Se acercaban el cumpleaños de la madre y la hermana de Charlie. Él se propuso que en este cumpleaños, si les regalaría algo. Él nunca les daba regalos, porque siempre se gastaba todo su dinero en él y en sus videojuegos. Pero, esta vez quería que fuera diferente. “Quizas estoy madurando”, pensó orgulloso de si mismo. Sin embargo, la misión de encontrar y elegir el regalo perfecto para ambas, sería agotador. Así que, se fue a dormir temprano, pensando que el día siguiente, sería un día muy largo.
Al despertarse, fue directo al baño. Se quedó mirando su reflejo. Él no podía creer lo guapo que era; pelo negro rizado, piel blanca, ojos azules e increíblemente delgado, tanto así que se le marcaban los huesos y... eso nada más. Sí, definitivamente, estaba para ser modelo de ropa interior.
No se dio cuenta de los largos minutos que pasó mirándose en el espejo, si no fuera porque su madre le gritó para que bajara a desayunar seguiría mirándose, estaba hipnotizado. Se sobresaltó con el grito, ahora sí que estaba despierto. Se arregló rápidamente, saliendo del baño con prisa. El desayuno que su madre le había preparado era simple, café con leche y pan con mantequilla, sin duda, una exquisitez, sin embargo se percató de que su madre lo miraba fijamente, lo cual se sintió muy extraño. Así que, le preguntó:
—¿Qué pasa, mamá? —mientras intentaba comer toda su comida al mismo tiempo para no retrasarse más para hacer sus compras.
—No, nada, hijito. Solo que a medida que creces, empiezas a parecerte mucho más a tu padre y —en ese momento, sintió el deber de detener a su madre o se pondría a llorar ella o él. No le gustaba ver a su hermosa madre, llorar. Sus hermosos ojos azules se pondrían rojos y probablemente se taparía su rostro con su bello cabello de un intenso color chocolate, aunque, últimamente, la veía más delgada y pálida. Tambien, no quería saber nada de su padre. Charlie, no le perdonaba que los hubiera abandonado durante la noche, luego de darle las buenas noches con un beso en la frente cuando tenía tan solo cinco años. Su madre había trabajado duro para criarlos sola.
—Si, lo sé, mamá. Pero no hablemos de mí, ni de mi padre. Mejor hablemos de... ¿de qué regalo te gustaría recibir para tu cumpleaños? —le preguntó, con una gran expresión de “¡por favor, ayúdame, solo dime qué quieres y termina con mi martirio y de paso, dime qué quiere mi hermana!”. María de los Ángeles Grim Constans (así se llama la madre de Charlie), no pudo evitar soltar algunas carcajadas y le dijo que no le iba a decir nada, que no se lo pondría fácil. Luego de haber dicho esto, Charlie la miró decepcionado y resignado. Era hora de irse, y dándole un beso en la frente a su madre, se despidió, prometiendo que no llegaría tarde.
Después de que Charlie se fué, su madre sintió un repentino deseo de ir a ver el regalo que compró su padre antes de que desapareciera. Así que, se dirigió a su habitación. Y ahí estaba, dentro del clóset, tapado con una gran sábana, el espejo que se compró antes de desaparecer y María le tenía un gran odio a ese objeto y no entendía el por qué...
***
Charlie caminó por toda la ciudad, desde el inicio hasta el final, pasando tienda por tienda intentando buscar el regalo perfecto... para una mujer. Ya estaba pensando en practicarles “No pude encontrarles un buen regalo, pero la intención es lo que cuenta ¿cierto?”. Pero, no. Él prometió llegar con algo, pero algo único y especial. No obstante, fue más difícil de lo que esperaba.
Estaba llegando al final del pueblo, y las casas empezaban a desaparecer de a poco. Pensó que era el final y que solo le quedaba volver y comprar cualquier cosa rosada, bonita y listo.
No obstante, a lo lejos pudo deslumbrar un almacén con un gran letrero que parecía y era un espejo que decía «Bienvenidos a las posibilidades infinitas». Charlie tuvo que quitar su vista del letrero apenas terminó de leer porque sintió que se estaba quedando ciego por tanta luz.
“El dueño de la tienda si que sabe cómo llamar la atención”, pensó.
Fue directo al almacén. Al entrar, en lo que primero se fijaron sus ojos fue en las paredes, estaba muy deterioradas. El almacén estaba hecho de madera, y el lugar era muy pequeño y estrecho. A pesar de ser un lugar tan complejo, el lugar estaba lleno de espejos. En todas las paredes, del piso hasta el techo. El dueño llenó todo con espejos.
Se encontraban de todas las formas y colores, llenando la estancia. Divertido fue verse en tantos lugares a la vez. Hasta que el dueño de la tienda le habló.
Se sobresaltó al oír la ronca voz del viejo. Aún así, se acercó a él y pudo observar que el señor debía tener como unos sesenta. Tenía un montón de canas, la cara regordeta como su cuerpo y se veía deprimido. Estaba vestido con un polerón de lana de color rojo y unos jeans cafés demasiado anchos. De igual manera, Charlie intento no mirarlo de pies a cabeza y lo saludó amablemente.
Charlie le contó que estaba buscando un regalo para su madre y su hermana y que justo había dado con su tienda. Sin embargo, algo en la conversación hizo que se detuviera, ya que, el señor cambió su expresión y ahora se veía molesto y todo en cuestión de segundos. El viejo se le quedó mirando a los ojos con las cejas fruncidas por unos tres largos minutos hasta que su esposa apareció y le golpeó la espalda, gritando;
—¡Deja de hacer eso! ¡después por esa razón nadie viene a comprar espejos! —recién ahí, el caballero dejó de verlo (lo cual fue un alivio porque se estaba empezando a asustar), hasta podría jurar que sus ojos cafés parecían de vidrio. Al parecer, la larga caminata le estaba haciendo efecto. El señor se disculpó con Charlie por mirarlo con una expresión de desagrado. Charlie no le quedó más que fingir que no le había afectado.
—Hola, jovencito. ¿Qué tipo de espejo busca?, como puede ver aquí, tenemos una gran variedad... —dijo la señora cambiando de tema rápidamente.
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infierno, torturas y asesinatos, sangre y escenas un tanto fuertes
Editado: 18.09.2024