France
Desde la ventana de mi habitación podía ver el mundo girar en todo su dulce esplendor. Podía ver el mundo oculto, ese del que nadie quiere ser parte y del que la mayoría de la gente teme por todo lo que puede destruir. La noche es sin duda el mejor camuflaje de la humanidad, especialmente para personas como yo, eternamente aburridas.
Prefiero no dormir, antes que perder la novedad de las cosas.
Mi tendencia de búho no es ningún secreto en mi familia y tengo la fortuna de tener unos padres empáticos con la situación. Desde que se enteraron de que espiaba a prácticamente todas las personas de mi alrededor implementaron nuevas normas y modificaciones que estuvieran a mi favor. Una de las primeras fue poner muebles frente a las ventanas de cada habitación que me perteneciera, y obsequiarme en cada cumpleaños algún telescopio o rastreador de calidad. Mi padre incluso me leía los manuales de Copperfield y de David Blane, porque decía que mi “talento” debía mezclarse con algo de ilusionismo y magia, de darle el toque que lo hiciera especial, o al menos no tan juzgable.
Anna Baker vive en el mismo fraccionamiento que yo. Su casa está a un par de casas de la mía y desde aquí puedo ver gran parte de lo que sucede en su día a día. Se escucha raro, lo sé, pero prometo que no es nada personal. Yo veo lo que sucede hasta en la casa de mi vecina de 80 años que sigue siendo lesbiana de closet; El punto es, que hoy de nuevo me tocó ver como mi angelical y preciado amor platónico se escabullía por la ventana de Anna. Y como todas las veces anteriores, verlos juntos me provoco una sensación agridulce.
Algunas veces me traumatizaba el hecho de que no cerraban las cortinas cuando tenían sexo, también es demasiado divertido ser espectadora de sus peleas, de cuando estudian juntos, o de sus guerras de cosquillas que supongo yo, son silenciosas. Con ellos conocí muchas cosas sobre el noviazgo y el peligro de querer tanto a alguien y de alguna forma, me hacen fantasear con que algún día yo amaré y seré amada intensamente.
Aunque sé que eso está totalmente fuera de mi alcance… Ya eran las dos de la madrugada, y la noche no era tan entretenida como otras veces. Lorenzo ya se había ido de la casa de Anna y ella ya había cerrado sus ventanas. Solo estaba uno que otro loco jugador de soccer corriendo sin camiseta a mitad de la calle.
Tenía la música encendida en el volumen más bajo y justo ahora sonaba una de mis canciones favoritas, la cual me recordaba a Paris y a cuando robaba en tiendas de lujo con mis amigos recién salidos de rehabilitación. Y a pesar de que la canción es demasiado excitante como para ponerme contenta, sentirme una gánster y fumarme un cigarro, por alguna tonta razón me ponía tan depresiva como Bella Swan en la película de Luna Nueva.
Extraño y no a Edward.
Extraño muchas cosas que no debería de extrañar.
—¿Otra vez Enjoy The Silence? Pareces grabadora descompuesta.
—¡Dios mío papá! ¿Por qué no tocas antes de entrar? — Apagué el cigarro de hierba que tanto me había costado hacer en cuanto lo vi entrar.
—¿De cuándo acá aplicamos esas reglas tan estúpidas en casa? La marihuana ya está legalizada.
Yo me reí por qué tenía razón. Él no era el padre convencional que aplicaba las reglas convencionales.
—No sé, ¿tal vez desde que crecí y empecé a necesitar mi propia privacidad?
—Buen punto. Lo haré desde hoy.
Él no era como otros papás por qué sí admitía cuando yo tenía razón.
—Siempre te descubren, ¿verdad? — Dijo cuando se recargó en el borde de mi gran ventana y noto las orillas de esta, marcadas por las cenizas de los cigarrillos que había apagado sobre ellas cuando me descubrían. Ahí estaba la más reciente, la de hace unos segundos.
—Ya sabes, mamá no termina de aceptar que me he vuelto mayor.
—El tema de ser mayor te ha taladrado la cabeza…
—Cumpliré la mayoría de edad en unos meses asi que es normal. Soy mayor, lo soy el ochenta por ciento.
—No. Tú solo finges serlo y debo confesar que no lo haces muy bien. — Sus palabras y el tono supersticioso en como las dijo eran una clara muestra de que ya se había enterado de lo que hice durante los meses que se ausento.
Sabía qué mamá no era capaz de guardar el secreto por tanto tiempo…
—Así que ella ya te lo dijo. — Él asintió. —Mira no es lo que crees, yo…
—Tú hiciste algo malo
—Y lo hice mal. — Me atreví a terminar la oración por él. Una de las cosas que siempre me recalcaba era la importancia del éxito, en cualquier aspecto de la vida ya fuese para bien o para mal, debía ganar. Lamentablemente, el triunfo era algo que me costaba conseguir. —Solo fue un pequeño descuido, mamá y yo lo arreglamos todo y ya no volverá a suceder.
—No te engañes, los dos sabemos que volverá a pasar.
¿Él no es como los demás papás…?
Qué estupidez.
—No te preocupes por mí que no estoy enfadado. Preocúpate por ti, porque llegará el día en el que ya no podrás esconderte en el camuflaje de tu niñez, y ahí sí que tendrás que afrontar las consecuencias tu sola.
No le respondí nada a mi padre, porque en realidad yo no tenía otra justificación que no fuese la inmadurez de mi juventud.
Después hizo algo que solo confirmó el dominio que tiene sobre mí, o quizás lo predecible que yo puedo llegar a ser. —Saca tu cofre de la buena suerte.
—¿Qué?
—Sí, el que tienes debajo de la cama. Necesito fumar un poco.
Seguía sin procesar como sabía de la existencia de eso. Mi “cofre de la buena suerte” efectivamente estaba bajo mi cama, lo escondo porque ahí suelo guardar todas las tonterías que comúnmente una chica de 17 años guarda: Cigarrillos, algunas bolsitas de marihuana, un tampón viejo, un montón de fotos de mis amores platónicos estando distraídos, las monedas chinas de la buena suerte… y básicamente todo un mundo.
Se suponía que nadie sabía de la existencia de este, pero mi padre metió su mano dentro como si se lo supiese de nacimiento y lo peor de todo es que seguía con esa maldita sonrisa mientras lo hacía. Como diciéndome, “sé todo de ti bebé. No hay nada que puedas ocultarme.”
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Editado: 19.11.2024