Cien cartas perdidas

Rojo

 

 

La sala de espera era calidad, con estanterías y sofás cómodos que te incitaban a dormir una siesta. Llegue temprano a mi cita con el doctor Sadovsky, exactamente tres minutos, no era mucho y ni poco para que la espera pareciera de una hora.  Antes de entrar me veo en el espejo, acomodo un poco mi cabello e intento disimular que estuve llorando.

A las cuatro en punto el hombre salido de una película cliché, despide a uno de sus pacientes y me saluda, es mi primera cita con él, anteriormente habíamos hecho entrevistas. Es alto, firme y se nota ejercitado, tiene una sonrisa de encanto que derretiría a cualquiera, pero hay algo en el que me incomoda, revolviendo mi estómago.

Comienzo a contarle mis últimos días, como me estuve sintiendo y no sé qué más, suelo perderme a mitad de la sesión, quedarme colgada sin saber que decir. —Últimamente me estuve sintiendo vigilada, como si me siguieran— suelto sin más, era la única persona a la que podría contarle algo y no correría a contárselo a mi madre. —No sé si es algo de mi mente o tal vez si este pasando…—doy un largo suspiro cansada.

—Es algo común a veces sentirse perseguido, personas con tu condición le pasa y debes enfrentarlo, lo haremos con el tiempo, pero si ves que se sale de lugar y alguien realmente te sigues, ya sabes que debes hablar con tu madre— asiento, podría ser. —Sé que te cuesta hablar con Teresa, que a veces puede ser un poco dura y tienes que entenderla, es un instinto.

Él tiene razón, mi relación con mi mamá es extraña, poco hablábamos y debo hacerlo. Ella me trata con normalidad, como si nada nunca hubiera pasado y siempre todo hubiera sido así, pero no. Me costaba abrirme puesto que cualquier cosa que el dijera le desagradaba e intentaba disimularlo y, eso terminaba por molestarme, provocando que me quedara callada. Una parte de mí la entiende, por mi culpa y la de otros habia sufrido demasiado, Teresa es una guerrea que me ayuda a luchar con mi oscuridad, se adapta a mi estilo de vida cuando podría hacer lo que mi padre. Irse muy lejos y dejarme en la miseria.

—La otra vez me contaste sobre…—saca a relucir un tema que no recuerdo, es un poco normal para mi olvidarme las cosas. Le pido que me recuerde, pero sin duda no hay manera de hacerlo y eso lo pone extraño, pensativo. La sesión sigue hasta que las seis en punto llega, su reloj suena y me da unos minutos para terminar lo que estaba diciendo. Como normalmente lo hacemos, nos despedimos y nos esperamos ver en la próxima.

Recojo mi bolso del suelo y camino fuera del consultorio con una sonrisa tímida, afuera hay una sola persona, un chico para ser exactos. Lleva la cabeza agachada, sus manos colgado y con los nudillos lastimados, como si hubiera golpeado a alguien o algo. No puedo ver su rostro, tampoco quiero, no soy muy curiosa de las personas.

La tarde esta nublada, hay una pequeña llovizna, tan leve que se siente como un cosquilleo. Camino un par de calles hasta la parada del bus, donde lo espero escuchando una de mis playlist clásicas. Me deleito con el sonido y el paisaje, no saco mi cuaderno aquí, ya que el autobús llegaría en cualquier momento y sería una pérdida de tiempo. Simplemente hago una imagen mental para dibujar más tarde, solo espero no olvidármela.

Llego a casa a eso de las seis y media pasada, mamá aun no llega, por lo que el lugar esta silencioso como costumbre. Me gusta, es grande y silencioso, perfecto para poder escucharlas a ellas con claridad e imaginar.

Literalmente me tiro en mi cama, pero vuelvo a recomponerme al sentir algo duro y un ruido en mi cabeza. Hago la almohada a un lado encontrándome con mi pesadilla, justo lo que pensé y sucedió. Hay un sobre rojo y una navaja, lo último lo uso para abrir lo primero.

Mierda.

Mis manos se ponen temblorosas y quiero llorar, un gran dolor me invade el pecho. No, no, no. Mierda. Dentro del sobre hay un papel que dice “No puedes librarte de mí, te daré una nueva oportunidad y si no quieres joderte, acepta seguir en el juego”, sigo leyendo la carta:

Sabía que esto sucedería, tengo todo fríamente calculado, cariño. Solo espero que tu próxima decisión sea inteligente.

Si quieres recibir nuevamente las cartas, deberás cortar tu mano y manchar la carta con tu sangre, luego lo enterraras en tu patio.

Por cierto, la navaja puedes quedártela, sé que mami no te deja tener cosas corto punzantes por miedo a que te hagas daño.

Velo como un regalo de una segunda bienvenida.

 

Quiero gritar, tener enfrente a quien sea que haga esto y golpearlo hasta cansarme. Estúpida, estúpido. Por mi mente pasan millones de escenarios, unos donde pongo mis manos alrededor del cuello del desconocido y lo hago sufrir, como el a mí; otros donde lo veo incinerándose y gritando con dolor, como yo interiormente.

Olvido todo el odio que le estoy acumulando a esta persona, cuando escucho la puerta abrirse, corro a mi mini estantería donde hay un libro falso, que allí guardo cosas que mamá no puede ver. Tales como unos tristes cigarrillos y droga que jamás me atreví a probar, no aun, ahora les acompaña esa estúpida carta y la navaja. Dios, si ella lo viera se pondría como loca y me internaría a primera hora. Por mi condición no puedo tener objetos así, en esta casa se prohibió el sacar los cuchillos, tenedores o tijeras de su lugar, cada cosa esta enumerada y bien guardada. Tanto que, si quiero usar algo, debo avisar, anotarlo y devolverlo enseguida.

Antes de enloquecer, vuelvo a tirarme en la cama y respirar hondo, dejándome llevar por la música que puse. Teresa pasa por el arco de mi puerta, escucho sus pasos y respiración, puedo sentir su vista posarse en mi un segundo y luego irse. Seguramente no me hablo para no interrumpir mi tranquilidad, cosa que agradezco, a veces ella sabe respetar mi espacio, siempre que todo parezca normal.




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