Ha pasado un largo año desde que mi hermano se marchó.
Aunque hablamos por teléfono, principalmente cuando él tiene tiempo, no importa la hora, ya que soy vampiro y estoy despierto hasta altas horas de la noche.
A través de nuestras conversaciones, él me cuenta sobre el hospital donde está haciendo sus prácticas, mientras yo le comparto los avances de la banda.
Teníamos un contrato con una discográfica que consiguió Gustavo, pero tuvimos problemas legales porque no nos querían pagar lo que realmente merecíamos.
Gustavo no leyó las letras pequeñas, y ahora me toca a mí buscar una nueva. Decidí ir a Music City, conocida como la mejor de la ciudad.
Sin embargo, había escuchado rumores de que la encargada era una dictadora.
—¡No estés nervioso, yo te acompaño! —me dice Wen con voz tranquilizadora.
—¿Y si nos vuelven a estafar como la última vez? —le dije, con la cabeza agachada, recordando el desengaño pasado.
No quería pasar por lo mismo otra vez.
—No tengas miedo, tonto —me dice Salomé, la chica que me gustó desde la primera vez que la vi.
Además, es la joven por la que la universidad hizo el intercambio con mi hermano.
Ahora solo somos buenos amigos, debido a la falta de tiempo por el crecimiento de la banda.
Aunque no tengo novia, sí he tenido algunas aventuras en mis presentaciones.
—Wendy, tu hermano está que se hace del miedo, ¡iré a buscar mi chaqueta y vamos con él! —dice Salomé, mostrándose decidida.
—Sí, tráeme la mía también, por favor —responde Wendy.
Sin perder tiempo, Salomé sale corriendo escaleras arriba.
—¿Salomé es una buena amiga? —le pregunté a Wendy, deseando saber más sobre los sentimientos de mi hermana.
—¿Te confieso algo? —me dice ella, con la cabeza baja—. Sé que lo que me hizo Mons fue muy fuerte, pero la extraño. Fuimos amigas inseparables desde el día en que nacimos, y su ausencia se ha vuelto cada vez más difícil de sobrellevar. Extraño su amistad y todo lo que compartimos juntas.
—¡Ya no llores! —me acerqué a ella y la abracé, consciente de cuánto le duele cada vez que mencionamos a Mons.
Fueron amigas entrañables, y esa conexión profunda no se borra fácilmente.
—¿Lista? —Le limpié las mejillas a mi hermanita y nos subimos los tres a mi auto.
Wen todavía es menor de edad y no puede conducir, y Salomé, por alguna razón, no quiere gastar gasolina en su propio coche.
Llegamos a Music City, un lugar impresionante. Sus paredes estaban cubiertas de discos de vinilo y la decoración incluye antiguos tocadiscos.
—¿Y si nos vamos? —dije nervioso, sintiendo un torbellino de emociones dentro de mí.
Me di media vuelta, buscando una salida fácil a la situación.
—Vamos, Charles —mi hermana me jaló de la mano con determinación, mientras Salomé me empujaba suavemente desde atrás.
La escena se veía cómica, y en medio de mi preocupación, no pude evitar sonreír.
Al llegar, las recepcionistas nos recibieron con unas hermosas sonrisas, llenando el ambiente de una cálida hospitalidad.
—¡Hola! —dije, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar mi ansiedad.
Sabía que la oportunidad de hablar con la jefa debía aprovecharla al máximo.
—Hola, ¿puedo ayudarles en algo? —preguntó una de ellas, mientras las otras dos atendían llamadas telefónicas.
—Mi hermano quiere hablar con su jefa —dijo Wendy en un tono desafiante, cruzándose de brazos.
—¡Wen! —intervine, tratando de calmar la situación y transmitir respeto con mi voz.
—Buenas tardes, quisiera hablar con un mánager. Quería presentarles la discografía de mi banda —expresé con amabilidad, con la esperanza de obtener una oportunidad.
—Lo siento, pero en este momento no hay ningún mánager en las instalaciones —respondió la recepcionista con cordialidad, lo que frustró un poco nuestras expectativas.
—Perfecto, ¡esperaremos! —decidió Salomé, con una actitud optimista y valiente.
Nos dirigimos a las sillas de espera frente a la recepción, preparados para afrontar el tiempo que fuera necesario.
Una, dos y tres horas pasaron, y los tres seguimos sentados, observando el ir y venir de personas a nuestro alrededor.
En medio de la espera, mis ojos se posaron en una chica hermosa, y ella me devolvió la mirada con una sonrisa que me robó el aliento.
«Dios, qué mujer», pensé, mientras mi mente se alejaba de la ansiedad.
—¡Cómo que ya se tardaron! —exclamó Wendy, rompiendo el silencio de la sala de espera.
—Sí, ¿nadie los ha visto pasar? —preguntó Salomé, con un dejo de impaciencia en su voz.
—¡No, ni siquiera sé cómo es! —dije, sintiendo la frustración recorrerme por completo.
Ellas me miraron con expresiones de incredulidad, y sus ojos se clavaron en mí como dagas afiladas.
—¿Y crees que nosotras lo sabemos? Charles, eres un idiota —dijo Salomé, levantándose bruscamente, con las mejillas enrojecidas por la ira, y se acercó a la recepción.
—Disculpe, señorita, ¿sabe si ya ha llegado algún mánager? —preguntó Salomé, intentando disimular su irritación con una actitud aparentemente tranquila y elegante.
—Ya se fueron todos hace media hora —respondió la recepcionista con indiferencia.
Un escalofrío de tensión se instaló en el ambiente.
Salomé, sin dejarse amedrentar, continuó con su solicitud:
—¿Podría hacerme un favor? —inquirió, su tono de voz apenas contenía la frustración.
—Sí, dime en qué puedo ayudarles —respondió la recepcionista, lanzándome una mirada fugaz.
—Podría entregar este disco a alguno de los mánagers, no importa quién sea —dije, extendiendo la mano para entregarle el disco.
En ese momento, la recepcionista rozó su mano con la mía de forma descarada. Sonreí sutilmente y retiré rápidamente mi mano, disfrutando de su evidente incomodidad. Le guiñé un ojo, y ella se sonrojó, lo que me divirtió.
Decidí darle mi número de teléfono por si a alguien le gustaba mi disco.