Cielo Azul

CAPÍTULO TRES: UN CAMBIO INESPERADO

Ivelle no era una persona que tuviera sueños constantes, de hecho, casi nunca soñaba. La última vez que tuvo un sueño fue cuando ella tenía cinco años, hace ya diez años. Pero esa noche, algo cambió. Durante su sueño profundo, se encontró en un lugar oscuro y misterioso, rodeada de brujas en un círculo alrededor de un fuego crepitante. Hablaban en un idioma desconocido, lento pero aterrador, y mientras lo hacían, Ivelle sentía un escalofrío recorrer su espina dorsal. 

De repente, Ivelle despertó con un sobresalto, su corazón latiendo con fuerza. Abrió los ojos lentamente, y notó que su habitación estaba a oscuras, sólo iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Pero algo era diferente. Cuando parpadeó un par de veces, se dio cuenta de que sus ojos, normalmente de un profundo color violeta, ahora brillaban con una luminosidad extraña, como si estuvieran impregnados de un poder misterioso. Se levantó rápidamente y salió de la habitación para ir al baño donde encendió la luz y ahogó un gemido de sorpresa al notar sus ojos. ¿Por qué estaban de esa manera? Ella comenzó a parpadear varias veces, esperando que todo fuera una alucinación, pero nada cambiaba. Sus ojos seguían de esa extraña manera. Respiró hondo, tratando de tranquilizarse, mientras sus ojos violetas seguían brillando con una luz misteriosa en el reflejo del espejo.

Después de varios segundos, Ivelle notó que la extraña luminosidad en sus ojos comenzaba a disminuir gradualmente. Parpadeó varias veces y observó con alivio cómo sus ojos volvían a su color normal, el profundo violeta que siempre había conocido. Se quedó allí, mirándose en el espejo, sintiendo cómo la tensión se disipaba lentamente de su cuerpo. Un suspiro escapó de sus labios mientras se recostaba contra el lavamanos, intentando recuperar la compostura. ¿Qué había sido eso? Se preguntó mientras se frotaba los ojos con las manos. Recordó el extraño sueño que acababa de tener y se estremeció ligeramente. Había sido tan real, tan vívido... Pero ahora, con sus ojos de vuelta a la normalidad, comenzaba a preguntarse si todo había sido solo su imaginación. Sacudiendo la cabeza para despejar sus pensamientos, Ivelle se enjuagó la cara con agua fría y respiró profundamente. Decidió que no iba a dejarse perturbar por un sueño extraño y unos ojos brillantes. 

Al día siguiente, Lilac notó algo diferente en Ivelle, pero decidió no mencionar nada al respecto y continuó sirviendo el desayuno. El plato consistía en unas espesas algas que nunca le habían gustado a Ivelle, pero aún así, ella las comía por no hacer sentir mal a su abuela.

Mientras Ivelle jugueteaba con el tenedor, separando las algas en el plato, Lilac la observaba con una mirada pensativa. 

—¿Estás bien, cariño? — preguntó finalmente, sentándose a su lado. Ivelle levantó la mirada, sorprendida de que su abuela hubiera notado algo. 

— Sí, estoy bien —respondió con una sonrisa forzada —. Solo un poco cansada, supongo. Estoy terminando la semana de evaluaciones por lo que tengo que estudiar mucho. El profesor de física nos puso un trabajo que tenemos que entregar la siguiente semana y no he podido descansar bien — Lilac asintió con comprensión, aunque no parecía convencida del todo. 

— Bueno, asegúrate de descansar lo suficiente — dijo con su tono tranquilizador de siempre.

Ivelle asintió, agradecida por la preocupación de su abuela, pero sintiéndose un poco incómoda por la atención. Terminó de comer las algas con un esfuerzo, sintiendo el nudo en el estómago que le producían, pero decidida a no decepcionar a Lilac. Después del desayuno, se levantó de la mesa y se dispuso a comenzar su día. Con la extraña sensación en sus ojos aún en su mente, se encaminó hacia las escaleras. Sin embargo, en lugar de dirigirse a su habitación, decidió bajar al pequeño laboratorio que tenía en el sótano. En ese lugar, guardaba todos sus experimentos e investigaciones que había realizado a lo largo de su vida.

Al abrir la puerta del laboratorio, un cálido sentimiento de familiaridad la invadió. Los estantes estaban llenos de frascos de colores, libros antiguos y herramientas de todo tipo. Ivelle se acercó a una mesa de trabajo donde tenía un pequeño microscopio y varias muestras bajo observación. Se sumergió en su trabajo, dejando que la concentración la envolviera por completo, como si al hacerlo pudiera olvidar la extraña experiencia de la mañana. Sin embargo, a pesar de su enfoque en la ciencia, la mirada inquisitiva de Lilac seguía pesando en su conciencia. Se preguntaba qué más habría notado su abuela.

Ivelle se concentró en terminar su proyecto para física que consistía en la construcción de un pequeño motor eléctrico casero. Había estado trabajando en ello durante semanas, perfeccionando cada detalle para asegurarse de que funcionara correctamente. Comenzó a conectar los cables y ajustar las piezas, recordando las lecciones que había aprendido en clase. Se sentía en su elemento cuando trabajaba en proyectos prácticos como este, donde podía aplicar la teoría a la práctica. Después de un par de horas de intenso trabajo, finalmente completó el motor y lo conectó a una pequeña batería. Con un suspiro de alivio, presionó el interruptor y observó con satisfacción cómo el motor cobraba vida, girando lentamente en su lugar.

— Ahora que estás terminado, pequeño motorcito, creo que es momento de seguir con mi obra maestra — hablo mientras llevaba sus manos a su cintura —. Solo espero que no resulte tan desastroso como la última vez. 

Aunque pareciera algo loco y poco probable, Ivelle estaba trabajando en una máquina del tiempo. Desde que era pequeña, había sentido una fascinación irresistible por la idea de viajar en el tiempo, y ahora, como una próxima estudiante de física, había decidido convertir esa fantasía en realidad, al menos en teoría. En su laboratorio, rodeada de aparatos y circuitos, Ivelle se dedicaba a resolver los enigmas de la física cuántica y la teoría del espacio-tiempo. Estudiaba cada detalle meticulosamente, ajustando los componentes y realizando cálculos complicados. A pesar de las miradas de incredulidad que había recibido de algunos de sus amigos, Ivelle estaba decidida a hacer realidad su sueño. Creía firmemente que si comprendía los principios fundamentales del universo, podría abrir la puerta a la posibilidad de viajar en el tiempo.




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