Cielo Azul

CAPÍTULO CINCO: CRUCE DE MIRADAS

Un día. Solo uno en ese vasto lugar. 

Al despertar, los ojos de Dyane la observaban fijamente. Adaptarse a esa nueva vida sería un desafío arduo. Se incorporó en la cama, aferrando su rostro con firmeza, sintiendo un nudo en la garganta al comprender que dejaba todo lo conocido atrás. Su mente luchaba por asimilar la noticia. El momento pasó y Ivelle se encontró examinando su propia mano, moviendo los dedos lentamente, mientras su tez palidecía. Se puso de pie, intentando calmarse. Ivelle se encamino al baño. Al mirarse en el espejo, notó las ojeras que se habían formado bajo sus ojos violetas, marcando las noches de insomnio y preocupación por los eventos recientes. Sus dedos rozaron suavemente su piel al lavarse la cara, sintiendo el frescor del agua contra su piel cansada. 

Luego, se enfrentó al desafío de peinar su cabello, algo que no les agradaba del todo debido a las dificultades que encontraba para manejarlo. Cada tirón del peine era como un recordatorio de los cambios que había experimentado en su vida en tan poco tiempo. Mientras trabajaba en desenredar los nudos de su cabello, su mente vagaba hacia su vida anterior, antes de los eventos que la habían llevado a ese lugar. Ella recogió su cabello en un moño, algo que nunca solía hacer. Se puso un listón verde que combinaba con sus gafas. 

Todo parecía surrealista, tan lejano de la vida que una vez había conocido. La idea de que nada volvería a ser como antes la golpeó con fuerza, inundándola de una profunda sensación de pérdida y resignación. Ella se desplomó en el suelo, con los ojos llenos de lágrimas a punto de desbordarse en un torrente de dolor y desesperación. Intentó sofocar los sollozos, ahogando el sonido de su angustia en el silencio de la habitación. Su mente era un torbellino de recuerdos y emociones tumultuosas. Recordaba con claridad cada momento, cada giro inesperado del destino que la había llevado hasta ese punto. Se sentía como si estuviera atrapada en un laberinto de realidades alternas, abandonando todo lo que alguna vez había conocido y amado. La sensación de vacío que la envolvía era abrumadora, como si hubiera perdido una parte esencial de sí misma en el camino. 

Las lágrimas seguían brotando sin cesar, empapando sus mejillas y deslizándose por su rostro en silenciosa desolación. Se sentía atrapada en una espiral de desesperanza, luchando por encontrar un rayo de luz en la oscuridad que la rodeaba. Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era dejarse llevar por la marea de emociones, permitiendo que la tormenta interior se desatara sin restricciones, esperando encontrar algún tipo de alivio en el caos de su propio dolor.

Una vez que logró calmarse lo suficiente, salió del baño con pasos vacilantes. Al revisar el reloj de pared en forma de coco, notó que eran las seis cuarenta. Tenía que dirigirse al comedor, pero primero debía cambiarse de ropa. Las clases como tal todavía no empezaban hasta dentro de una semana por lo que no tenía porqué usar el uniforme. Ella se acerco a su maleta y sacó una camisa corta de tela rosa con detalles blancos, junto con unos pantalones ajustados y unos zapatos de tacón negro. Una vez lista, se acercó a la cama donde Roya aún dormía profundamente y comenzó a moverla suavemente.

 

—Roya, es hora de despertar. —dijo Ivelle con calma. Roya murmuró algo ininteligible y se dio la vuelta en la cama, negándose a despertarse —Vamos, Roya, no podemos llegar tarde a la cena. —insistió Ivelle, sacudiéndola un poco más fuerte. Roya se removió y finalmente abrió un ojo, mirando a Ivelle con un ceño fruncido.

—¿Ya es hora? —preguntó con voz somnolienta.

—Sí, son las seis cuarenta. Necesitamos ir al comedor. —respondió Ivelle. Roya se estiró y bostezó antes de levantarse de la cama.

—De acuerdo, de acuerdo, ya voy. —dijo, todavía adormilada—. ¿Por qué no me despertaste antes?

—Lo intenté, pero parecías estar en un sueño muy profundo. —respondió Ivelle con una sonrisa mientras ayudaba a Roya a prepararse.

Cuando Roya estuvo lista, ellas dejaron la habitación y se adentraron en el pasillo desierto, ya que todos estaban reunidos en el comedor. El trayecto hasta allí era largo y solitario. Mientras Ivelle avanzaba por los oscuros pasillos, sentía la presencia reconfortante de Roya, quien la guiaba con delicadeza con el mapa que tenía en sus manos. Al entrar al comedor, Ivelle sintió cómo las miradas de los demás estudiantes se posaban sobre ella, captando su atuendo llamativo y su aura de confianza. El murmullo que se extendió por la sala la hizo sentir incómoda al principio, pero luego recordó que estaba en un lugar nuevo y diferente, donde era normal llamar la atención. Se mantuvo erguida, tratando de ignorar las miradas curiosas y los susurros a su alrededor.

— ¿Por qué todos me miran de esa manera?

— Porque eres muy bonita y las personas bonitas siempre llaman la atención.

La mirada de Ivelle se dirigió hacia la presencia de pequeños ojos voladores revoloteando por todas partes. Estos extraños ojos para ella, tenían cuerpos esféricos y suaves, cubiertos de un pelaje brillante en una variedad de colores vivos como el azul, el rosa y el verde. Sus grandes ojos expresivos carecían de pestañas y podían cambiar de color según su estado de ánimo, mostrando tonalidades vibrantes cuando estaban felices y tonos más suaves cuando se sentían tranquilos. Sus alas, transparentes y delicadas, estaban adornadas con patrones iridiscentes que brillaban con un resplandor mágico mientras volaban ágilmente en el aire, creando una escena de ensueño en el comedor.




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