"El amor no necesita de grandes palabras, solo de silencios llenos de significado."
— Gabriel García Márquez
La puerta se cerró tras Dayron, y con él entró la calma fresca de la madrugada. Afuera, los gallos ya anunciaban el amanecer, y el aroma del café recién hecho se colaba por toda la casa. Aquí, en la finca, el día comenzaba con el canto de los pájaros y el murmullo del río cercano.
—¡Pues siéntese ahí, no más! —le dije, señalando la cama con un ademán exagerado. Me sentía toda una anfitriona organizada... hasta que un montón de cuadernos decidió rebelarse y cayó al suelo, como si estuvieran vivos.
—¡Ay, no puede ser, siempre lo mismo! —refunfuñé mientras los recogía, mi dignidad por los suelos.
Dayron sonrió levemente, como si disfrutara de mi pequeño caos.
—Gracias —murmuró, acomodándose en la cama con esa tranquilidad que solo él tenía, como si el mundo fuera un lugar perfectamente predecible.
—¿Y vos? —le solté, todavía con un cuaderno en la mano—. ¿No que estaban en la fiesta con Samuel?
—Sí, fuimos, pero me empezó a doler la cabeza. Samuel dijo que aquí tenías pastillas.
Sin pensarlo mucho, abrí el cajón y saqué una caja de acetaminofén. Le pasé una pastilla junto con un vaso de agua.
—Siempre tengo —dije, poniéndome en plan experta—. Vivo con migrañas, ya sabe.
Dayron asintió, aceptando el agua y la pastilla.
—Me acuerdo —respondió, recostándose en la cama—. Gracias. No quiero ser molestia, siga con lo suyo.
Intenté concentrarme en mis apuntes, pero era imposible con él ahí, tan tranquilo. Su respiración pausada y el crujir leve de la madera bajo su peso llenaban la habitación. Trataba de estudiar, pero mis ojos se desviaban constantemente hacia él. ¿Cómo podía estar tan calmado después de una fiesta?
De repente, lo pensé sin filtro, y peor aún, lo dije:
—Me alegra que estés aquí...
¡Trágame tierra! Me puse roja al instante, como un tomate maduro.
Me levanté rápidamente y fui hacia la ventana, buscando el fresco de la mañana. La luz del amanecer bañaba la finca con tonos dorados. Las montañas lejanas, cubiertas de neblina, parecían despertar junto conmigo.
Flashback: 5 años atrás
Era una noche fría y oscura. En medio de la finca, me senté en una piedra cerca del río, llorando desconsoladamente. Mi papá, un cafetero curtido, se había ido a entregar un pedido grande a la ciudad y, como siempre, yo temía que algo malo le pasara.
—Danna, tranquila —escuché la voz de Dayron. Apareció como un fantasma entre los árboles y se sentó a mi lado, abrazándome con fuerza—. Todo estará bien, ¿recuerda lo que siempre digo?
—No quiero estar sola otra vez... —dije entre sollozos.
Dayron levantó la mirada hacia el cielo estrellado y señaló la luna llena, que iluminaba la finca como un farol.
—Cada vez que la veas, recuerda que hay luz incluso en las noches más oscuras.
Fin del Flashback
Volví al presente con una mezcla de nostalgia y algo de paz. Dayron seguía ahí, recostado en mi cama, como si todo el universo estuviera en orden. Justo cuando pensaba que se había dormido, abrió los ojos y me miró con esa expresión tranquila.
—¿En qué piensa? —preguntó con voz baja, todavía adormilado.
—¿Yo? Nada importante. ¿Ya se siente mejor?
—Sí, perdón, creo que me quedé dormido.
—No hay problema. ¿Samuel ya regresó?
Dayron sacó su celular, mandó un mensaje rápido y se levantó.
—Me dijo que no lo esperemos. Regresa tarde. ¿Hay algo de comer?
Sonreí, sabiendo que la respuesta obvia era un “sí” gigante. Me dirigí a la cocina y encontré una olla de calentado con arepas recién hechas. Mientras bajaba la olla, sentí la mano de Dayron sobre la mía.
—Cuidado, está caliente. Déjeme a mí.
Lo vi moverse por la cocina con la misma soltura de siempre, como si fuera dueño del espacio. Sirvió dos platos, y nos sentamos a comer en silencio, disfrutando del aroma del hogao y el maíz.
De repente, me di cuenta de que me estaba observando con una sonrisa traviesa.
—¿Qué pasa? ¿Está malo? —pregunté, nerviosa.
—No, pero tiene algo de hogao en el labio.
Intenté limpiarme torpemente, pero él, con calma, tomó una servilleta y lo hizo por mí. Su mano rozó mi rostro, y sentí como si mi corazón hiciera piruetas.
—Listo —dijo, sin darle importancia, mientras yo me derretía por dentro.
Tan tranquilo él, y yo, un completo desastre.
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Editado: 03.12.2024