Comenzamos a preparar nuestros instrumentos y a ajustar los niveles de audio, asegurándonos de que todo estuviera perfectamente afinado.
Mientras trabajábamos, los primeros espectadores pronto empezaron a llegar y, para nuestra sorpresa, entre ellos ya se encontraban algunos de nuestros fieles seguidores, quienes venían entusiasmados portando pancartas con mensajes de apoyo.
Aunque no entendía por qué a Gustavo se le había ocurrido darle un nombre tan peculiar a nuestra banda, «los Charcles», no pude evitar emocionarme al ver a jóvenes animados, esperando ansiosos escucharnos.
Después de un arduo ensayo de una hora, finalmente estábamos listos para comenzar con nuestro pequeño concierto. Tan pronto como subimos al escenario, la emoción se desbordó entre el público, que no paraba de gritar y bailar al ritmo de nuestra música.
Me sentía completamente envuelto en la magia de la música, dejando que los solos de guitarra fluyeran con destreza de mis manos. Era increíble ver cómo nuestra música lograba conectarse con cada persona en el lugar.
Una vez finalizada la actuación, descendimos del escenario y nos encontramos rodeados de varias chicas que deseaban obtener autógrafos.
Una de ellas, de forma atrevida, me preguntó si podía firmarle los pechos.
Quedé completamente perplejo al presenciar la imponente presencia de aquellas prominencias y, aunque tragué saliva, cedí ante su petición firmando aquellos montes. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de entregarle la pluma, ella sorpresivamente agarró mi mano y la llevó hacia ellos.
—¿Qué? —quedé en estado de shock y confusión.
—¡Gracias por el autógrafo! —dijo ella con una sonrisa coqueta.
Rápidamente me solté de su agarre y, siguiendo la dirección de su mirada, noté a una mujer en la barra negando con gesto de desaprobación. Sin decir palabra, caminé hacia ella.
—¿No deseas un autógrafo? —le pregunté, intentando utilizar mi sonrisa encantadora, que solía funcionar para conquistar a mis fans.
—No, gracias. No soy tu fan —respondió ella mientras daba un trago a su bebida, mostrando claramente su indiferencia.
—¿Acaso no me escuchaste cantar ni tocar? —pregunté, desconcertado.
Era obvio que yo era la mayor sensación en ese lugar. ¿Acaso era sorda?
Ella llevó sus manos a la boca en señal de sorpresa.
—No puedo creerlo, realmente estás aquí frente a mí. Soy tu fan número uno. ¿Dónde me darás tu autógrafo, en los pechos o en el trasero? —soltó con una sonrisa, para luego ponerse seria y dar un trago de su bebida.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunté, y ella rió.
—La verdad es que no soy tu fan. Cantas desafinado y tus solos de guitarra son un desastre.
¿Esta mujer es sorda? Estoy convencido de que soy el mejor, no tengo dudas al respecto.
—¿Acaso tú puedes hacerlo mejor? —le desafié.
—Claro que puedo, no tengo dudas al respecto —afirmó ella, segura de sí misma. Me fascinaba su confianza.
—¡Demuéstralo! —la reté, y ella aceptó encantada.
Ambos nos dirigimos al escenario, donde se encontraban dos guitarras eléctricas. A ella le costó trabajo colocarse una, luchando por ajustarla correctamente.
«No se la sabe poner, esto será muy fácil», pensé con arrogancia. Asistí amablemente para ayudarle a colocarla y luego tomé la mía.
—¿Imitación? —propuse. Teníamos que imitar lo que el otro hiciera.
Comencé con algo sencillo, tocando la escala de sol. Mis dedos se deslizaban con fluidez por el mástil mientras ella permanecía quieta, observando. Luego, ella hizo lo mismo que yo.
Ahora era mi turno de seguirla; esta vez, ella tocó la escala en re. Así continuamos, pasando de una escala a otra, pero pronto sentí que la situación se volvía aburrida.
—¿Eso es todo lo que tienes? —le pregunté con desdén, y ella sonrió desafiante.
Comenzó a tocar el solo de guitarra más difícil en la historia de la música. Al final, se equivocó, pero fue en la última escala. Así que no importó mucho; yo me quedé viéndola con la boca abierta y luego comencé a tocar. Apenas empecé, sufrí mi primer error y ella rió.
Me rendí, así que bajé mi guitarra en derrota.
—Lo admito, eres mejor que yo —le dije mientras me acercaba a ella.
Una sonrisa encantadora se formó en sus labios.
—Sí, eres un buen perdedor —respondió con una mirada divertida.
—Como soy un buen perdedor, te invitaré un trago —le propuse, tratando de mantener la confianza.
—¿En tu casa o en la mía? —preguntó con una pizca de coqueteo en su voz. Aquella idea me gustó sin duda.
—¡Me parece tu casa! —exclamé emocionado, mientras ella se quitaba la guitarra. Bajé del escenario y la seguí como buen corderito en dirección a su auto.
—Vamos en mi auto —dijo ella mientras abría la puerta de su espectacular deportivo rojo.
Maravillado, suspiré ante aquel elegante vehículo.
—Amo este color —murmuré mientras nos abrochábamos los cinturones.
Con una habilidad que denotaba experiencia, ella manejó como si huyera de la policía. Pero todo fue increíble; en menos de lo que pensé, ya estábamos en su casa, la cual resultó ser enorme.
—¡Bienvenida, señorita y acompañante! —nos dijo un hombre que parecía su mayordomo al abrirnos la puerta.
Adentrándome en aquel lujoso ambiente, me pregunté por qué todos los ricos tienen mayordomos y mi padre solo tiene una ama de llaves.
Ella me llevó hasta el área de bebidas de su casa y curiosamente pregunté:
—¿Vives aquí sola?
—Sí, mis padres murieron, así que soy heredera, Charles Lions —respondió con cierta tristeza en sus ojos.
Una chispa de curiosidad surgió en mí.
—¿Cómo sabes quién soy? ¿Acaso me espías y eres una fan lunática? —pregunté entre risas.
—Los Lions son muy famosos, pero no pienses mal, no me gustaste por tu apellido —aclaró ella con una genuina sonrisa.
Intrigado, seguía queriendo saber más.
—¿Entonces? —pregunté expectante.