cerebro decidió sabotearme justo cuando él iba a irse.
—Dayron... —dije con voz tímida, sin saber exactamente qué quería decir.
—¿Sí?
Tragué saliva.
—¡Nada! Buenas noches.
Él sonrió suavemente y se despidió.
Me quedé mirando la puerta cerrada, mi corazón todavía corriendo como mi caballo en la carrera. Suspiré. "Danna, eres un desastre."
Y justo cuando pensé que podría consolarme con algo de dignidad, me miré al espejo y vi el horror: un pedazo de lechuga estaba pegado en mi diente desde el desayuno.
Perfecto.
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Editado: 03.12.2024