El evento «Reaf» era una celebración que se llevaba a cabo solo una vez al año, con el simple motivo de erradicar todas las pasiones y deseos de la sociedad más joven y adinerada de Pensilvania. Duraba un fin de semana completo y las actividades realizadas ahí dentro eran de mínima confidencialidad, puesto que todos los jóvenes de la ciudad, y sobre todo del pueblo de Greens conocían sus artimañas, sus alcances, y sus metas como si fueran hechos históricos a pesar de que solo se trataba de adolescentes alcoholizándose y derrochando el dinero en cosas tontas.
Lo limitado, por supuesto, era el acceso.
Hacer desear, pero jamás dar a la primera.
O eso era hasta este año. Las reglas han cambiado y todo se ha vuelto mucho más… incoherente.
Se escogía un anfitrión diferente cada año, y este por fin era el turno de Jade Hatman. Mujer cuya ambición era tan grande y poderosa como la de un iceberg y que entregaría tanto cuerpo como alma con tal de no defraudar a su propia versión futura. Así empiezan los grandes humanos, siendo los mejores en un grupo de mediocres, liderando hasta que ya no pueda identificar quien es mejor, porque seguramente ya es el mejor.
La ubicación donde se celebraba también tenía que ir cambiando. No se podía hacer siempre en el mismo lugar porque la mayoría de las veces terminaban vetados de esos mismos. En esta ocasión Jade opto por las cabañas de un aislado bosque cerca de Greens, propiedad de la familia Wiley. Rústicas residencias que valían millones y que estaban prácticamente en medio de la nada. Nadie podría escucharlos, reprenderlos, ni delatarlos… nadie podría interferir entre las ideas inmorales que tenían planeadas.
La ley de Reaf, era que siempre algo tenía que pasar. Un hecho caótico que los siguiera manteniendo en la cúspide y la vanguardia, y la responsabilidad de que eso sucediera era únicamente de los anfitriones. Ellos tenían que planear hasta el más mínimo detalle de lo que sucedieran esas noches.
France
Los días pasaron con bastante rapidez a pesar de que no muchas cosas sucedían en mi vida. Permanecí frente a mi ventana durante varias noches seguidas esperando a que el hombre extraño volviese a aparecer, pero él no volvió. Iba a la escuela, hacia el ridículo y después volvía a casa. Durante las tardes, me dedicaba a cuidar a la agobiante Sally la cual aún seguía en su etapa de negación a punto de entrar a la peor de todas, la de esperanza.
Ella sin duda era una de las chicas más difíciles, pero también una de las más dulces y crédulas.
—No voy a una fiesta desde abril del año pasado. ¿Cuál crees que sea más bonito? — De una caja vieja que encontré en mi armario sacaba vestidos y se los mostraba a Sally. Resulto que ella era pasante en el Instituto Moderm Model de Pensilvania y nadie entra ahí sin tener un exquisito gusto para la moda. —La invitación dice que tengo que vestir elegante… Aunque no lo sé, puede que sea una contradictoria de Hatman.
No respondió. Me observo en silencio con los ojos caídos y la boca entreabierta. Últimamente no podía respirar bien y temblaba como un perrito todo el maldito tiempo. Me molestaba porque… dios, ¡Solo estábamos a diez grados! Ni siquiera hacía tanto frío. Sally no tenía aguante. —Bueno, da igual. De todas formas, no sé si iré o no.
—¿Por qué?
Suspire y me senté frente a ella en el puff que mamá había puesto especialmente para cuando yo bajara. A veces se lo prestaba a Sally, pero la última vez vomito sobre él y casi me da un infarto.
No la culpo. Las cadenas son demasiado cortas como para poder pararse o moverse más de treinta centímetros.
—No me llevo especialmente bien con todas las personas que estarán ahí y además…
Ese “Además” era que el fin de semana estaba en la puerta de mi casa junto con Reaf y yo aún no conseguía la droga que tenía que llevar. Tenía planeado ir a primera hora del día de mañana con James, un viejo amigo de mi padre que siempre me surtía cualquier sustancia que quisiera. Pude haberlo hecho cualquier otro día, pero no me iba a torturar a mí misma teniendo todo eso bajo mi cama y no poder consumirlo yo sola en una sola noche.
No iba a echarlo todo a perder ¿o sí?
Todavía faltaba lo más importante y lo que todos siempre dejamos a lo último. El permiso de mamá y papá. Opte por decírselos durante la cena, puesto que el menú de hoy sería sopa de cangrejo y aunque yo la odiaba a ellos los ponía de muy buen humor.
La expresión de Sally no motivaba a conversar a cualquiera, pero por alguna razón a mí si, y estaba a punto de seguir aturdiéndola con mis problemas obscenamente injustos a comparación con los de ella, hasta que mi mamá me llamó desde arriba para que fuera a cenar.
Besé su frente y subí corriendo con entusiasmo. Un entusiasmo que se esfumó por completo desde que pise aquel pasillo y escuche la voz de quien oficialmente se convirtió en mi peor pesadilla desde hace ya varios años.
Esta noche no solo seriamos mamá, papá y yo en la cena. Había olvidado por completo que el tío Finnick vendría a visitarnos por un motivo el cual se me hace estúpido y conveniente. Su cumpleaños. Si hubiera recordado que venía ni siquiera hubiese salido de mi habitación, es más, hasta me hubiese suicidado con tal de no verlo.
Ya todos estaban sentados en la mesa conversando y riéndose de alguna cosa estúpida que seguramente Finnick invento por qué no podía quedarse callado por tanto tiempo o si no la boca se le quemaba. Ocupaba el lugar que precisamente me pertenecía a mí, comía del plato que era mío y bebía del mismo vaso del que alguna vez yo bebí. Me provocaba tanto enojo y angustia tenerlo cerca. El hecho de que me invadiera, de que robara mi oxígeno y mirarlo después de dos años de total quietud. Todo me provocaba… Fatalidad.
Mi mirada de recelo se hizo notar bastante porque cuando llegue todos se callaron. Me senté a lado de mi madre, justo en frente de Finnick. Automáticamente sentí como el azul malévolo de sus ojos y su sonrisa fina y perfecta estaban empezando a aturdirme y mi ceño cada segundo se fruncía más.
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Editado: 19.11.2024