Chica de compañia

Dos

El sonido del despertador la sobresaltó. Sarah lo apagó de inmediato, sintiendo el peso de la noche en sus ojos cansados. Se quedó unos minutos en la cama, pensando en lo que Laura le había contado. El apartamento estaba en silencio, sus compañeras aún dormían. El agua fría de la ducha no le ofreció el alivio que buscaba. Se vistió rápido, poniéndose la misma camiseta desgastada y los jeans que había usado varias veces esa semana. Mientras se amarraba el cabello frente al espejo del pasillo, vio su propio reflejo por un segundo más de lo usual. A pesar de las ojeras y el cansancio, había algo en su rostro que seguía siendo atractivo. Lo había notado en las miradas de los hombres, en las fiestas y hasta en la cafetería. Se preguntó, por primera vez en serio, si esa belleza sería suficiente para cambiar su vida.

En la universidad, el día transcurrió como un borrón de voces y rostros que no lograban captar su atención. Las palabras de los profesores parecían lejanas, y las notas en su cuaderno eran pocas y desordenadas. Todo lo que podía pensar era en lo que Laura le había dicho. "Solo compañía." Esa frase seguía reverberando en su mente como un eco persistente. No era diferente de ir a esas fiestas, solo que esta vez habría una recompensa tangible. En lugar de irse a casa con las manos vacías y la resaca moral de una noche en la que había dejado que los demás la miraran como si fuera un objeto, se iría con dinero en el bolsillo. El pensamiento comenzó a parecer más lógico conforme lo consideraba.

Por la tarde, en la cafetería, Sarah trató de concentrarse en su trabajo. A medida que pasaban las horas y las mesas se llenaban de clientes, ella movía las bandejas, sonreía automáticamente y respondía con la misma cortesía programada de siempre. "¿Cómo está hoy?" "¿Necesita algo más?" Era casi como si su cuerpo funcionara por sí solo, mientras su mente estaba en otro lugar. Cuando la jornada terminó, se despidió de su jefe y caminó hacia la parada de autobús, sintiendo el peso del cansancio en cada paso. Pensó en cómo su cuerpo se iba desgastando más rápido que su energía mental. Y aunque todavía era joven, sentía que cada día en la cafetería robaba un poco de su vitalidad, como si estuviera desperdiciando algo precioso.

Aquella noche, en el departamento, Sarah tomó una decisión. Llamó a Laura, quien respondió con su habitual tono despreocupado, como si esperara que esa llamada llegara tarde o temprano. "Lo haré", dijo Sarah, después de unos segundos de silencio. "Solo quiero probar. Una vez." Laura sonrió al otro lado de la línea, aunque Sarah no pudo verla, podía sentirlo en la forma en que le respondió. "Sabía que dirías eso. No te preocupes, todo estará bien. Te voy a presentar a alguien, es un tipo discreto, nada raro. Solo tienes que ir a una cena con él, te vas a divertir." Sarah colgó el teléfono sin decir nada más, y se quedó mirando el techo durante un largo rato, dudando, pero también sintiendo una especie de alivio.

Los días siguientes transcurrieron con una mezcla de emoción y nervios. Laura le envió los detalles por mensaje: la dirección del restaurante, la hora, y la descripción del hombre que la esperaría. "Se llama Esteban", había escrito. "Es uno de los buenos, no te preocupes." Sarah intentó no pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer. Le decía a sí misma que no era diferente de cualquier otra salida, solo que esta vez había dinero de por medio. Y era solo una vez.

El día de la cena, Sarah se encontró frente a su armario, dudando sobre qué ponerse. Nada de lo que tenía parecía adecuado para el tipo de lugar al que iría. Laura le prestó un vestido ajustado, de color negro, que había usado alguna vez en una gala. "Te quedará perfecto", le dijo mientras la ayudaba a arreglarse el cabello y el maquillaje. Sarah se miró en el espejo una última vez antes de salir. El reflejo que la observaba de vuelta era diferente, más sofisticado, pero también más vulnerable. Sabía que la persona que entraría a ese restaurante no era exactamente la misma que había salido del pueblo hace unos meses.

Cuando llegó al restaurante, Esteban ya estaba sentado. Era un hombre mayor, probablemente en sus cuarenta y tantos, con un traje que parecía costoso y una sonrisa educada. Se levantó al verla y le extendió la mano. "Sarah, encantado", dijo, como si la conociera desde siempre. Sarah sonrió de vuelta, aunque su corazón latía más rápido de lo normal. Durante la cena, Esteban fue amable, atento, incluso divertido en algunos momentos. Hablaba de su trabajo, de los viajes que hacía por negocios, de cómo disfrutaba la compañía femenina en eventos como ese. Sarah no podía evitar notar lo fácil que era la conversación, cómo se deslizó en el papel que estaba interpretando esa noche.

Mientras cenaban, miraba a su alrededor. Las parejas en las mesas cercanas parecían iguales a ellos, con mujeres hermosas acompañando a hombres que las miraban con una mezcla de admiración y deseo. El ambiente en el restaurante le resultaba extraño, pero familiar al mismo tiempo, como si hubiera estado esperando llegar a ese tipo de lugar sin saberlo. Hombres como Esteban eran comunes en la ciudad, hombres que estaban dispuestos a pagar por el lujo de una cena acompañados de alguien como ella. Sarah entendió entonces que no estaba sola, que el mundo al que estaba entrando tenía sus propias reglas, reglas que, si aprendía a jugar bien, podrían ofrecerle una salida a sus problemas.

Cuando la cena terminó, Esteban la acompañó hasta un taxi. Le dio un sobre antes de despedirse. "Eres una chica encantadora, Sarah. Espero que podamos repetir esto alguna vez", dijo antes de cerrar la puerta del taxi. Sarah no respondió. Mantuvo el sobre apretado entre sus manos mientras el vehículo la llevaba de vuelta a su apartamento. No lo abrió hasta estar en su cama, bajo las luces tenues de la habitación que compartía. Al contar el dinero, sintió una mezcla de emociones que no logró descifrar del todo. Era más de lo que ganaba en un mes en la cafetería.




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