Cielo Azul

CAPÍTULO DOS: UN DIA MUY EXTRAÑO

El momento esperado finalmente llegó. Con sus amigos animándola desde la distancia, Ivelle se levantó con determinación. Antes de subir por completo al escenario, recordó las palabras alentadoras de su abuela adoptiva, Lilac: "Ivelle, eres más fuerte de lo que crees. Enfócate en tu calma interior y déjala florecer". Repitió mentalmente esas palabras como un mantra, buscando encontrar la tranquilidad que necesitaba para enfrentar el desafío que tenía por delante. Sin embargo, las palabras despectivas de Dalila y sus amigos resonaban en su mente, sembrando dudas y nerviosismo en su corazón. La presión de tener a todos los ojos puestos en ella, listos para presenciar su actuación, la invadía con una sensación abrumadora de ansiedad.

A pesar de sus temores, Ivelle se sentó frente al piano con determinación. Ajustó el micrófono frente a ella y decidió comenzar con su voz, mostrando su talento musical de una manera que conocía bien. Aunque siempre había dudado de la potencia de su voz, sabía que tenía que superar sus inseguridades y mostrar lo que era capaz de hacer. Con sus dedos deslizándose hábilmente por las teclas del piano, Ivelle comenzó a cantar, dejando que su voz resonara en el aula en perfecta armonía con la música. A pesar de sus nervios iniciales, encontró una sensación de paz y confianza en la música, recordando que el piano siempre había sido su refugio, su manera de expresarse y conectar con el mundo que la rodeaba.

Los dedos de Ivelle tocaban el piano con destreza, como si fueran mágicos, transformando cada nota en una belleza musical. Su voz era pura, como el canto de un pájaro. La melodía empezó lentamente, como si fuera un susurro en la oscuridad, pero poco a poco, se hizo más fuerte, como una marea acercándose al amanecer. Su actuación estaba dejando a todos sorprendidos, sobre todo a sus amigos, que habían subestimado su capacidad para manejar la presión. Ambos se voltearon a ver y después nuevamente a su amiga. Gritaron y aplaudieron con emoción. 

—¡Bravo! ¡Bravo! — gritó la multitud mientras se ponían de pie para aplaudir al ver el concierto final de Ivelle. Las luces de los focos centelleaban en su cara mientras bajaba a través de los escalones de la tarima del escenario. Al llegar a sus amigos, la abrazaron y alabaron su actuación.

— Lo logre —se susurró así misma —. No puede ser. Logre hacer la audición — mientras los aplausos retumbaban a su alrededor, Ivelle miró hacia la multitud, sintiendo una mezcla de orgullo y emoción.

— Siempre confiamos en ti, Ivi— dijo Theodoro.

— Pero si tu dijiste que... — antes de que pudiera terminar, recibió un golpe por parte del chico—. ¡Oye!

—¡Cállate y disfruta del momento, idiota! —gritó Theodoro con una sonrisa, dándole otro golpecito amistoso en el hombro. Ivelle rodó los ojos, pero no pudo contener la risa. Sus amigos siempre sabían cómo sacarle una sonrisa, incluso en los momentos más intensos —Bueno, ahora que has conquistado el escenario, ¿qué sigue? —preguntó Theodoro, con una sonrisa traviesa.

— Irnos a comer. Muero de hambre —Adeline tocó su estómago. 

Cuando el día terminó, Ivelle se dirigía a su casa. Eran las siete de la noche y ella se encontraba sola en la oscura calle que solo era iluminada por las luces de la ciudad. Ivelle estaba sumergida en las páginas de su libro de física cuántica. Las teorías y los conceptos desafiantes la absorbieron por completo, transportándola a un mundo de partículas subatómicas y fenómenos inexplicables. A pesar de la oscuridad que la rodeaba, la pasión de Ivelle por la física la iluminaba desde adentro. Para ella, cada página era una ventana hacia un universo de posibilidades y descubrimientos. Mientras avanzaba por la acera, su mente estaba llena de preguntas y reflexiones sobre los misterios del cosmos.

Un grito repentino hizo que Ivelle se detuviera en seco, su corazón comenzó a latir con fuerza en su pecho mientras miraba a su alrededor con nerviosismo. La oscuridad de la calle y el eco del grito crearon una sensación de inquietud que la hizo sentir vulnerable y asustada. Instintivamente, Ivelle guardó sus libros con rapidez, sintiendo la urgencia de alejarse de ese lugar. Sin embargo, al girarse para buscar otra ruta hacia su casa, se dio cuenta de que el callejón oscuro frente a ella era el único camino disponible.

— No podíamos vivir en otro lugar — murmuró para sí misma. 

Una oleada de miedo la invadió mientras observaba el callejón, preguntándose qué podría estar esperando en la oscuridad. Las sombras parecían cobrar vida propia, danzando y retorciéndose en la tenue luz de la ciudad. A pesar de su temor, Ivelle sabía que no podía quedarse allí para siempre. Con un suspiro nervioso, decidió enfrentar su miedo y avanzar hacia el callejón, con cada paso sintiendo el peso de la oscuridad sobre sus hombros y el eco del grito resonando en su mente. Al llegar sus ojos no vieron nada por lo que empezó a creer que aquel grito era un producto de su imaginación, pero con el paso de sus pasos, una figura se iba volviendo más visible de entre la oscuridad, se dio cuenta de algo horrible. Ella se quedó como estatua en su lugar.

El corazón de Ivelle se aceleró al ver la figura en el callejón. El cabello rojo como la sangre, los labios manchados de rojo oscuro, la piel pálida como el papel... todos esos detalles evocaban una sensación de horror que la dejó sin aliento. Los ojos rojos, fijos en ella con una intensidad perturbadora, parecían perforar su alma. El miedo se apoderó de Ivelle mientras retrocedía lentamente, su mente girando con pensamientos aterradores. ¿Era aquel ser un asesino? ¿O algo aún más oscuro y siniestro? Sin apartar la mirada de la figura frente a ella, Se-renity comenzó a retroceder lentamente, buscando una ruta de escape. Su mente corría con pensamientos de autodefensa y supervivencia, mientras luchaba contra la parálisis del miedo que amenazaba con apoderarse de ella por completo.




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