XXIX

—¿Entonces sí irá contigo? —Alex preguntó con cierta decepción y emoción al mismo tiempo.

—Sí, todo valió la pena.

—Siempre valió la pena.

Alex me ayudó a meter las pocas cosas que llevaba a mi mochila y yo le ayudaba a ella, era el último día que podría estar con ella.

—Alex…

—Dime, Alex —contesté mirándola.

—Gracias por esto, por todo.

—No, gracias a ti, sin ti no hubiera podido lograrlo, gracias Alex.

—Tenía una promesa por cumplir ¿no?

—Sí, gracias por eso, de verdad.

—¿Siempre juntos?

—La distancia solo es un número.

—Te quiero, Alex.

—Yo a ti, Alex.

Sacó una pulsera de su bolsa y me la dio.

—Es para que no me olvides, yo también tengo una.

—De todos modos nunca lo haría.

Nos miramos un segundo y bajamos la mirada porque sabíamos que no era prudente la conexión.

—Cuídala mucho, te ama.

—Y yo la amo.

—Y yo te amo —suspiró—. Pero amo más el café de Starbucks, no te preocupes —sonrió.

Terminamos de empacar y le di las gracias a los Gagnon por haberme cuidado y permitido vivir sin pagar en su casa. Fuimos al Centre por última vez y compramos los boletos de regreso a casa, bueno, el mío y el de Luz. El dinero que me habían dado se había agotado casi todo.

Luz me estaba esperando en la estación del ferri del lado de Vancouver, Alex y yo subimos al barco, nos pusimos las gafas oscuras, miramos al cielo y compartimos un breve silencio especial. La quiero. Mucho. Alex fue, es y siempre será de lo mejor que me pasó. Ella se quedaría en un hotel en Vancouver para partir al otro día y yo me iría ese día en la noche.

Estábamos a punto de bajar del ferri y entonces Alex me agarró del brazo.

—Aquí me despido yo. Suerte Alex y gracias por todo.

—No tenemos que despedirnos, seguiremos hablando ¿no? Por mail o teléfono.

—Sí… te quiero. Suerte.

—Gracias, yo te quiero a ti.

Bajamos del barco y justo antes de perderla entre toda la multitud la escuché decir:

—Te llamaré en cuanto llegue.

Recordé esa vez en el aeropuerto con Luz y la misma promesa rota. Sentí un vacío indescriptible en mi pecho pero Luz ahí estaba esperándome y no era buen momento para salir con mis tonterías.

Me miró, sonriendo, como ya no lo hacía casi. Con una blusa estampada de animal print y el pantalón de su pijama, su maleta de lado. Corrió a abrazarme y la cargué entre mis brazos.

—Mi Luz.

—Mi vida.

La bajé y le propuse ir al acuario para hacer tiempo, aceptó. Nos sentamos en una banca junto al tanque de delfines. Dejé mi Coca-Cola de lado y la abracé.

—Te quiero, Alex, gracias por todo.

—Luz, eres mi todo.

Dio la noche y nos fuimos al aeropuerto, Luz registró sus maletas y yo la vi con ojos de enamorado. Finalmente subimos al avión. La dejé del lado de la ventanilla.

Pusieron una película de Nicholas Sparks y aunque no soy fan del género romántico, me quedé viendo con ella The Notebook, porque era, como de cualquier mujer, una de sus películas predilectas.

Llegamos y como no habíamos avisado que íbamos, nadie estaba para recibirnos y teníamos que hacer planes.

—¿Te llevo a tu casa?

—Mañana, no sé si estoy lista hoy para ir a casa.

Entonces tomamos un taxi y fuimos a un hotel que estaba cerca de la casa.

—No mires.

Luz se quitó la blusa para ponerse mi camisa de pijama. Obviamente miré.

—Lucía ¿qué carajo tienes ahí?

Unas cicatrices verticales y horizontales cruzaban una parte de sus hombros.

—¡Te dije que no miraras!

—Luz…

—No lo volveré a hacer, no quería que se dieran cuenta y mis brazos eran muy obvios.

—Luz…

—Te juro —se acercó a mí apenada—. Te juro que no lo vuelvo a hacer. Lo juro.

—Luz, no quiero que vuelvas a hacerte daño, no… no voy a dejar que nadie te haga daño nunca.

—Tranquilo.

—Lo juro, nadie te va a lastimar mientras yo viva.

—Te amo.

—Te amo.

Nos acostamos juntos, ya no fue necesario utilizar mi camisa de pijama, ella me abrazó y yo a ella. Cerramos los ojos, tomé el celular y mandé enviar a un mensaje que tenía para Mike. Tomé su mano y nos quedamos dormidos.