Cero Rubias

4. Ruthie, la bromista

Capítulo 4

 

 

Intenté dormir.

Oh, vaya que lo había intentado.

Pero, por más que tratara, mis párpados no lograban cerrarse ni un segundo. Tal vez sea por la ira que me consume por dentro y no deja mi alma en paz.

Me encuentro sentada frente a la mesita de noche con una incandescente lámpara de noche sobre mi cabeza, un lápiz en la mano, una hoja llena de números y el resto del escritorio está cubierto por hojas iguales. Mi mano se mueve rápidamente sobre la hoja como si habláramos de una máquina, dibujando números y signos sobre el papel. Al terminar con aquella operación que también había acabado con la hoja, la lanzo a un lado y tomo otra para continuar. Estoy fuera de control y los números no dejan de revolotear por mi mente.

Mi mano empieza a entrar en un tic nervioso impidiéndome seguir con mi escritura, tomé un largo respiro. Vaya, parece que no me había preocupado en respirar desde que había empezado a trazar signos y números. Me sostengo el cabello con ambas manos y trato de calmar mi pulso. Estoy mal. ¡Todas aquellas operaciones están mal al igual que mi vida! Y para mi sorpresa, también estoy sudando. Observo las páginas sobre la mesa casi inentendibles. Tomo el montón entre mis brazos y las lanzo debajo de la cama. Todas mis operaciones compulsivas están ahí debajo. Todas.

Me siento sobre el borde de la cama y medito en lo que haré.

No puedo dormir.

Odio a Carter Crane lo suficiente como para escribir páginas llenas de números.

Me fijo en el reloj.

10:55 p.m.

Todos deben estar durmiendo a estas horas. Sonrío abiertamente para mí misma cuando una idea llega de golpe a mi mente. Sé exactamente lo que tengo que hacer. No tiene nada que ver con Carter Crane por el momento. Se trata de otro imbécil.

Me observo en el espejo, tengo la misma ropa con la que fui a cenar. Si voy a salir a estas horas de la noche necesito cubrirme del frío. Las noches en San Diego no son muy cálidas que digamos. Me coloco una sudadera gris con capucha y tomo mi mochila.

 

…CR…

La casa está casi a oscuras, a excepción de una luz que proviene de las habitaciones de la segunda planta, por lo general esa siempre se queda encendida. Bajo los escalones con sigilo sin poder distinguirlos gracias a la penumbra hasta llegar al piso de mármol en el que se refleja la luz encendida y mi opaco reflejo. Llego a la puerta exitosamente, pero todo se derrumba cuando el clic de un interruptor suena a mis espaldas y una luz ilumina el recibidor. Cierro mis ojos con fuerza sin girarme esperando a ser reprendida por Lupe y sus grandes caderas. Mas no es su voz la que escucho.

—¿Qué rayos estás haciendo?

Es nada más y nada menos que el insoportable Carter Crane. Maravilloso.

Se encuentra a los pies de la escalera, recostado a la baranda mientras me observaba detenidamente.

Ruedo los ojos debido a que su presencia es irritable.

—¿Qué haces despierto?

—Es mi casa, yo hago las preguntas. ¿A dónde se supone que vas? —suena más a mi padre que a cualquier otra cosa.

Pienso en una excusa—. Yo... voy a salir.

Qué idiota. ¿No pude decir algo más obvio?

—Gracias por la información —me da su sonrisa cargada en sarcasmo—. ¿A dónde? —¿acaso este chico no puede ser más agobiador?

—Al Night-Club que te mencioné la vez pasada. Usaré tu nombre para entrar y creo que te conté todo mi plan, ¿no?

A él no pareció agradarle la broma; sin embargo, se cruza de brazos y se queda estático donde está mientras me brinda una mirada de «Si no me dices, no sales».

Me muerdo la parte interior de mi labio y suelto un suspiro exhausta de tantos rodeos. Creo que decirle la verdad no me perjudica en nada. Ajusto mi mochila al hombro y lo miro directo a los ojos, resignada.

—Iré a la casa de mi exnovio —anuncio.

Trato de evadir su mirada, lo que a él le causa gracia, ya que ahora una sonrisa traviesa y burlona se ha plasmado en su rostro.

—¿Le rogarás que vuelva contigo? —hace un puchero irónico—. Vamos, Lennon, deja al pobre chico en paz.

—No, no iré a rogarle nada. Iré por algo mucho mejor.

—¿Como qué?

—Dulce venganza —alzo la comisura de mis labios con picardía—. ¿Creíste que cualquier chico podría cortarme por teléfono y salir ileso? Te equivocaste de chica, Crane. Ahora, si me disculpas, necesito irme.

Me doy la vuelta para girar el picaporte, pero antes siento su fuerte mano alrededor de mi delgado brazo.

—Espera —pide.

Me estremezco al sentir su contacto, que me toma por sorpresa y no es para nada agradable. Me yergo, tenso la mandíbula y de un tirón me zafo de sus repugnantes y definidos dedos. Quién sabe qué habrá tocado con ellos.

—Quiero ir —dice.

¿Acaso había dicho lo que acabo de oír? Lo miro con una de mis cejas en alto y a continuación suelto una carcajada algo sarcástica, pero al notar su rostro determinado caigo en cuenta de que va en serio— ¿Qué? ¿Por qué o qué? No entiendo.




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