"El amor llega como el amanecer: primero ilumina, luego calienta."
- Pablo Neruda
—¿Te parece si vamos a buscar naranjas mientras llega mi hermano? —pregunté, intentando romper la tensión.
Dayron sonrió.
—Vale, vamos. Hace rato que no hacemos eso.
Salimos hacia el huerto, donde los árboles de naranja estaban cargados de frutos. La brisa del atardecer hacía que las hojas susurraran, y el cielo empezaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados. Cada uno llevaba un canasto, y pronto nos encontrábamos entre los árboles, eligiendo las naranjas más maduras.
—¿Recuerdas cuando nos subíamos a los árboles y mi abuela nos regañaba? —pregunté, riendo.
Dayron asintió, con una sonrisa nostálgica.
—Y tú siempre decías que era "entrenamiento para ser ninja".
—¡Porque lo era! —respondí con una risa—. Aunque ahora creo que fue más entrenamiento para caídas.
Dayron soltó una carcajada.
—Y bien que te servía, porque te caías todo el tiempo.
—¡Oye, no tanto! —protesté, fingiendo indignación mientras lanzaba una cáscara de naranja en su dirección.
El contraataque no se hizo esperar: él arrojó una pequeña naranja, y pronto estábamos en medio de una guerra de frutas, riendo a carcajadas.
—¡Dayron! —grité, cuando una de sus naranjas me golpeó en el hombro—. ¡Eso dolió!
—¡Pues no me provoques, Danna! —replicó divertido, levantando otra naranja amenazadoramente.
—¡No te atrevas!
Salí corriendo, y él me persiguió entre los árboles. Después de varios minutos de risas y carreras, finalmente tropecé con una raíz y caí al suelo, llevándome a Dayron conmigo cuando intentó ayudarme.
—¡Te lo dije! —dijo entre risas, mientras tratábamos de levantarnos sin mucho éxito.
—¡Fue tu culpa! —protesté, aunque no podía dejar de reír.
Nos quedamos ahí un momento, tendidos en la hierba, mirando el cielo que ya comenzaba a oscurecerse. La tranquilidad del campo nos envolvía, solo interrumpida por nuestras risas y el canto de los grillos.
—¿Sabes? Esto es mejor que cualquier cosa en la ciudad —dijo Dayron, rompiendo el silencio.
—Lo es —admití, sintiendo una paz que pocas veces experimentaba.
Finalmente, recogimos las naranjas que habíamos dejado esparcidas y volvimos a la casa. Cuando llegamos, Dayron tomó el canasto y se dirigió hacia la cocina.
—Voy a exprimir unas para hacer jugo. ¿Quieres ayudarme?
—Claro —respondí, siguiéndolo.
Entre risas y charlas, preparamos el jugo. Dayron se encargaba de exprimir las naranjas, mientras yo probaba y corregía el azúcar. Al final, terminamos compartiendo un vaso cada uno, disfrutando del sabor fresco y natural.
—Bueno, ya regreso —dije después de terminar mi vaso.
Una vez en mi habitación, me acosté en la cama, con la mente aún revuelta por todo lo que había ocurrido. Aunque no habíamos llegado a besarnos, el día había estado lleno de momentos especiales.
“Lo importante es que está de vuelta”, me repetí antes de caer en el sueño. Mañana sería un nuevo día.
Pero justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, una idea cruzó por mi mente. Me levanté, agarré una almohada y, con una sonrisa traviesa, fui directo al cuarto de Samuel, donde Dayron ya debía estar descansando.
Abrí la puerta con cuidado, pero un chirrido delató mi presencia.
—¿Danna? —preguntó con voz somnolienta.
—¡Por haberme ganado tantas veces! —grité antes de lanzarle la almohada.
Dayron se incorporó rápidamente, sorprendido.
—¿Qué rayos...?
—¡Revancha de almohadas! —dije con una sonrisa triunfal.
—Estás loca —respondió, tomando otra almohada—. Pero no vas a ganar.
Y así, la noche terminó con una batalla campal, llena de risas, almohadas volando y corazones latiendo más rápido de lo que ambos admitirían.
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Editado: 03.12.2024