Charla Stereo

# La Bruma Cinéfila // Charla 2

Hola chicos y chicas ¿cómo estáis? ¿Cómo ha pinta  vuestro día? El mío hoy ha sido un tanto monótono, pero bueno hoy os traigo el capítulo uno de mi proyecto Literario Câutâtor de Vis cuyo género es thriller. 

 

1


 

El Ladrón De Sueños

 

Una fría mañana de invierno Alaia salió de la cama frotándose los ojos y colocándose las zapatillas de estar por casa. Había pasado sólo un mes desde que Dione la madre la joven, había fallecido tras padecer un carcinoma pulmonar. La casa había quedado desolada sin la presencia de Dione, tan solo quedaban los dos << parásitos >> — así los llamaba la joven —  que se estaban comiendo el dinero de la mujer: Aritz y el ama de llaves, Carey.

Su deseo de matar a su padrastro era tan inmenso que la convirtió en una muchacha fría y aterradora. Nunca le gustó aquel hombre para su madre, pues sabía que permaneció con ella por su fortuna. Las lágrimas que derramó Aritz en el funeral de Dione, fueron las lágrimas más falsas y horripilantes que había apreciado la joven. No quería tener aquel farsante en su casa, quería verlo en un hermoso charco carmesí ahogándose con su propia sangre, rogando por su miserable vida.

Alaia ya no sonreía, y si lo hacía era de maldad. La joven, pura e inocente Alaia Mäkelä había sido enterrada con los resto de Dione. Ya nada quedaba de su inocencia.

<< Hoy será el día en que te vea agonizar, Aritz>>, pensó la muchacha con una sonrisa malévola en la comisura de sus labios. No le importaba si fuese a la cárcel si con ello pudiera acabar con la vida de Aritz. Si mataba a aquel bastardo, Alaia creería que, de esa manera, libraría el alma atormentada de su amada madre y está podría descansar en paz.

Salió de la habitación, y escuchó dos voces provenientes del dormitorio que fue de su madre y ahora habitaba su padrastro. La joven pegó su oreja en la puerta de madera para ser cómplice de la conversación que estaban teniendo. Sabía que Aritz ocultaba la relación amorosa que salvaguardaba con Carey, el ama de llaves. Ambos planeaban quedarse la herencia de Dione. Y Alaia era muy conocedora de aquel plan. Querían deshacerse de la adolescente enviándola a algún centro para menores. Los dos adultos no tenían ni la menor idea de que la chica les tenía la vista puesta encima desde que entraron por la puerta. Jamás se fío de ellos.

—...He oído que Câutâtor de Vis es una institución para alumnos con problemas de conducta. Quizás podrías inscribirla allí. Esa chica cada día está peor de la cabeza ¡Me asusta, cielo! — comentó Carey, temerosa.

— No te preocupes. La tengo bajo control. Los vecinos ya creen que se le ha ido la cabeza por la muerte de su madre. Sienten conmiseración. Si parece que está loca, el dinero no podrán dárselo a ella. Una mocosa con problemas mentales no puede hacerse cargo de una herencia tan grande. Sería un error.

— Pronto todo ese dinero será nuestro, ¿verdad? Siempre he soñado con una casa como está ¿Te imaginas todo esto para nosotros?

— No te lo imagines, porque pronto será nuestro, amor. Dame un par de semanas y el plan irá bajo lo previsto.

Aquella conversación no había hecho nada más que darle a la adolescente aún más motivos para continuar con su descabellado plan: matarlo. No iba a permitir que tales parásitos se salieran con la suya.

Así que, tarareando alguna canción, bajó las escaleras de la casa.

El hogar era inmenso, demasiado grande para tan sólo tres personas. Tanto los muebles como la decoración, daban a entender que era una vivienda adinerada. En planta baja se hallaba un piano de cola blanco de una belleza esplendida situado en la sala de estar donde su madre solía tocar, ya que la calmaba de sus pensamientos. Ver el piano tan vacío, sin llenar la dulce melodía de Dione era desolador.

Esperó en la cocina a Carey. Necesitaba las llaves del garaje y la susodicha las poseía. Fingió tomar un vaso de leche, esperando a que bajase. Ya la estaba escuchando salir de la habitación entre risas. Oh, aquella risa cómplice con su padrastro ¡Cómo la detestaba!

El ama de llaves se presentó en la cocina colocándose su uniforme desordenado por las manos de Aritz, siendo colaboradora del acto amoroso que habían procreado en la propia habitación de su difunta madre. Alaia se retorció por dentro de la angustia que le provocó.

— ¡Buenos días, señorita Alaia! — La saludó con dulzura.

— Deme las llaves del garaje — espetó con frialdad. Ella alzó su palma esperando que esta misma se la colocase en la mano.

—¿Para que las quiere? ¿Se le ha olvidado algo allí? — indagó con cierto recelo.

— Sí.

Carey se las tendió y Alaia agarró las llaves con brusquedad. Colocó una falsa sonrisa en sus labios y le agradeció por habérselas dado. Antes de irse al garaje, expresó:

— Si te parece bien, me gustaría preparar el desayuno hoy. Me he levantado con energía .

La mujer frunció un poco el entrecejo, confusa. Pero no puso ningún inconveniente por ello.

— Sin problema alguno, señorita Alaia. Seguro que la señora Dione se sintiría orgullosa de verla con energía. Ha estado muy apagada...

— Es lo que tiene perder a mi madre; me apagué por completo. Ella era el corazón que me  mantenía con vida — espetó.

La chica giró sobre su eje y se dirigió al garaje. Estaba tan entusiasmada cual niña con sus regalos el día de navidad. Los nervios y la adrenalina eran presentes en su cuerpo. Abrió el garaje y se adentró buscando con la mirada el matarratas. Estaba situado en un armario desechado que anteriormente había estado en casa. Abrió las puertas con los ojos brillantes y allí estaba, su fiel amigo que sería el causante de matar a Aritz. Esbozó una sonrisa cual loca y soltó una pequeña risa que para los ojos de cualquiera la juzgarían por demente.

Agarró el matarratas y lo subió consigo a la casa. Con rapidez sin que Carey ni Aritz la viesen, sirvió en una taza una cucharada de matarratas y acto seguido echó café . Lo removió con una cuchara y lo sirvió en la mesa. Escondió el matarratas en uno de los estantes altos de la cocina. El café lo había preparado Carey, pero al ver que la joven se disponía a proseguir con el desayuno, dejó que continuara, ya que se la veía muy feliz tarareando.




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