Cielo Azul

CAPÍTULO SEIS: SOMBRAS EN LA OSCURIDAD

Ivelle se encontraba en medio de una videollamada con sus dos mejores amigos. Estaba sentada en el filo de la ventana, con el frío acariciándole el rostro, pero en ese momento no le importaba. Extrañaba mucho a sus amigos. No había podido hablar bien con ellos desde que llegó debido a la poca cobertura que había allí. A pesar del frío y las dificultades técnicas, la calidez de la conversación y la alegría de ver a sus amigos nuevamente la llenaban de felicidad.

— Te juro que nunca pensé que algo como eso ocurriría — dijo Adeline mientras se maquillaba. El cambio de horario era muy grande. Mientras ahí eran las dos de la tarde, con Adeline y Theodoro eran las seis de la noche y ellos se estaban arreglando para irse de fiesta juntos —. Yo siempre pensé que la mosquita muerta esa, al ser la mas mas, no iba a salir en esas, pero mira que equivocada estaba. 

— Y siempre estuvo encima de mí por la forma en la que me visto —bufó molesta Ivelle. Ella miró hacia la puerta cuando esta comenzó a sonar—. Me tengo que ir. Hablamos después. Los quiere mucho —se despidió rápidamente y cortó la llamada justo cuando la puerta se abría de golpe, revelando a una enojada Leni que se dejó caer sobre la cama, mirando al techo — Ni siquiera tengo que preguntarlo. ¿Hiro nuevamente? 

— ¡Sí! Ya no lo soporto más. 

— Tal vez deberías darle una oportunidad…

— ¡Jamás en la vida!

En la noche, Ivelle se encontraba en medio de la oscuridad, rodeada por un silencio ominoso que parecía susurrar sus peores temores. Otra pesadilla, de las muchas que había tenido últimamente. Estaba parada en un campo desolado, donde la hierba marchita crujía bajo sus pies con cada paso que daba. Un viento gélido soplaba a su alrededor, llevando consigo el eco de susurros inquietantes y un olor a muerte que la hacía estremecer. Cada sombra parecía cobrar vida propia en la oscuridad, acechándola con una presencia maligna.

De repente, una figura se materializó frente a ella: era su abuela. Sus ojos estaban huecos y vacíos, y su piel estaba pálida y marchita. Ivelle quiso gritar, pero no pudo emitir ningún sonido mientras observaba impotente cómo su abuela se desvanecía ante sus ojos. Mientras la figura se disolvía en el aire, la hierba a su alrededor comenzó a crecer a una velocidad aterradora, enredando sus pies y arrastrándola hacia abajo. Entonces, todo cambió. Ahora estaba rodeada por sus amigos, quienes la miraban con ojos llenos de terror y desesperación. Uno a uno, comenzaron a desaparecer en la oscuridad, dejando solo un eco angustioso en su lugar. Ivelle se sentía paralizada por el miedo, incapaz de moverse mientras veía cómo sus seres queridos eran arrebatados de su lado.

No entendía qué pasaba.

Ivelle se despertó jadeante y sudando. Se encontró acurrucada en la cama, sus ojos mirando al techo. Se llevó las manos al rostro, tratando de borrar las imágenes horribles que aún persistían en su mente. Ella tomó una bocanada de aire y se acomodo en la cama.El recuerdo de su pesadilla todavía estaba fresco en su mente, como una bruma negra que amenazaba con obstruir todo sentido de tranquilidad que pudiera haber tenido antes de dormir. Su corazón latía en su pecho como un tambor, y sus manos todavía se sentían frías y pegajosas a pesar del tiempo transcurrido desde que despertó.

— Ivelle, ¿te encuentras bien? — ella escuchó a su lado. volteo la cabeza hacia la otra cama donde se encontraba Amicia leyendo un libro con una antorcha que no llegaba a molestar el sueño de las demás. Ivelle asintió mientras tomaba su cara entre sus manos. Estaba aterrada de lo que había visto — Estas sudando y te encuentras agitada. ¿Segura que estas bien? ¿Quieres que te traiga agua?

Ivelle se esforzó por calmar su respiración agitada mientras asentía lentamente ante la preocupación de Amicia. Sus manos temblaban ligeramente cuando se apartó el cabello pegajoso de la frente y se dio cuenta de que, efectivamente, estaba empapada en sudor. La imagen de su pesadilla aún estaba fresca en su mente, cada detalle grabado en su memoria como si fuera una herida abierta.

—Estoy bien, Amicia —respondió con voz temblorosa, tratando de sonar convincente—. Solo fue una pesadilla, nada más.

Amicia la observó con atención, pareciendo no estar del todo convencida por su respuesta. Sin embargo, asintió con comprensión y se levantó de su cama con la antorcha en la mano.

—De acuerdo, si necesitas algo, estaré aquí —dijo con su habitual tono tranquilo mientras se dirigía hacia la pequeña mesa donde estaba un vaso de agua—. Toma, bebe un poco de agua, te hará sentir mejor.

Ivelle tomó el vaso con manos temblorosas y dio un sorbo agradecido del agua fresca. El líquido frío calmó su garganta reseca y le brindó un pequeño alivio. Miró a Amicia con gratitud, sintiéndose reconfortada por su amabilidad en medio de la oscuridad de la noche.

—Gracias, Amicia —susurró, devolviéndole el vaso—. Realmente lo aprecio.

Amicia le ofreció una sonrisa suave y tranquilizadora antes de regresar a su cama y retomar su lectura. Ivelle se acurrucó bajo las sábanas, sintiendo el peso de la pesadilla disiparse lentamente en la oscuridad de la noche. Sabía que las sombras de su pasado aún la perseguirían.

¿Cómo era posible que una pesadilla la afectará tanto?

¿Por qué había soñado eso?

Ella intentó dormir, pero no pudo. Tenía miedo de cerrar los ojos y volver a verlos de esa manera. Se metió bajo las sábanas mientras respiraba con dificultad, pero salió nuevamente al notar que Amicia se había marchado de la habitación como todas las noches lo hacían. El silencio solo era interrumpido por el suave susurro del viento que se filtraba por la ventana entreabierta, y el crepitar distante de las antorchas que iluminaban los pasillos del lugar. Se hundió más bajo las sábanas, tratando de alejar los recuerdos perturbadores que la acosaban. Su mente parecía atrapada en un ciclo interminable de horror y desesperación, incapaz de encontrar una vía de escape. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana, necesitando desesperadamente sentir el aire fresco en su rostro y alejar los fantasmas de su mente. Al asomarse por la ventana, el viento fresco acarició su piel, trayendo consigo un destello de alivio. Miró hacia el cielo estrellado, buscando encontrar consuelo en la serenidad del firmamento.




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