En mis recuerdos más hermosos se encuentra aquel increíble día, el día en que mi vida comenzó a componer la melodía más dulce.
Recuerdo cuando era solo un niño, en un mundo en el que éramos cuatro: mis padres, Abraham y yo. Wendy aún no había llegado al mundo. Teníamos solo 4 años y mi madre solía vestirnos igual a Abraham y a mí. Sin duda, parecíamos clones con la ropa, aunque éramos muy diferentes en físico y personalidad.
Mientras yo era tímido, mi hermano era todo lo contrario. Siempre estaba dispuesto a enfrentarse a cualquiera para proteger a los que amaba, algo que me asustaba un poco, no por no estar dispuesto a luchar por lo que quería, sino por los bravucones del colegio.
En el preescolar, todos querían ser amigos de mi hermano. Si teníamos que formar equipos para trabajar o jugar, él siempre era el primero en ser seleccionado. No me sentía mal, ¿o sí? La verdad es que siempre he amado a mi hermano. Él es todo lo que siempre quise ser.
Cuando teníamos 4 años:
—¿Por qué estás triste? —me preguntó Abraham, dejando a su grupo y quedándose a mi lado.
—A mí nunca me eligen para nada, pero a ti siempre —respondí mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
Abraham se levantó, visiblemente enfadado, como una bomba a punto de estallar.
—¡Quien no elija a mi gemelo se las verá conmigo! —gritó con voz de trueno.
Los demás niños sonrieron. Él se quedó a mi lado mientras hacíamos un ejercicio que la profesora nos había asignado: pegar trozos de papel en un círculo, pero en equipos.
—Gracias, hermano —le dije emocionado.
Él sonrió y empezó a hacer bolas de papel para lanzarlas a nuestros compañeros. Así comenzó una guerra de papel.
La profesora se enfadó y lo envió a la dirección. Le preguntó por qué no era como su hermano, el único que no se movió de su asiento para jugar. Aunque yo tenía varias bolitas de papel en la mano, decidí quedarme quieto por miedo a que la profesora se enfadara.
Salí corriendo cuando la profesora pronunció esas palabras. Me sentía confundido; mientras que yo deseaba ser como él, decían que él debía ser como yo. Abraham me siguió rápidamente.
—¿Por qué estás aquí? —me preguntó.
—Dicen que tú deberías ser como yo —le dije, con lágrimas en los ojos.
Él me tendió la mano para ayudarme a subir al árbol donde me había refugiado.
—Tienes habilidad para trepar árboles. Si me preguntas, me encantaría ser como tú —dijo Abraham.— Además, siempre estoy metido en problemas. Te admiro mucho, hermano —y me abrazó.
Horas después, nos encontraron en lo más alto del árbol y nos enviaron a la dirección. Llamaron a nuestros padres, quienes acudieron. Yo estaba muy nervioso, mientras mi hermano parecía imperturbable.
—Sus hijos de nuevo —exclamó el director, aunque solo miraba a Abraham.
El director siempre afirmaba que mi hermano era el peor alumno, aunque en realidad era el más inteligente. Sugirió que lo mandarán a un internado militarizado para que adquiriera disciplina. Nos mostró folletos de un lugar horrible y desértico.
Mi hermano y yo nos miramos con temor, agarrándonos de las manos.
Mi madre se levantó furiosa.
—Usted no va a decirnos cómo tratar y educar a nuestros hijos —dijo enfadada. —¡Vámonos, Diego! Busquemos otra escuela para nuestros hijos —exclamó, tirando del brazo de mi padre.
Abraham y yo sonreímos porque, aunque mi padre siempre tenía la última palabra, esta vez simplemente dijo: "Sí, mi amor".
—Señor y señora Lions, si no imponen disciplina a su hijo, se les va a salir de control —bocifero el director pero mis padres siguieron caminando sin voltear atrás.
Una vez en casa, mis padres comenzaron a buscar una nueva escuela. Mi tío Alan llegó y nos propuso llevarnos a su casa.
—¿Te importa si llevo a los niños a mi casa? —preguntó mi tío.
Nos encantaba ir con él, así que ambos pedimos emocionados:
—¡Sí, por favor, papá!
Abraham corrió a su habitación y bajó con un pequeño maletín lleno de cosas de doctor. Yo, por mi parte, no llevé nada. Salimos de casa y nos despedimos de mis padres.
Llegamos rápidamente a casa de mi tío. Puse mi música favorita, con solos de guitarra, y sentí que estaba en otro mundo.
—¡Charles! —me llamaba mi tío, pero lo ignoré. Estaba demasiado concentrado.
—Charles —volvió a decir, pero no lo escuché hasta que Abraham se colocó frente al televisor.
—¿No escuchas a nuestro tío? —dijo molesto.
—¡Dejen de interrumpir! —protesté.
—Entonces no te daremos tu regalo —dijo mi tío, pero no le presté atención. Mi cumpleaños había pasado y no esperaba más regalos.
—¿Seguro que no lo quieres? —insistió mi tío.
Finalmente, Abraham se paró frente al televisor con una guitarra eléctrica en la mano, a punto de estrellarla contra el suelo.
Corrí y me abalancé sobre él. Ambos caímos al suelo, pero no dejaba de reír mientras revisaba que la guitarra estuviera bien.
—Sí, mi pequeña está bien —dije, acariciando la hermosa guitarra eléctrica de color negro metálico con cuerdas doradas. Era casi de mi tamaño, pero no me importaba.
Después de ese emocionante momento, mi tío me enseñó a sostenerla y a tocar. Aunque al principio me sentí torpe, poco a poco descubrí mi talento para la música.
La guitarra se convirtió en mi confidente, mi escape y mi forma de expresión. Junto con mi hermano, creábamos melodías únicas. Aunque él no estaba tan enamorado de la guitarra como yo, tenía un gran talento para componer.
La guitarra fue todo para mí... hasta que ocurrió lo peor: tuve que despedirme de ella.