Capítulo 1
Mi vida es un poco desastrosa, pero podía verle el lado gracioso a todo.
Podía. Es un verbo en pasado.
Y dejé de hacerlo cuando:
—Empecé a trabajar en casa de los Crane.
—Cumplí la mayoría de edad, lo que significaba que ya era adulta.
Sí, exacto, ese momento en el que dejas de ser un adolescente puberto y te transformas en una persona responsable, seria y aburrida. Tres palabras que yo odio. ¡Por todos los cielos! Tengo tan solo 17 años, no puede ser que ya quiere que madure. Y cuando digo «quiere» me refiero a mi tía Wendy.
Ella es una mujer de 30 años, divorciada y sin hijos. Es la hermana menor de mi padre que justo ahora está dando sus servicios a la Fuerza Armada de los Estados Unidos. En cambio, mi madre murió cuando yo nací... Sí, triste historia, lo que sea. No me gusta hablar de aquello. Crecí con Wendy desde que tengo uso de memoria y algunos años con mi padre, luego él tuvo que irse y desde entonces lo veo cada 2 años.
Así que ahora que se supone que soy una adulta, tendré que conseguir un trabajo para ayudar a pagar la universidad. Anhelo ir a Louisville desde pequeña.
Así que aquí me encuentro, en una cafetería, compartiendo la mesa con la hermosa señora Elizabeth de Crane para acordar un trabajo como niñera. Todo va bien hasta el momento.
—Un gusto conocerte, Megan. Wendy me ha hablado muy bien de ti.
1) Sí, me llamo Megan, odio el nombre, así que me quedo con Meg y 2) Wendy me recomendó el trabajo.
—Gracias.
—De acuerdo, vayamos al punto —da un sorbo a su café—. Este no es un trabajo de niñera común. No cuidarás niños.
—¿A qué se refiere? —frunzo el ceño sin entender.
—Es un anciano —utiliza un monótono—. Es el padre de mi esposo, River Crane. Y solo necesitamos a alguien que lo cuide, pero se supone que justo en este momento ya estarías corriendo. Es un buen hombre, solo que en ocasiones es muy ocurrente —la mujer se pasa una mano por el cabello castaño oscuro en frustración—. ¿Qué dices?
Abro los ojos y trago, indecisa. Vaya, es un anciano. ¿Por qué no solo lo meten a un asilo y ya? No me esperaba esto. ¿Debería aceptar?
—¿Cuánto me van a pagar? —tomo de mi café para no parecer tan interesada.
—Oh, el dinero es lo de menos. ¿Cuánto quieres?
Alzo una ceja. Ahora sí que estoy interesada.
—¿Doscientos dólares?
—¿Solo doscientos? Vale, seiscientos dólares al mes. ¿Qué dices?
Me atraganto con el café y empiezo a toser.
—Espere... ¿Seiscientos? ¿Dólares? ¿Al mes?
Mi calculadora mental se activa. Las vacaciones son durante 3 meses, ese es el tiempo que le trabajaría a los Crane para luego largarme a Louisville. Si multiplicas 600 x 3 = 1.800, casi 2.000 dólares, lo que haría que solo faltaran mil más para poder inscribirme. Y entre Wendy y papá podría conseguirlos.
—Claro, linda, no sabes cuánto hemos estado buscando a alguien para que se encargue de él. Mi esposo y yo tenemos que salir del país para unos negocios y si te pudieras quedar a dormir sería mucho mejor. ¿Cuento contigo?
Seiscientos dólares al mes.
Un anciano.
¿Qué tan malo puede ser?
—Será un gusto trabajar para usted, señora Crane.
…CR…
Hoy hace una muy bonita mañana y por alguna razón me encuentro frente a la gran Casa-Mansión de los Crane. Es la casa de ensueños de cualquier familia. Blanca, gigante y de dos plantas. La entrada está adornada por un cegador pasto verde y arbustos que se encuentran a los costados del gran pasillo de asfalto que te lleva directo a los pies de la gigante casa. El porche —también gigante— es propio de cuatro pilastras que se alzan hacia el techo. La puerta de entrada tiene un diseño como el de las típicas puertas francesas con ventanillas de cristal difuso. Mis ojos no podían despegarse de la arquitectura del lugar... Y pensar que trabajaré aquí durante tres meses.
De seguro me sentiría como una Barbie en su Dreamhouse.
Dejo mis maletas a los pies de una de las gruesas pilastras y me acerco a la puerta. Toco el timbre y escucho cómo el sonido parecido al de un llamador de ángeles de metal se esparce dentro de la casa con un delicado pero resonante ruido. Espero unos segundos frente a la puerta hasta que escucho a alguien acercándose. Me acomodo la camisa y me coloco los mechones rubios de cabello detrás de las orejas.
Una de las puertas se abre mostrando a una muy pero muy guapa mujer. Su cabello es de un color nuez oscuro, sus rasgos están bien definidos y sus ojos son de un café muy opaco. Parece tener unos 40 años y trae puesto un uniforme de mucama, así que supuse que es una. Observo cómo se coloca una mano en la cintura y deja caer su peso sobre una pierna. Por cierto, tiene unas muy grandes caderas.
—Así que tú debes ser la nueva cuidadora del señor Marshall —dice en tono seguro pero interrogante, a la vez que me da una sonrisa retadora. Se ve como una mujer coqueta y no puedo saltarme el hecho de que su acento es muy diferente.