Un mes después, Luz traía un vestido azul y al parecer, había encontrado la manera de mandar al carajo los diagnósticos médicos, porque se veía mejor que nunca, un poco más flaca y blanca de lo habitual pero finalmente, Luz siempre se veía más hermosa hoy que el día anterior.
—¿Y bien?
—¿Y bien? —respondió Luz, tomando de su café, guapa, como siempre.
—¿Iremos a la fiesta graduación?
—No lo sé, déjame pensarlo.
—Luz…
—Ok, ok. Solo bromeaba.
—¿Cómo lo logras?
—¿Qué? —preguntó sonriendo, con esa sonrisa tan bella que podía tornar el cielo de rosa.
—Gustarme tanto, al pasar los años más.
—Siendo guapa.
—Y vanidosa…
—Y teniendo al mejor conmigo.
—No le arregles…
Reímos. A veces, las mejores cosas de la vida son las que te toman por sorpresa, como su regreso, como la llamada que no llegó o la manera de viajar lejos a buscarla; bien, no había nadie ni habrá nadie que haga de mi vida una aventura más grande que Lucía.
En menos de lo que me di cuenta y solo unos días después, estaba buscando un traje de renta y acompañándola a escoger un vestido bonito para la ocasión, esta parte de la historia pasa más rápida, porque cuando las cosas van bien, pasan volando, aunque quieres que duren más. Mike también había rentado ya un traje y, como todo buen «sénior», estaba emocionado por la cena, yo, en cambio, estaba más emocionado por el simple hecho de ir con mi Luz a la fiesta.
—¿Este?
Di la vuelta para encontrarme a Lucía saliendo del probador, de momento, me quedé helado y al parecer, mi diccionario personal, se incendió, porque me quedé sin nada qué decir.
—Te ves… preciosa, Luz. Te ves hermosa.
Se veía hermosa. Un vestido negro con la espalda descubierta rodeaba su cuerpo y sus ojos bonitos resaltaban más que nunca.
—¿Entonces?
—Ese.
—¿Este o el anterior?
—Ese.
No me pude contener y le robé un beso.
—Lucía, mujer, te ves guapísima.
—Deja de verme así.
—¿Cómo?
—Así… de la manera que a toda mujer le gusta que la vean, como solo tú me ves.
—¿Por qué?
—Porque siento como si fuera la más afortunada del mundo y eso sería egoísta con el resto de las mujeres.
—Que solidaria.
—Me encantas.
—Tú a mí más.
—¿Ah sí?
—Tanto que mejor deberías probarte el vestido blanco de la entrada…
Sabíamos que era una broma pero, por un instante, nos miramos el uno al otro, imaginando las posibilidades de comprar mejor el blanco y huir lejos, muy lejos, donde pudiéramos soñar los sueños más locos y verla sonreír hasta quedarme dormido, sin consecuencias, sin mañana, solo ella y yo.
—Pruébatelo…
—¿Qué? —Sonrió entre dientes.
—Pruébatelo. Por favor.
—¿Enserio?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque tengo ese fetiche.
—Tonto… ¿enserio me lo pongo?
—Que sí…
Lucía se probó el vestido de bodas del aparador, marca Alexander McQueen, obviamente no podía pagarlo pero verla así, sería lo más preciado que podría hacer en mi vida.
—¿Qué tal?
—Un día ese va a ser tuyo.
—¿Sí?
—Sí y vas a ser la novia más hermosa de la historia.
—¿Invitaremos a Mike?
—Sí, ¿por qué no?
—Porque se pondría con sus metáforas y arruinaría la boda durmiendo a todos.
—Lo invitaremos a la fiesta.
—Está bien.
Reímos mucho y, luego, casi lloro. Si yo la veía como toda mujer quisiera ser vista, ella era todo lo que un hombre pudiera desear y, aunque sea egoísta, no me importa, la observaría todo el día, todos los días de mi vida, hasta perder la vista.