Cicatrices

3. APATIA

El recuerdo del gozo, ya no es gozo,

mientras que el recuerdo del dolor es todavía dolor...
 

***

 

Observo hacia afuera mientras permanezco sentada en una silla mirando hacia el exterior, a pesar de que el cuarto es algo tétrico, las vistas son realmente hermosas y traen algo de paz a mi atormentada alma.

 

Las personas en el parque caminan o permanecen sentadas en las banquetas disfrutando de los rayos del sol, el canto de los pájaros, la naturaleza que los rodea. Ellos tienen luz o viven en su propia fantasía, pero yo estoy sumergida en las tinieblas y solo obtengo pesadillas. No hay claridad en mi corazón, todo me lo quitaron aquella trágica noche en la cual robaron mis sueños, inocencia y amor propio.
 

De mis ojos brotan lágrimas de dolor y frustración sin que pueda evitarlo, tampoco puedo evitar que todas aquellas escenas indeseadas lleguen a mí mente forma de flashbacks pues, en mi mente están muy frescos los recuerdos de lo ocurrido, el tiempo no transcurre con la rapidez que deseo que lo haga.

 

¿Será que algún día los recuerdos dejaran de reproducirse en mi cabeza?
 

¿De colarse en mis sueños y recuerdos?

 

Siento tanto asco. Repulsión de mi cuerpo, de mi existencia y de este mundo de mierda. Cada noche es peor, las pesadillas se tornan mucho mas tormentosas o simplemente no llegan pues son reemplazadas por los recuerdos.

Horribles y tormentosos recuerdos.

 

—  Teresa, ¿te gustaría que saliéramos a caminar un rato por el parque? 


 

Escucho a una enfermera de la cual no recuerdo el nombre, su voz sacándome abruptamente de mis pensamientos y eso es algo que en el fondo le agradezco.

 

Ella me hace la misma pregunta que ha hecho desde hace tres semanas. Seis meses llevo aquí encerrada y como era de suponerse, nadie ha hecho acto de presencia, la psicóloga dijo que dentro de poco vendrían a visitarme, pero yo sabía que nadie vendría simplemente porque ya no les servía.

Solo quiero paz y no lo logro, cualquier cosa con la cual me pueda hacer daño la alejan de mí, entonces un día simplemente decidí dejarme morir.

Había dejado de comer.

Al principio nadie se había dado cuenta, pero al percatarse de mi extrema palidez y debilidad rápidamente tomaron cartas en el asunto, me canalizaron con suero y una enfermera se sienta a mi lado supervisando que ingiera todos mis alimentos además de medicación, la cual también me cambiaron, pero no ha servido de nada.

Los monstruos siguen atormentándome en medio de la noche, se esconden entre las sombras y en cuanto me distraigo se abalanzan sobre mí, satisfaciendo con mi cuerpo sus más bajas pasiones.

Entonces despierto.

 las enfermeras que gozaban de infundirme temor y descargando su frustración en mí fueron designadas a otra persona. Se las acuso de incompetencia debido a mi caso y ahora me cuida alguien distinto. La señora es muy amable debo reconocer, pero eso no quita el hecho de que no tenga ganas de hacer nada. No me apetece salir hay fuera, solo quiero revolcarme en mi dolor, o despertar en mi casa como si nada hubiera pasado y descubrir que todo esto solo fue un mal sueño, una pesadilla.
 

— ¿Quieres salir a tomar un poco de sol? — insiste —, dime que necesitas.

 

Lo único que yo necesito es morirme, pero decido no exteriorizar mis pensamientos. Así que no respondo y me dedico a observar hacia afuera esperando que ella entienda la indirecta y se vaya.

 

Cinco minutos después parece captar el mensaje.

 

—Cualquier cosa que necesites estoy en el pasillo.


 

Permanece unos segundos en el mismo sitio como esperando a que la detenga, pero al ver que no muestro ni un atisbo de hacerlo, que no digo nada suelta un suspiro supongo que de decepción y luego escucho sus pasos abandonando la habitación.
 

Ambas sabemos que no la llamare.


 

La siguiente semana va entre calmantes los cuales me ayudan a descansar un poco en las noches y consultas con la psicóloga las cuales como es algo ya habitual, transcurren en silencio y hermetismo de mi parte. La doctora habla sobre cómo me siento, de lo difícil que debió ser lo ocurrido, pero solo son palabras, ella no lo vivió, no intento defenderse y sintió frustración al no poder hacer nada mientras la dañaban.

 

Ella no sabe completamente nada y sus suposiciones de lo ocurrido solo logran que me cierre aún más.

 

— Si no te comunicas conmigo no sabré como ayudarte — ni siquiera me inmuto ante el sonido de su voz, he establecido un punto fijo el cual observo en todas las consultas sin prestarle mayor atención.  — ¡Necesito que me hables!

 

Y yo necesito que haga silencio, pero no siempre obtenemos lo que deseamos.

 

Un día que otro voy con la enfermera que ahora sé que su nombre es Darién a caminar por el parque, no diré que no agradezco el caminar y recibir los rayos del sol porque sería una gran mentirosa, pero tampoco es que me sienta muy segura habiendo tantos hombres cerca porque si, en este lugar ellos predominan más que las mujeres. Aunque sea la psicóloga prohibió que los enfermeros se acercaran a mí pues es un procedimiento estándar que establece la institución con las pacientes en mi condición pero que "extrañamente", las otras enfermeras "olvidaron" implementar. En todos los hombres los veo a ellos, intentando acercarse y tocarme y de ahí van los ataques de pánico. Me mantienen en constante vigilancia y nunca estoy sola mucho tiempo.


 

Una que otra vez diviso a mi antigua enfermera por algunos de los pasillos, ella va transportando a alguno que otro paciente y cuando cree que nadie la observa me lanza miradas de odio como si yo le hubiera hecho algo, tal vez piense que la cambiaron de sitio debido a que yo hable con alguien sobre sus abusos constantes, su otra compinche quedo en este bloque pero a ella la enviaron con otros pacientes, y aunque eso me debería tener más tranquila, no sé qué me pasa pero presiento que más temprano que tarde intentaran algo en mi contra.


 




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