—¿Por qué, mi Charles? —Mi madre se acercó y me abrazó.
Sus ojos reflejaban amor y tristeza. Sentía la calidez de su abrazo, reconfortándome en medio del dolor.
—No pude darle las gracias —dije, con un nudo en la garganta.
Las lágrimas comenzaron a brotar y corrían por mis mejillas.
Era una mezcla de felicidad por haber conocido a alguien especial y tristeza por no poder despedirme adecuadamente de ella.
La idea de volver a verla se desvanecía, y eso me angustiaba profundamente.
—¿A quién? —preguntó mi madre, notando mi confusión y tristeza.
—A mi musa —dije con voz entrecortada, mientras seguía buscando consuelo en sus brazos.
Sentía un torbellino de dentro de mí: fascinación, cariño e ilusión.
Había encontrado a alguien único, alguien que despertaba en mí una chispa creativa y me ayudaba a canalizar mis sentimientos a través de la música, pero ahora ya no estaba.
Quería llorar sin saber bien por qué. Las emociones se acumulaban dentro de mí, buscando liberarse.
No sabía cómo explicarlo, pero esa niña era especial para mí, y algo en mí decía que nuestra conexión no era una casualidad. Me sentía confundido y vulnerable, pero al mismo tiempo emocionado por lo que el futuro podría traer.
Me alejé un poco de mi madre, y ella gentilmente secó mis lágrimas. Sus ojos transmitían ternura y comprensión.
Me sentía agradecido de tenerla a mi lado en esos momentos difíciles.
—No le digas a nadie que lloré —le supliqué.
Quería guardar mis emociones para mí, sin mostrar mi vulnerabilidad ante los demás. Sabía que mi madre entendería y respetaría mi deseo.
—Claro, mi amor. —dijo ella con ternura.
Su voz era suave, como una melodía que envolvía mi corazón en paz.
Me sentía seguro al escucharla, sabiendo que siempre estaría ahí para apoyarme y protegerme.
—¿Y papá? —pregunté, buscando distraer.
Mi padre siempre estaba inmerso en sus investigaciones científicas, y tenía curiosidad por saber qué estaba haciendo en ese momento.
—En los laboratorios. Se llevó a Abraham porque quería enseñarle a operar, algo así —dijo mi madre.
Sus palabras despertaron mi interés y curiosidad.
La imagen de mi padre enseñando a mi hermano a operar algo, tal vez algún experimento científico, me parecía aburrida.
No entendía cómo a Abraham le gustaban esas cosas tan complicadas y técnicas. A diferencia de él, yo me mareaba fácilmente con solo ver un poco de sangre.
—No quiero que faltes a la universidad —dijo mi madre con tono serio.
Sabía que el regaño vendría tarde o temprano.
Mi madre creía firmemente en la importancia de la educación para formar personas íntegras y responsables.
—No me regañes, madre. Seré un niño bueno —respondí, intentando aligerar la situación con algo de humor.
Ambos comenzamos a reír, liberando un poco de la tensión.
Mi madre aprovechó para despeinarme y yo la abracé con cariño.
—Tu físico cada vez se parece más a tu padre —comentó mi madre, observando mi rostro con admiración.
Sus ojos se iluminaron y su voz se llenó de amor al mencionar a mi padre. Era evidente que seguía enamorada de él, y me alegraba saber que tenía buenos gustos.
—¿Me parezco a papá? —pregunté con orgullo y curiosidad.
Me encantaba saber que heredaba rasgos físicos de mi padre, ya que lo admiraba profundamente. Además, era una forma de sentirme más cerca de él a pesar de su ausencia física en casa.
Mi madre sonrió, sus ojos brillaron y su voz se llenó de ternura.
—¡Sí, pero tú eres más guapo! —dijo ella.
"Te amo, mamá" pensé para mis adentros, mientras le acariciaba suavemente el cabello.
—¿Por qué tengo a la mami más hermosa de todas? Mi padre tiene buenos gustos —dije, mostrando mi cariño hacia ella de forma juguetona.
Sabía que mis palabras le alegrarían el día y me encantaba verla feliz.
—¿Qué? —dijo papá, quien entraba por la puerta en ese momento.
Se acercó a mamá y la besó con ternura, sellando su amor con un gesto afectuoso.
Abraham y yo aprovechamos la oportunidad para salir al jardín y darles su merecido espacio a nuestros padres.
Allí encontramos a mi hermana Wendy, con la cabeza agachada. Al acercarnos, notamos su tristeza. Nos preocupaba verla así, ya que siempre había sido una niña alegre y despreocupada.
—¿Tú tampoco fuiste a la escuela? —preguntó Abraham.
Queríamos entender qué había sucedido para provocar esa reacción en ella.
—No, me iba a escapar de clases con Mons, pero llegó su mamá y un señor. Le dijeron que iban a pasar a recogerla. Mons me agarró fuerte de la mano. No quería ir, pero cuando la señora me invitó, Mons dijo que no y se fue con ellos —explicó Wendy entre sollozos. Su voz reflejaba tristeza e impotencia.
—¡Qué raro! —exclamé, perplejo. Pero al ver a mi hermana llorar, sentí un fuerte deseo de consolarla y brindarle apoyo.
—Mons está cambiando mucho conmigo. Antes no le importaba que fuera con ella y su mamá; de hecho, la pasábamos bien. Ahora hace de todo para alejarme de su mamá, incluso de ella —continuó Wendy, desahogándose con nosotros.
Abraham trató de consolarla, abrazándola y diciéndole palabras reconfortantes.
Wendy se secó las lágrimas con la manga de su sudadera. Aunque seguía triste, logró esbozar una sonrisa.
—¡Me llevan a comer pizza! —pidió de repente, cambiando de tema y buscando algo que la hiciera sentir mejor.
Sabíamos que hacerla sonreír era nuestra misión, y estábamos dispuestos a hacer lo que fuera necesario.
Mi hermano y yo nos miramos, debatiendo quién pagaría la pizza.
Conocíamos muy bien a nuestra hermana y sabíamos que no se conformaría solo con eso. Era una oportunidad para disfrutar juntos.
—Yo pagué la última vez —dije, recordando el momento divertido que pasamos juntos.
—Está bien, yo pago —dijo Abraham, aceptando el desafío.
Los tres nos dirigimos a comer pizza, disfrutando de ese momento de unión y amor entre hermanos.