—¡¿Qué demonios?!
Me desperté con un chorro de agua helada a presión contra mi cara y luego contra mi entrepierna. Alex estaba disparándome con una pistola de agua.
—Despierta bebito, hoy es lo de las ballenas y tal vez Luz aparezca. ¡Cámbiate! Bueno, mejor báñate. —Rio y salió con la Super Soaker de mi cuarto y luego de la casa. Como si viviera ahí también.
Alex y yo nos habíamos convertido en muy buenos amigos en el transcurso de los días, de hecho, era como si la actitud dominante de Barbie y la capacidad de optimismo de Mike se juntaran en una mezcla perfecta con ojos azules.
Me bañé con el agua tan caliente que fue un sauna también. Cuando salí de bañarme vi sobre la cama una camisa roja a cuadros Abercrombie nueva sobre la parte inferior de la litera. También había una nota.
«Por si la vez, no querrás usar tus playeras sucias. Besos, Alex. XO».
Saqué a lavar mis playeras sucias y me puse la camisa con unos jeans. Mi celular vibró. Le había contado todo a Mike en la noche y hasta ahora me había respondido. Aunque no era él quien escribía.
—Hola, ¿cómo va todo? Tu mamá no deja de preguntar por ti y yo ya también empiezo a preguntarme por ti. Espero que todo vaya bien, te mando un abrazo y te extraño mucho. Barbie.
No contesté al principio pero una parte de mí sintió lindo al leer su nombre.
—Bien, Barbie, creo que estamos cerca de encontrarla, dile a mi mamá que la amo, por favor, se lo diría yo mismo pero terminaría por desheredarme y quitarme su apellido. Dos abrazos.
Salí de la casa con un almuerzo que me hizo la señora Gagnon.
—Se te ve linda esa camisa ¿dónde la compraste? —Alex rio con sus gafas oscuras cubriéndole los ojos.
—Gracias, enserio, me encantó.
—Sabía que te gustaría. —Hizo una mueca a media sonrisa y me jaló hacia la banqueta, a dos segundos de que el camión del viaje me arrollara—. Segunda vez que me debes la vida, Alex.
—¿Cuándo fue la primera?
—Cuando aparecí en tu vida. —Rió.
—No lo discuto.
Alex desapareció en la fila de espera para la lancha que nos llevaría a ver ballenas, Luz no estaba por ningún lado, tal vez no vendría, tal vez iría más tarde o había ido más temprano, me bajó el ánimo. Sentí cómo alguien me jaló bruscamente, el gesto —que ya me sabía— obviamente era de Alex.
—Mira, te compré unas gafas, no son Ray-Ban pero creo que te sientan bien.
—¡No tenías que! ¿Por qué, Alex?
—Porque hace mucho sol y porque no quiero ser la única ridícula que utilice gafas de sol para ir a ver ballenas.
Me puse los lentes que, de hecho, sí me sentaban bien, como a Tom Cruise las suyas en Top Gun. Bueno, tal vez no tan bien.
—Listo, eres toda una estrella Alejandro.
—Gracias, puedo decir lo mismo de ti, Alexandra.
—Yo estoy en otro nivel —bromeó.
Miré al mar como queriendo buscar la voz de Luz entre el sonido de las olas.
—Mira, Alex —se quitó los lentes de sol—Quedan dos semanas, aún podemos encontrarla, si no la vemos hoy, el mundo no se acaba. ¿Ok?
—Ok —respondí con poco ánimo.
—¿Has visto alguna vez una ballena? —me miró.
—No, no en realidad. —La miré, tratando de sonreír.
—Entonces tampoco has visto una ballena junto a una chica medio de Barbados, medio francesa.
—No…
—Entonces siéntete afortunado, esas oportunidades no se repiten en la vida.
—Sí —reí—, lo haré.
—Te doy mi palabra que la vamos a encontrar, disfruta el día, el panorama y el momento, tal vez no lo repitas nunca.
La lancha arrancó de tal manera que una señora que ocultaba su calvicie por edad, perdió su gorra al compás del viento a contracorriente. Una lancha que iba de vuelta llamó mi atención, vi una chica, con chaleco salvavidas, cabello chino oscuro y piel morena, no me miraba y yo tampoco la miré mucho. Pudo haber sido Luz pero, en este punto, simplemente acepté que era una ilusión. Era lo mejor en ese momento.
—Y a su derecha pueden ver la majestuosa Orca, está dormida pero si tenemos suerte, se moverán y podremos tener increíbles fotos para nuestra colección —el guía del viaje, que hablaba de tal manera que mataba el espíritu aventurero de cualquiera, señaló una masa gigante negra como a medio kilómetro de nosotros, y la ballena jamás se movió.
—¿Y si nos acercamos más? —Alex preguntó.
—No, sería peligroso para nosotros —le contestó el guía.
—¿Si le pico con un palito se moverá?
—Naturalmente —contestó el guía de nuevo.
—Anda, Alex, pícale con un palito.
—No tengo palitos —respondí.
—Nadie le picará con un palo a la ballena —nos regañó el guía.
—¿Ni usted? —Alex levantó la mano.
—No. Nadie.
—¿Y si le picamos con un paraguas? —Seguí el juego de Alex.
—¡No! ¡No van a picarle con nada a una orca!
Naturalmente, no lo íbamos a hacer, pero llegamos al punto en que toda la excursión se hartó de nosotros y nos pidieron de buena manera que nos calláramos o nos bajarían de la lancha a la mitad de la nada.
—Siento que no hayamos visto a Luz hoy. —Alex se quitó las gafas al llegar al muelle.
—Yo no —corregí—. Quiero decir, sí, claro que quería verla pero no me afecta que no haya pasado, me divertí como nunca en ese aburridísimo viaje contigo.
—Alex, dándole emoción a la vida diaria desde el 97. A tu servicio.
—¿Quieres ir a ver el Royal Museum? Tal vez no es un lugar donde encontraríamos a Luz pero lo quiero conocer y…
—De hecho, sí quiero —contesté. No es que cambiara mi opinión, pero Alex se merecía un descanso, había estado ayudándome casi incondicionalmente y sin descanso esa semana en encontrar a alguien que no la iba a beneficiar en lo absoluto.