Cero Rubias

3. ¡Es natural!

Capítulo 3

 

 

Ding Dong.

El sonido de llamador de ángeles se esparce nuevamente por la casa como aquel día en el que llegué a esta mansión. Es irónico que ahora quisiera regresar el tiempo y nunca haber cruzado esa puerta. Pero no había vuelta atrás, tendría que soportar a Cartersiano durante tres meses y luego irme a Louisville, a millas lejos de él. Lo cual anhelo desde lo más profundo de mi alma.

—¡Meg! ¡¿Puedes abrir?! ¡Estoy ocupada! —escuché cómo gritaba Lupe desde la cocina.

De seguro ha de estar ayudando a Pierre en la cocina. Oh, por poco y se me olvida contarles. Como en toda mansión, hay un personal encargado de las tareas del hogar. Lupe es la cabeza de las mucamas, Pierre la cabeza de la cocina y Philip la cabeza de los jardineros. Y yo soy la simple chica que cuida al viejo sabio.

Bajo las escaleras con rápidos saltos mientras apoyo una mano en la baranda. Corro hacia la puerta y la abro mientras formulo una imagen mental para quien está detrás de la puerta ¿es chico o chica? ¿Y si es Piper? Oh Dios, por favor no. ¿Y qué tal si es un secuestrador?

¿O qué tal si puedes dejar de ser tan paranoica, Meg?

Abro la puerta y al verlo pensé: oh cielos, más conocidos.

Apenas vi su rostro supe que también era de Crawford. Pero como siempre, no tengo ni la más mínima idea de quién es. La verdad, no solía conocer a muchas personas. En pocas palabras, no tenía una vida social activa. Frente a mí hay un apuesto chico de cabello oscuro, ojos miel y un lunar en su mejilla izquierda que lo caracterizaba.

Al verme retrocede unos pasos algo sobresaltado. Me examina de pies a cabeza con el rostro perplejo y luego me regala una sonrisa. Una sonrisa bonita y dulce. Es la mejor sonrisa que había recibido desde que llegué a esta casa. Una sonrisa con hermosos hoyuelos.

—Hola, ¿en qué te puedo ayudar? —digo con total cordialidad y simpatía.

—Oh, nada, solo buscaba a Carter. ¿Está dentro?

—Sí claro, pasa —lo invito y él acepta—. Me llamo Meg Lennon y soy la nueva cuidadora del señor Marshall —me presento con cordialidad.

—Sí, ¿creo que ya nos hemos visto? ¿Crawford, cierto?

—Sí.

—Genial, yo soy Shawn Lockwell. Soy el mejor amigo de Carter, casi hermanos —me ofrece la mano y yo la tomo en saludo. Me decepciona al saber que tiene amistades como Carter Crane, pero no puedo juzgarlo. Shawn se ve como una buena persona—. Entonces dime: ¿eres la nueva cuidadora de Marsh?… Eso significa que podré verte muy seguido por aquí, ¿no? —dijo en un tono coqueto.

—Prácticamente viviré aquí.

—Magnífico.

Para ti, para mí es toda una condena, pensé.

Él y yo mantenemos la conexión visual durante unos segundos. Vaya que tiene unos ojos muy lindos. No son los típicos ojos azules profundos, son de un color miel oscuro que a la vez te inspira un aire de comodidad y confianza.

—¡MAGGIE!... ¡MAGGIE! ¡SE PERDIÓ EL CONTROL OTRA VEZ! —escucho la gruesa voz de Marshall gritar desde el salón. Suelto la mano de Shawn y me rasco la nuca con incomodidad.

—Creo que me llaman… —sonrío apenada, a la vez que señalo con mi pulgar por encima de mi hombro. Me doy la media vuelta para retirarme.

—Espera... ¿Te llamas Maggie?

Me detengo.

—No, pero... si quieres puedes llamarme así —me giro y le doy un guiño coqueto al cual él responde tornándose sonrosado.

Shawn observa cómo Meg se retira hasta el salón de la casa en la que había jugado con su mejor amigo Carter desde que tenían 7 años. Sí, los padres de Shawn y Carter son casi como una familia, ambos viven en la misma colonia a solo cuatro casas de distancia. Al mismo tiempo, no podía creer que Meg Lennon, la chica de la cual había estado enamorado desde sexto grado, estuviera viviendo bajo el mismo techo que su mejor amigo. No sabía si sentir celos o felicidad, ya que podría verla más seguido.

Al ver cómo ella desaparece suelta un suspiro.

Es muy hermosa.

Sacude la cabeza en un intento de apartar sus fantasías y recuerda por qué está allí. Viene para un enfrentamiento con Crane en Battlefield 4. Es una revancha a petición de Carter. Sube al segundo piso y corre hacia la habitación de su amigo. La abre sin molestarse en tocar para encontrar a Carter en calzones, semidesnudo.

—¿Qué hay, Crane? —dice y se lanza sobre el puf verde con total naturalidad—. ¿Estás listo para otra paliza?

—¿Acaso no te enseñaron a tocar, Bobowell? —protesta Carter mientras toma unos jeans y se los coloca en un salto.

No es nada agradable que mi mejor amigo me encuentre de esta manera cada vez que viene a mi casa. Pero sí, es cierto, me encanta andar en bóxers. Como a personas que el volar en un jet, lanzarse de un paracaídas o nadar en el mar los hace sentirse libres, a mí me causa la misma sensación el andar en bóxers. Estaba en todo mi derecho, pero aquello tuvo que cambiar a partir de la llegada de la insoportable rubia.

Extraño mis días de nudismo.




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