Llegué a la escuela con los ojos desvelados, el sueño simplemente no se me dio y Lucía era lo único en lo que pensaba.
Entonces entré a mi salón y como si fuera un auto de payasos, toda mi generación estaba amontonada detrás de Mike.
—Me debes la vida, güey. Enserio, bueno, a todos. —Sonrió y me entregó una bolsa de terciopelo.
—¿Qué es?
—Tus «viáticos», por así decirlo.
Abrí la bolsa y vi a lo que se refería. Billetes, muchos y MUCHOS billetes canadienses amontonados en la bolsa.
—¿Es enserio? —pregunté.
—No, dame la bolsa de vuelta, es una broma, todos gracias por participar en este programa de cámara escondida. Claro que es enserio, idiota. Les dijimos que ibas a ir a buscar a Luz y al parecer no eres tan odiado en el colegio ¿ves?
—Gra… gracias enserio, a todos —dije, un poco sin reaccionar.
Frank salió de entre la gente.
—¿Puedo hablar contigo, Alex?
—Supongo…
Salimos del salón y entonces habló.
—Lo siento, por esa vez. Mira…
—Ya, ya, no digas nada —contesté.
—No, mira, te admiro y te envidio al mismo tiempo. Estás apostando todo ¿te das cuenta? Te irás en semana de exámenes.
—Sí ¿y?
—Nada, buena suerte —me dio otra bolsa igual que sacó de su chamarra—. Lo hago por ella.
Fui al banco y deposité el dinero en mi cuenta de ahorros que mi mamá me había abierto de regalo de cumpleaños. Solo me quedé con 300 dólares para llevar en la billetera.
Puse todas mis cosas en la mochila que sería mi maleta para el viaje, lo esencial, dos pares de jeans, dos playeras, una chamarra, tres boxers y unos tenis.
Me acosté a dormir y me puse a idear cómo podría encontrarla.
5 a.m., el claxon del carro de Mike me despertó y la luz de la mañana me indicó que era hora. Tomé mi mochila y de manera cínica, le dije a mi mamá:
—Ma, voy a Canadá, besos.
Ella, obviamente sin creerme solo pretendió despedirse. Subí al auto y ahí estaba Barbie en el asiento de atrás. Asintió.
Mike aceleró y fue así como llegamos al aeropuerto. Como solo llevaba equipaje de mano, no tuve que registrar la mochila y me dirigí a la sala de abordar.
—Alex, suerte. Hermano.
—Gordo, eres lo máximo. Te… te quiero, cuídate mucho por favor, sé que la vas a encontrar, cualquier cosa estaré a la distancia de un mensaje de texto; mira, estoy feliz que haya pasado, pero ahora te toca seguir a ti. Tu historia es con ella y no soy nadie para cambiarla. Como te dije, te amé cada día y bueno, estoy feliz porque cada día te amé infinitamente y aunque ahora terminó, di todo lo que tenía que dar. Te quiero. Te quiero. Te quiero.
—Yo también lo quiero —bromeó Mike—. Mira, esto es algo loquísimo y no sabemos por qué está allá ni nada pero te deseo lo mejor.
Reaccioné y me percaté que, de hecho, sí estaba a punto de hacer algo terriblemente loco, pero también me dio miedo perderla para siempre, otra vez.