Charles Lions: sinfonía de amor

Capítulo 8: En busca de mi musa

—Charles, ¿cuándo vas a dejar de usar la máscara? Te ves muy feo —me preguntó Wendy con una gran sonrisa.

—¿Creen que lo hice bien? —les pregunto a mis hermanos, y ambos niegan con la cabeza. Yo solo me río.

Los quiero a los dos.

Siento agradecimiento y alegría por contar con el apoyo de mi familia en este momento importante.

—¡Otra, otra! —grita la gente sin piedad.

La multitud se agita y sus voces fuertes, resonando en el lugar, crean una atmósfera llena de entusiasmo.

—¡Demuéstrales de qué estás hecho, hermano! —me dice mi hermano.

Sus palabras, acompañadas de una mirada llena de confianza, me impulsan a dar lo mejor de mí en el escenario.

Me pongo la máscara de nuevo y subo al escenario. La intensa luz de los focos me envuelve, haciéndome sentir como si estuviera en otro mundo, lejos de cualquier miedo o inseguridad.

—¿Quieren otra? —pregunto emocionado.

Mi voz se mezcla con los gritos entusiastas de la gente, creando un coro ensordecedor pero inspirador.

—¡Síííí! ¡Otra, otra, otra! —escucho cómo el público pide más de la banda.

La emoción y la intensidad del ambiente me llenan de fervor. Una sensación indescriptible recorre mi ser, como si estuviera flotando en una ola de adrenalina y pasión.

Aunque, para ser honesto, busco con la mirada a esa mujer, pero por más que escaneo el lugar, no la veo.

En su tarjeta decía que ella estudia en la escuela de medicina que está cerca de aquí, pero, desafortunadamente, no es la misma escuela a la que asiste mi hermano, y no viene su apellido en ella.

“La buscaré mañana”, pienso para mí mismo. Quizás ni me reconozca, pero gracias a ella perdí mi miedo escénico.

Debo agradecerle.

El pensamiento de encontrarla nuevamente despierta esperanza y ansiedad en mi interior.

La presentación fue un éxito. Regreso a casa con una gran sonrisa.

Al abrir la puerta de mi casa, una atmósfera festiva me recibe.

Las paredes están decoradas con globos de colores, mientras una pancarta colgada en el techo me felicita por el triunfo de la noche.

—¡Felicidades! —en cuanto entro a casa, mis padres, mi tío, mi abuelo, mis amigos y Mons están ahí con una enorme pancarta.

La sala se llena de voces entusiasmadas y risas.

—¡Lo hiciste bien, hijo! —me dice mamá y me da un gran abrazo.

No sé por qué, pero tengo mejor relación con mi madre que con papá.

Mi hermano es de mi padre y yo de mi madre. Hay una conexión especial entre mi madre y yo, una complicidad que va más allá de las palabras.

—Gracias, mamá, fue genial contar con todos ustedes aquí apoyándome —respondo animado.

Disfruto de la fiesta que me dieron.

—¡Que cante, que cante! —gritaban mamá y Wendy, entusiasmadas y con los ojos brillantes, mientras papá y Abraham me miraban fijamente, con asombro y orgullo.

—Ok, pero necesito un baterista, un pianista y una segunda voz —dije, con mucho ímpetu en mi voz.

—¡Aquí estoy yo para tocar el piano! —exclamó Mons, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Y yo para tocar la batería, ¡vamos a rockear juntos! —agregó Abraham, moviéndose con mucha energía.

Wendy se acercó a mi lado y me sonrió.

—Estoy lista para ser tu segunda voz, hermanito. Vamos a hacer que esta casa retumbe con nuestra música —me dijo, con una mirada que decía "estamos juntos en esto". Sabía que podía contar con ella.

Soy fan de Mago de Oz, así que canté una de ellos, "Hoy toca ser feliz". Pero mientras la cantaba, pensaba en mi musa, esa hermosa mujer.

Dios, creo que me enamoré.

Su imagen se me venía a la mente, sus ojos me inspiraban y su sonrisa me llenaba de entusiasmo.

—¡Qué voz tan increíble, Charles! —me elogió Mons, mientras tocaba el piano con habilidad, con sus dedos ágiles deslizándose sobre las teclas.

—Estás brillando, hermano. Esa canción te queda perfecta —añadió Abraham, golpeando los tambores con fuerza y ritmo.

Su energía se fusionaba con la mía.

—¡Gracias, chicos! Siento que las letras cobran vida cuando las canto. Y aún más cuando tengo a mi banda y a mi hermana apoyándome —respondí agradecido, con una sonrisa radiante.

El apoyo de mi familia era mi motivación para seguir adelante.

Pero en mi mente, no podía dejar de pensar en esa mujer que me inspiró.

Decidí compartir mis pensamientos con mis hermanos, confiando en que me entenderían y me apoyarían.

—Chicos, mientras cantaba, no podía dejar de pensar en una chica que conocí hoy. Me cautivó por completo. Espero poder encontrarla y agradecerle en persona por su influencia en mi confianza en el escenario —comenté nervioso, con los latidos acelerados de mi corazón.

Quería compartir mi emoción y agradecerle a esa mujer por despertar en mí una nueva pasión.

—¡Suena como si estuvieras enamorado, hermanito! No te preocupes, seguro la encontrarás y podrás agradecerle en persona —me dijo Wendy, dándome un toque en el hombro, con una mirada llena de apoyo.

Su cariño y comprensión eran un alivio para mis nervios.

—Espero que así sea. La música y el amor hacen una combinación perfecta —respondí con una sonrisa en los labios, aunque la verdad no creo que sea amor.

—«Cuando un sueño se te muera o entre en coma una ilusión, no lo entierres ni lo llores, resucítalo y jamás des por perdida la partida.

Cree en ti y, aunque duelan, las heridas curarán. Hoy el día ha venido a buscarte y la vida huele a besos de jazmín.

La mañana está recién bañada, el sol la ha traído a invitarte a vivir.

Y verás que tú puedes volar y que todo lo consigues, y verás que no existe el dolor. Hoy te toca ser feliz.

Si las lágrimas te nublan la vista y el corazón, haz un trasvase de agua al miedo, escúpelo.

Y si crees que en el olvido se anestesia un mal de amor, no hay peor remedio que la soledad.

Deja entrar en tu alma una brisa que avente las dudas y alivie tu mal. Que la pena se muera de risa.



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En el texto hay: musica, familia, sueños

Editado: 03.10.2024

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