Charlie Y Los Espejos Malditos

Capítulo 1:

Se acercaban los cumpleaños de la madre y la hermana de Charlie. Y él debía, sí o sí, regalarles algo. Nunca les regalaba nada porque siempre se gastaba todo en él y en sus videojuegos. Pero, esta vez, no sería así. Sin embargo, la misión de encontrar y elegir el regalo perfecto para ambas, sería agotador. Así que, se fue a dormir temprano, ya que, mañana sería un día muy largo.

Al despertarse, fue directo al baño. Se quedó mirando su reflejo y no podía creer lo guapo que era. Pelo negro rizado, piel blanca, ojos azules e increíblemente delgado, tanto así que se le marcaban los huesos y... eso nada más. Sí, definitivamente, él estaba para ser modelo de ropa interior. Charlie no se había dado cuenta de los largos minutos que pasó mirándose en el espejo hasta que su madre le gritó para que bajara a desayunar. Se sobresaltó con el grito y se arregló rápidamente, saliendo del baño con prisa. El desayuno que su madre le había preparado era simple, café con leche y pan con mantequilla, sin duda, una exquisitez para Charlie, pero se percató que su madre lo estaba mirando fijamente, lo cual fue extraño, así que, le preguntó:

—¿Qué pasa, mamá? —mientras intentaba comer toda su comida al mismo tiempo porqué iba atrasado a hacer sus compras.

—No, nada, hijito. Solo que a medida que creces, empiezas a parecerte mucho más a tu padre y... —en ese momento, sintió el deber de detener a su madre o se pondría a llorar ella o él y como iba a dejar que una mujer tan hermosa como su madre, llorara. Sus hermosos ojos azules se pondrían rojos y probablemente se taparía su rostro con su bello cabello de un intenso color chocolate, aunque, últimamente, la veía más delgada y pálida. Tambien, no quería saber nada de su padre. Charlie, no le perdonaba que los hubiera abandonado y más, durante la noche, luego de darle las buenas noches a él con un beso en la frente cuando tenía tan solo cinco años. Su madre había trabajado duro para criarlos sola.

—Si, lo sé, mamá. Pero no hablemos de mí, ni de mi padre. Mejor hablemos de... ¿de qué regalo te gustaría recibir para tu cumpleaños? —le preguntó su hijo, con una gran expresión de “¡por favor, ayúdame, solo dime qué quieres y termina con mi martirio y de paso, dime qué quiere mi hermana!”. María de los Ángeles Grim Constans (así se llama la madre de Charlie), no pudo evitar soltar algunas carcajadas y le dijo que no le iba a decir nada, que no se lo pondría fácil. Luego de haber dicho esto, Charlie la miró decepcionado y resignado, fue a comprar.

Después de que Charlie se fué, su madre sintió un repentino deseo de ir a ver el regalo que se compró su padre antes de que desapareciera. Así que, se dirigió a su habitación. Y ahí estaba, dentro del clóset, tapado con una gran sábana, el espejo que se compró antes de desaparecer y María le tenía un gran odio a ese objeto y no entendía el porqué.

Charlie caminó por toda la ciudad, desde el inicio hasta el final, pasando tienda por tienda intentando buscar el regalo perfecto... para una mujer. Ya estaba pensando en practicarles “No pude encontrarles un buen regalo, pero la intención es lo que cuenta ¿cierto?”. Pero, no. Él se prometió llegar con algo.

Cuando estaba llegando al final del pueblo, y las casas empezaban a desaparecer de a poco. Pensó que era el final y que solo le quedaba volver y comprar cualquier cosa rosada, bonita y listo.

No obstante, a lo lejos pudo deslumbrar un almacén con un gran letrero que parecía y era un espejo que decía “Bienvenidos a las posibilidades infinitas”. Charlie tuvo que quitar su vista del letrero apenas terminó de leer porqué sentía que se estaba quedando cegado por tanta luz. 
“El dueño de la tienda si que sabe cómo llamar la atención”, pensó.

Fue directo al almacén. Al entrar se dio cuenta de que estaba muy deteriorado. El almacén era de madera y era un lugar muy pequeño. A pesar de ser un lugar pequeño, el lugar estaba lleno de espejos. En todas las paredes, del piso hasta el techo, habían fijado espejos.

Se encontraban de todas las formas y colores, llenando la estancia. Era divertido verse en tantos lugares a la vez. Hasta que el dueño de la tienda le habló.

Se sobresaltó al oír su ronca voz un poco. Aún así, se acercó a él y pudo observar que el caballero era demasiado viejo. Tenía un montón de canas, la cara regordeta como su cuerpo y se veía deprimido. Estaba vestido con un polerón de lana de color rojo y unos jeans cafés demasiado anchos. De igual manera, Charlie lo saludó amablemente.

Le contó que estaba buscando un regalo para su madre y su hermana y que justo había dado con el lugar. Sin embargo, algo en la conversación hizo que parara, ya que, el señor se miraba  molesto de la nada. Él se le quedó mirando a los ojos con las cejas fruncidas por unos tres largos minutos hasta que su esposa apareció y le goleó la espalda, gritando;

—¡Deja de hacer eso! ¡después, por esa razón, nadie viene a comprarnos espejos! —recién ahí, el caballero dejó de verlo (lo cual fue un alivio porqué se estaba empezando a asustar), hasta podría jurar que sus ojos cafés parecían de vidrio. El señor se disculpó con Charlie por haberlo mirado de esa manera tan incómoda y a Charlie no le quedó más que fingir que no le había afectado.

—Hola, jovencito. ¿Qué tipo de espejo busca?, como puede ver aquí, tenemos una gran variedad... —dijo la señora cambiando de tema rápidamente.

—Hola, señora. Estoy buscando un regalo. Me gustaría que me permitieran mirar primero antes de comprar.

—Por supuesto. Lo esperamos y si tiene alguna duda, no dude en venir y preguntarnos —él le dio las gracias y fue a mirar los espejos de manera más detallada.

Eran increíbles. Todos los espejos estaban fabricados con madera y tenían sus propios nombres. Había uno triangular de color calipso que tenía tallado encima “El espejo de los viajes al futuro”, luego otro que era de color amarillo y circular que decía “El espejo disipador de la oscuridad”, después le seguía uno grande rectangular que estaba puesto de manera vertical de dos metros, de color negro que decía “El espejo de los lamentos”. Aquel espejo era muy llamativo porque también tenía tallados rostros de personas gritando, le recordó al “Muro de los lamentos” que estaba, según, en Jerusalén, pero intentó no distraerse demasiado y buscó alguno bonito y lo más femenino posible. Vio dos espejos del mismo color, rosado. Sin embargo, de diferente forma. Uno era ovalado y su nombre era “El espejo de las mariposas” y el último, con forma de corazón, ponía “El espejo que te une con los que más quieres”.




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