Narra Elías
No tenía ganas de levantarme, pero León, mi hermanito, no dejaba de gritar porque no encontraba su remera favorita para ir al colegio. Me tapé hasta la cabeza y traté de dormir un poco más, pero mi hermanita se puso a gritar también, hoy no querían dejarme dormir. Papá vino a mi cuarto a prender la luz para que me levantara, ya no podía quedarme más en la cama, sino iban a retarme. Mamá siempre estaba enojada a la mañana, no le gustaba levantarse temprano ni aguantar a mis hermanos gritando a esta hora. A mí tampoco me gustaba escucharlos.
—Eli, dale, que se hace tarde.
Dijo papá tirándome la ropa que tenía que ponerme a los pies de la cama. Me senté y miré la ropa con problemas, me molestaba la luz todavía. Me levanté con fiaca, agarré mi ropa y fui al baño para prepararme. Cuando salí, escuché a mamá pidiéndole a Sofi que desayunara para ir al jardín. Fui al comedor, mi hermanita lloraba mientras León la miraba del otro lado de la mesa comiendo galletitas. Me senté al lado de mamá, que seguía luchando para que Sofi desayunara. Papá me dio mi taza con leche con chocolate. Tomé un poco, me empezaron a llorar los ojos, estaba demasiado caliente. Soplé distraído con la tele, estaban pasando el noticiero, pero la tele estaba en silencio. Igual no íbamos a poder escuchar nada con Sofi llorando todavía. Yo seguía con sueño, no tenía ganas ni siquiera de pelearme con mis hermanos por el ruido que hacían.
Un rato después, mamá me puso la mochila y agarró las de mis hermanos. Salimos a la escuela. Agarró a mis hermanitos con cada mano mientras yo caminaba al lado de León. Me agarré las tiras de la mochila, me pesaba mucho, no sabía por qué tenía que llevar tantas cosas, ni siquiera las usábamos todas. Pegué un saltito para acomodarme la mochila que se me caía. Cuando estábamos a media cuadra de la escuela, me despedí de mamá y corrí para saludar a Tomi, que estaba con su mamá esperando en la puerta. Nos saludamos chocando los cinco y después el puño.
—Mamá dijo que me quede con vos.
Dijo León agarrándome de la manga de la campera como Sofía cuando empezaba a caminar y estaba por caerse todo el tiempo. No le presté atención, no tenía ganas de aguantarlo, pero si lo echaba, iba a empezar a llorar, era muy temprano para que me molestara. La puerta se abrió un ratito después, saludamos a mamá y a Sofía, que entraba un rato más tarde, y entramos a la escuela. León se fue con sus compañeros dejándome en paz por fin. Nos sentamos en un banco, este año nos tocaba formar al lado para la entrada, podíamos usarlo hasta que llegara la seño.
—¿Venís a mi casa a jugar hoy, Eli?
—Le tengo que preguntar a mi mamá.
—Le preguntamos a la salida, ¿dale?
—¿Mati va?
—Todavía no le pregunté.
De golpe, Matías se sentó al lado mío tirando la mochila al piso. Nos saludamos como lo habíamos hecho Tomi y yo.
—¿Venís a mi casa a la salida, Mati?
—No puedo, mi hermano viene a buscarme hoy y nunca me deja ir si mi mamá no me dio permiso antes.
—¿Y si mi mamá llama a la tuya?
—Ya sabés que casi nunca contesta.
Nos quedamos callados un ratito.
—Che, ¿se enteraron que Tamara, la de sexto B, y Rodrigo se besaron.
—¿Cuándo? ¿Adónde? —pregunté.
—¿Te pusiste celoso, Eli? —dijo Tomi dándome un codazo—. ¿No te gustaba Tamara?
Asentí. Mati me pasó el brazo por los hombros.
—Si le decís, capaz te bese a vos también, ¿no, Tomi?
—Lo tenemos que llevar a que se declare.
Negué con la cabeza rápidamente haciendo que se rieran de mí. ¿Por qué les había dicho que me gustaba ella? Eran mis mejores amigos, pero eran muy pesados a veces. Sentí que la cara me ardía un poco, si me veían así, se iban a burlar más de mí. Por suerte, uno de los chicos de séptimo hizo sonar la campana que estaba al lado del mástil para hacernos formar. Nos levantamos y nos pusimos uno atrás de otro, en los lugares de siempre. Subimos la bandera, Saludamos al director, dejamos nuestras mochilas y fuimos al comedor para desayunar antes de las clases.
***
Me pasé casi todo el día dibujando en unas hojas que me había dado mamá para que no rayara mis cuadernos del colegio, desde primer grado que hacía dibujitos en los costados de la hoja y siempre me retaban aunque mi tarea estuviera bien. Cuando salimos a la tarde, le insistí a mamá para que me dejara ir a la casa de Tomi, hasta su mamá le insistió a la mía. Al final, me dio un beso en el cachete, sacó mi celular del bolsillo de mi mochila, de donde no podía sacarlo en la escuela, y me lo dio. Tomi no vivía muy lejos de la escuela, así que llegamos enseguida. Entramos y corrimos a su cuarto, él tiró la mochila en el piso, mientras yo me sentaba en su cama y me sacaba el guardapolvo y las zapatillas. Él tiró su guardapolvo arriba de una silla con una montaña de ropa y prendió la PlayStation. Me dio un control y se acostó al lado mío sin sacarse las zapatillas. Jugamos un rato hasta que su mamá nos trajo la leche con galletitas.
—Eli, ¿por qué no le decís a Tamara que te gusta?
—Porque no. ¿Cómo lo voy a hacer?
—No sé, con una carta. Le pedís un beso y listo.
—No sé si me gusta de verdad. Me parece linda, nada más.
—¿Tenés miedo? —Sonrió, pero se puso serio rápido—. ¿De verdad no te gusta? —Negué con la cabeza—. Bueno... Por eso no le prestaste atención a Mati, ¿no?
—Aunque Tamara me gustara de verdad, no le haría caso a Mati.
Los dos nos reímos, él siempre era de molestarnos por cualquier cosa. Volvimos a quedarnos callados, merendando mientras jugábamos. Me puse a pensar en cómo se sentiría besar a alguien. Había escuchado a las chicas hablar sobre el primer beso y las vi ponerse coloradas por eso. ¿Daba tanta vergüenza besar a alguien? No lo había pensado antes, ni siquiera con Tamara. Terminamos de merendar y volvimos a jugar. Normalmente era lo único que hacíamos, aunque yo también disfrutaba del silencio, Tomi no tenía hermanos así que no tenía que aguantar que griten y lloren. A veces mis hermanitos eran insoportables.