Cicatrices

6.2. DESPERTAR PARTE 2

No sé a qué horas empecé a derramar lágrimas ni tampoco cuando volví a sentarme, solo me doy cuenta cuando distingo mi pantalón mojado y veo como las gotas caen. Se acerca lentamente y se acuclilló frente a mí extendiéndome un pañuelo. Al ver que no lo tomo lo deja a mi lado y me habla en un tono calmo pero firme.


 

— Los miserables que te hicieron daño siguen ahí afuera, buscando a su próxima víctima, esperando por otra incauta a la cual hacerle lo mismo que a ti o ¿Quién sabe?, seguramente ya lo habrán hecho. Si quieres puedes ser tú quien destruya esa cadena, quien rompa el silencio, deje al descubierto ese ritual macabro y finalmente termine con el juego. En estos momentos te puedo poner sobre la mesa dos opciones. La una es seguir nadando en el estiércol y la autocompasión dejando que se salgan con la suya, seguir intentando acabar con tu vida lo cual con el entusiasmo que me han dicho que le pones, muy pronto logres posiblemente, la otra opción y a mi parecer lo más satisfactorio sería el hacerlos pagar e impedir que le sigan dañando la vida a otras chicas iguales de ingenuas que tú, analiza muy bien las cosas antes de tomar una decisión.

 

Dicho esto, se levanta y escucho sus pasos abandonando la habitación, dejándome prácticamente ahogada en mis propias lágrimas, con mil pensamientos a flote.


 

Cuando regresan prefiero cubrirme con la manta, para así evitar que me observen en este estado. Ni siquiera acudo al comedor lo cual seguramente me valdrá otro castigo. Paso toda la noche en vela procesando lo que él me dijo.

 

¿Tendrá razón?, claro que la tiene, me dice una vocecilla interior.


 

He pasado demasiado tiempo autocastigada ¿Por qué tengo que sufrir? Todavía sigo viva y además he fallado tantas veces en mis intentos de suicidio ha de ser por algo. Dicen que cada persona viene a este mundo con un propósito y tal vez, solo tal vez yo no he cumplido el mío.


 

Debe haber algo muy bueno fuera de estas paredes para mí.


 

Permanezco en silencio todos esos días mientras proceso todo lo dicho en aquella habitación, tomo mis alimentos además de ir a las actividades casi por inercia. Cuando me lo cruzo en los pasillos ya no me observa, ahora me ignora y no sé por qué en vez de alegrarme me molesta.

Hasta una noche en la cual me levanto aburrida de dar vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, me calzo mis zapatos y en silencio abandono la habitación. Empiezo a caminar y no sé cómo ni porque mis pasos me dirigen  hacia el pequeño gimnasio, desde afuera se escuchan jadeos y golpes.

Mi corazón late de forma desbocada ante la alternativa de ver a alguien siendo maltratado, pero no, todo lo que observo es a él golpeando ese saco de forma fiera.

Veo desde la oscuridad como sus puños vuelan sobre el material y me encuentro queriendo hacer lo mismo, sacar mi enojo sobre ese saco.

A partir de esa noche aquello se convierte en un tipo de cita, lo observo entre las penumbras buscando valor, queriendo acercarme, pero sintiendo una especie de barrera que me lo impide.

Pero un día algo rompe nuestra rutina, el chico que ahora se responde al nombre de Alón, se saca sus guantes se agacha tomando algo para después levantarse nuevamente y observa hacia donde me encuentro sin poder moverme, como si de un hilo se tratara lentamente camina hacia mí  para luego agacharse frente mío. Toma una de mis manos con suavidad, pero me sacudo de su agarre.

Sonríe y me tiende el objeto, una venda, luego me explica como  ponerla.

—envuélvelas muy bien alrededor de tus manos.

Me explica poco a poco como vendarla y sigo las instrucciones, con la otra ya sé que hacer y después me extiende los guantes. Estos me quedan un poco grandes pero no importa.

—Colócate frente al saco, con los pies separados a la anchura de los hombros—sigo su guía—coloca tu pierna izquierda delante y levanta el talón de tu pie derecho para golpear.

Hago lo que pide.

—Ahora dale suave.

Voy golpeando el saco lentamente y a medida que pasa el tiempo todo viene sobre mí de golpe. Los recuerdos al igual que todas las noches empiezan a bombardear mi mente al tiempo que doy cada golpe. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas y yo pego cada vez más fuerte.

Los brazos me empiezan a quemar, pero no importa, solo sigo dándole a aquella bolsa repleta de arena, mi visión se torna borrosa y pronto lo único que se escucha en aquella habitación son mis golpes, sollozos y jadeos. Dreno toda mi ira aquella noche hasta que ya no puedo más y termino sobre el suelo sollozando.

A la mañana siguiente  y pese no haber dormido casi nada me levanto con un pensamiento fijo, la determinación irradiando en mis ojos, tomo mis cosas de aseo y camino al baño bajo la mirada asombrada de las enfermeras y compañeras de cuarto. Me calzo una sudadera gris, un buzo que me llega hasta el codo para luego plantarme frente al espejo cepillo en mano, una de mis compañeras me ofrece ayuda la cual amablemente declino pues, esto es algo que debo hacer por mí misma, en meses no me quise acercar a un espejo, pero ahora que lo hago me veo bastante desmejorada y ojerosa, paso el peine por mi cabello hasta que brilla un poco y está algo lacio desbaratando mis naturales rizos, me ato una coleta y bajo a desayunar. Escucho algo en el noticiero que hace mi determinación más fuerte. Luego de ingerir algo suave salgo por los pasillos en busca de Alón, lo encuentro en la fuente central del sanatorio junto a una señora que luce algo ida. Lo único que se escucha en el patio son mis pasos acercándose a paso lento hacia donde él se encuentra.
 

— Necesito tu ayuda.

 Le hablo con firmeza al estar cerca de él, al escuchar mi voz él se gira y me observa seriamente durante unos momentos. Me mira a los ojos como si buscara algo y le sostengo esa escrutadora mirada, momentos después parece encontrarlo y  me dedica una pequeña sonrisa ladeada la cual me asegura el haber ganado un aliado.

 




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