—¿Qué más le gusta? —preguntó Alex.
—¿Aparte del misterio? —pregunté sarcásticamente.
—Evidentemente.
Ya eran casi las 8 de la noche y Alex y yo estábamos en la parte inferior de la casa Gagnon.
—La música independiente y el chocolate.
—¿Música independiente? —preguntó Alex
—Sí ¿por qué?
—Dos días antes de que termine este programa de intercambio, o sea, en una semana, va a haber una guerra de bandas. Como un concierto indie, pero con premios.
Los días se habían pasado rápido y de pronto el tiempo empezó a aplastarme como una pesada piedra sobre mi cabeza. Nada había funcionado y aunque Alex se encargaba de no dejarme caer, empezaba a perder la paciencia conmigo mismo.
—Tal vez… —dije.
—Si le gusta la música indie, la vamos a encontrar ahí con seguridad.
—¿Iremos ahí?
—Se me ocurre algo mejor…
Alex agarró una mesa que estaba en la parte de abajo de la casa Gagnon y puso una silla detrás, salió unos minutos y trajo una guitarra.
—¿Qué haces?
—Dices que tocas guitarra ¿no?
—Un poco, ¿por qué?
—¿Y cantas?
—No lo sé. —Dudé.
—Toca, estás audicionando. —Me dio la guitarra y se puso sus infaltables gafas, se sentó y me miró con cara de juez.
—¿Para qué? ¿Qué haces, Alex?
—Para mi banda, creo que me inscribiré para eso de la guerra de bandas.
—¿Bromeas? —Reí.
—No, —sonrió— toca, lo que sea. ¿Tienes lo que se necesita, Alejandro?
Agarré la guitarra entre mis dedos y la «afiné» a como mi oído me dio a entender, puse mi pie sobre un banquito de juguete que le perteneció en su momento a los ahora adultos hijos de los Gagnon y empecé a rasguear las cuerdas.
Hacía un par, más bien muchos, años que no tocaba una guitarra. Empecé a tocar la única canción que me sabía completa: Wonderwall de Oasis. «And after all, you’re my wonderwall…»
—Bueno, no nos llames, nosotros te llamamos. —Rió Alex de la mesa y se levantó—. Pensé que tocabas mejor. El canto estuvo bien pero deja mucho que desear, te doy un 8, no, mejor un 7 —dijo, como si fuera un juez de American Idol—. Anda, de nuevo, pero yo tocaré esta vez.
Le di la guitarra y ella sí la afinó bien, sus dedos se deslizaron por el puente y entre los trastes como si fuera profesional en el medio. Los acordes sonaban limpios y con sentimiento, humillando mis pequeños acordes de tercera.
«Today is gonna be the day…».
—Ahora sí, perfecto. Podríamos cambiar la canción, pero suena bien, creo que estamos listos para entrar en ese concurso. —Alex dejó la guitarra sobre la mesa.
—No, ni se te ocurra, tengo pánico escénico.
—Déjame ver si entendí: ¿un enclenque que viajó de un día para otro a un país que no conoce, sin saber a dónde ir para buscar a la chica que ama; que cruzó el puente colgante más alto del mundo y que va a enfrentar el regaño de su vida por desaparecer de la faz de la Tierra así como así, le tiene miedo a pararse frente a un par de personas?
—No, bueno, más o menos —me sonrojé.
—Te creo más que le tengas miedo al coco que a eso. Además, si Luz va a ese evento y te ve tocar, se va a mojar.
—¡Alex!
—¡Alex! Hablo enserio, yo lo haría. Además, cantas bien y necesito ese dinero de vuelta en casa, quiero un nuevo celular. No seas egoísta.
—Está bien… por el celular.
—No, por Luz —sonrió.
—Parece que te fuiste a conquistar extranjeras, cabrón. —Mike me respondió uno de los mensajes diarios cuando Alex ya se había marchado de la casa. —Sea como sea, esa chica parece brillante, digo, Luz amaba ir a esas cosas y si te ve ahí, se va a poner loca de seguro.
—¿Y si no? ¿Y si ni siquiera va?
—Mira, Alex, hiciste que gastara mis ahorros en ti y Barbie también está en problemas por ese boleto de avión, deja de ser tan pesimista y por una vez protagoniza tu vida. ¿Fuiste a buscarla? Bueno, encuéntrala, confronta tu destino, me cansa que seas tan inseguro, digo, ve todo lo que has hecho ¿y aun así te da miedo el no verla? Si ya hiciste todo el viaje, la TIENES que encontrar. Tranquilízate y hazla de detective, que con ese dinero me pude haber ido yo a la playa o algo.
Me acosté en la cama y me quedé mirando su cuadro. Entonces el coraje me ganó y no pude más. Me quité la pijama, me puse los tenis, una playera, unos jeans, tomé un mapa que había comprado en un Seven Eleven, unas hojas blancas, un marcador, los metí a la mochila y abrí sigilosamente la puerta del jardín.
Di un paso, dos, tres y luego cien, empecé a correr y llegué a la ciudad (que realmente no estaba tan lejos) porque a esa hora el transporte público no era tan frecuente. Starbucks, Coles, Ballenas, el Stewart College y después la línea del camión, circulé donde la había visto y circulé donde tal vez podría verla o donde tal vez ella iría.
«Luz, te amo, he recorrido 3 mil kilómetros hasta acá y no me iré de aquí sin ti. ¿Dónde estás? Dame una señal. Sinceramente: Tu Alex». Dejé el marcador en la mochila y tomé la bola de hojas con el mensaje. Desde el café hasta las paradas del bus, me encargué de cubrir cualquier posible lugar donde ella pudiera saber de mi existencia.
De este a oeste hasta que me terminé las hojas y la respiración, llené cualquier lugar donde Luz pudiera ir al filo del sol de madrugada en la todavía oscura ciudad de Victoria. Es aquí cuando el plan más ridículo que se me pudiera ocurrir terminó por materializarse en las calles de una tranquila ciudad en Canadá.
Regresé casi al amanecer a la casa, aún con todos dormidos, dejé la mochila junto a la cama y cerré los ojos.