"El amor es como el viento, no se ve, pero se siente." — Nicholas Sparks
El sol apenas despuntaba cuando bajé a la cocina, decidida a preparar algo especial. Pancakes esponjosos, dorados, con un toque de canela, los favoritos de Dayron. Mientras batía la mezcla, una sonrisa boba se dibujaba en mi rostro. “Le encantará”, pensé, colocando cuidadosamente las frutas encima y sirviendo un vaso de jugo fresco. Justo cuando terminaba, escuché pasos acercándose. Me giré emocionada, pero mi sonrisa se desvaneció.
—¡Buenos días, hermanita! —dijo Samuel, mi hermano, con su habitual tono animado.
—Buenos días... —respondí, intentando esconder mi decepción—. ¿Y Dayron?
—Se fue temprano a su casa. Tenía que estudiar para sus exámenes de instituto —dijo mientras se servía una taza de café y agarraba un pancake.
Mi corazón se hundió un poco. Todo ese esfuerzo, y él ni siquiera estaba para disfrutarlo.
—¿Esto es para mí? —preguntó Samuel, con la boca llena.
—Sí, claro... todo tuyo —respondí, forzando una sonrisa, mientras subía a mi habitación a prepararme para el día.
El trayecto en coche fue silencioso. Puse mis audífonos y miré por la ventana, tratando de distraerme con la música. Sin embargo, mis pensamientos seguían regresando a Dayron. “Qué tonta”, me dije. De pronto, Samuel frenó de golpe frente a la casa.
—Ábrele la puerta a Dayron —dijo, rompiendo el silencio.
Me quité los audífonos rápidamente y miré hacia afuera. Ahí estaba él, con su sonrisa característica.
—¿Dayron? —pregunté, todavía sorprendida.
—¿Me dejas subir o no? —dijo él, divertido.
Sin pensarlo, abrí la puerta y él se acomodó a mi lado. Durante el trayecto, el silencio se sentía diferente, lleno de esa tensión agradable que solo él podía generar. Mi corazón latía más rápido con cada minuto. Al llegar al instituto, Dayron se despidió con un gesto casual, mientras yo seguía mi camino hacia la escuela. Sin embargo, antes de entrar, me giré para mirarlo una última vez. Estaba rodeado de amigos, como siempre, destacando con su presencia.
—¿Te sigue gustando el mejor amigo de tu hermano? —preguntó Sofía, mi mejor amiga, sacándome de mi ensoñación.
—Cada vez más —admití con una sonrisa resignada.
—¿Vas a decirle?
—Ni loca. Él está en once, ya está a punto de irse a la universidad —respondí, con un tono melancólico.
—Pero ¿por qué no? —insistió Sofía, como si fuera lo más sencillo del mundo.
Suspiré y miré hacia donde Dayron se estaba alejando. “¿Qué diría él de mí?”, me pregunté en voz baja.
—Porque, Sofía... somos de mundos diferentes. Yo, en noveno, y él ya casi en la universidad. Él tiene todo un futuro allá, y yo… bueno, estoy aquí, atrapada en este instituto.
Sofía me miró con una mezcla de comprensión y sarcasmo.
—¡Ay, por favor! Estás diciendo eso solo porque no te atreves a hablar con él. Y no me vengas con excusas de “mundos diferentes”, que eso suena a novela.
Me reí, a pesar de la frustración que sentía.
—¡Eres un caso perdido, Sofía! Pero tienes razón... tal vez sólo debería hablar con él y dejar de vivir en este drama de telenovela.
Ambas nos reímos, pero algo en mi interior seguía preguntándose qué hubiera pasado si, en lugar de quedarme con el miedo, hubiera dado un paso hacia él.
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Editado: 03.12.2024