Cielo Azul

CAPÍTULO SIETE: LA MALDICIÓN DE IVELLE

La sensación de confusión que invadía a Ivelle era abrumadora. Sentada en el frío salón de clase en las mazmorras, no lograba comprender ni una sola palabra de lo que su anciano profesor explicaba sobre el elemento agua. Su rostro arrugado y sus gestos eran difusos para ella, mientras él se esforzaba por transmitir conocimientos básicos. Ivelle tomó su lápiz con determinación, deseando capturar al menos una pizca de lo que se decía, pero el lápiz se rompió, provocando una oleada de frustración que la inundó. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de comprensión en sus compañeros, pero se encontró con rostros igualmente desconcertados. La soledad y la sensación de no pertenecer se apoderaron de ella con fuerza. ¿Estarían todas las clases así?

Al terminar la clase, salió del aula con Roya, quien comenzó a hablar sobre temas relacionados con la magia, pero para Ivelle eran como palabras en un idioma extranjero. La confusión y la tensión se acumulaban en su pecho, ahogándola. Se sentía completamente perdida en este nuevo mundo de hechicería, aunque intentaba desesperadamente aparentar que estaba integrada en él. ¿Qué le estaba sucediendo? La sensación de extrañeza era como una niebla oscura que rodeaba a Ivelle, obstruyendo sus sentidos y sus pensamientos. Roya, todavía hablando animadamente sobre las clases, no parecía darse cuenta de que Ivelle seguía absorta en sus pensamientos.

Mientras ascendían por las escaleras de las mazmorras hacia el pasillo principal, los ojos de Ivelle brillaron intensamente, atrayendo la atención de Roya, quien guardó silencio. Parecía como si los ojos de Ivelle estuvieran deseando decir algo, pero sus labios permanecían cerrados, como si contuvieran palabras que luchaban por salir. 

— Ivelle, ¿por qué tus ojos...? —Roya comenzó, con un gesto de confusión al notar el brillo peculiar en los ojos de su amiga.

— No lo sé. Es la segunda vez que me sucede — respondió Ivelle, mirando fijamente a Roya, quien frunció los labios, aún más perpleja.

— Vamos a la biblioteca. Creo saber qué sucede con tus ojos. En el segundo piso hay varios libros que explican algunas anomalías — propuso Roya, con determinación en su voz, mientras comenzaban a caminar hacia la biblioteca.

— Ivelle, ¿tienes familiares descendientes de brujas? — preguntó en tono bajo para que no los escucharan. Ivelle a su lado apretó los labios con fuerza, sin saber qué decir. Sabía que no debía dar indicaciones de que ella era una, pero tampoco sabía cómo responder sin que su voz temblara. La pregunta de Roya la había tomado por sorpresa, haciéndola sentir un nudo en el estómago. Por un momento, el mundo pareció detenerse mientras buscaba una respuesta adecuada.

— Eh, no — dijo sin titubear, mirando al frente —. Mi familia es… normal. Mi abuela era una hechicera y mi madre una sirena. — Roya se dio cuenta del rápido cambio de tono de voz de Ivelle y se preocupó por ella. Pero no tenía tiempo para continuar el interrogatorio. 

Ellas se dirigieron a la biblioteca, un lugar inmensamente gigante. Las puertas de la biblioteca se abrieron ante ellas y Ivelle se quedó boquiabierta ante el vasto e impresionante lugar. Era como si el poder de las mil y una historias estuviera guardado dentro de las líneas impresas en los libros. En todo el tiempo que ella llevaba en ese lugar, no había visitado la biblioteca, a diferencia de Roya, quien parecía un ratón de biblioteca. 

Roya se movía con confianza entre los estantes, con una expresión de familiaridad en su rostro mientras buscaba algo específico. Ivelle la seguía con cautela, sintiéndose como una intrusa en aquel santuario del conocimiento. Se detuvieron frente a una sección dedicada a la magia y Roya comenzó a revisar los títulos con rapidez, como si supiera exactamente lo que buscaba. Finalmente, Roya extrajo un libro del estante y se lo mostró a Ivelle. Era un libro grande, de color azul con un crucigrama en el centro de la pasta. Ambas chicas se sentaron en una mesa alejada, donde nadie pudiera escuchar su conversación.

Roya tenía un don, uno que nadie sabía, ni siquiera su familia, y era la habilidad de leer la mente de las personas con un simple toque, pero eso solo ocurría pocas veces y ella quedaba en un trance del que a veces no recordaba lo que había visto en la mente de las personas. Sin embargo, con Ivelle era diferente; recordaba todo lo que había visto en la mente de la más joven. Era un poder que había mantenido en secreto durante años, temiendo las implicaciones que podría tener si se descubriera, sobre todo ahora que sabía el secreto de su compañera. 

— Este es un libro de historia y descubrimiento. Aquí está plasmado algunos de los descubrimientos que se han hecho en nuestro mundo en los últimos siglos. Tal vez haya información sobre el brillo en tus ojos —explicó Roya, con tono reflexivo.

Ivelle, con una mezcla de asombro y curiosidad, miró el libro con atención mientras Roya abría las páginas con cuidado. El pesado libro lanzó una ráfaga de polvo que flotó a través del aire, como si la información que albergaba fuera asimismo el eco de un pasado lejano. Ivelle se detuvo para observar las páginas, esperando encontrar alguna pista acerca del extraño fenómeno que había experimentado. Roya comenzó a leer el libro, el cual tenía algunos capítulos en diferentes idiomas. Cuando llegó a la mitad del libro, encontró lo que buscaba: el brillo en los ojos de las personas. Lo que leyó la dejó confundida; decía que las personas con esta extraña anomalía eran producto de algo malo, una mezcla de genes de dos miembros directos de su familia. Roya tragó saliva mientras sus manos temblaban ligeramente. El peso de este conocimiento era demasiado para cargar sola. No quería abrumar a su amiga, pero a la vez, sentía que tenía el deber moral de compartir esta información con ella.




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